La marca de Marco Maggi: los papeles de un artista premiado

Honor. El Premio Figari tiene nuevo dueño

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El Premio Figari que otorga el Banco Central del Uruguay, recayó este año en Marco Maggi. Una exposición de sus obras puede verse en el Museo Figari (Juan Carlos Gómez 1427).

Para trabajar la superficie de sus obras, Marco Maggi no emplea medios gráficos sino herramientas físicas. En lugar de internarse en esas superficies trazando sugerencias visuales, las tajea con un filo para que las perforaciones no estén representadas sino que sean reales, generando volúmenes y planos en esas esculturas de papel sobre las cuales juega como un laborioso armador. El desafío que asume es el de una sorprendente delicadeza expresiva, confiada a sutiles incisiones que exigen al observador una aproximación y un gran detenimiento para descubrirlas.

En la simplicidad, la exactitud y la escala de esos cortes radica la fascinación, que Maggi sabe graduar como un orfebre del papel, operando con extremo cuidado sobre la desnudez blanca de las hojas. La ironía, ese recurso que puede ser oral o escrito, suele funcionar como un arma de resonancia leve aunque de alcance profundo. Las hendiduras de este irónico artista comparten ambas cualidades -su gesto es leve, aunque su huella es profunda- para bromear suavemente con la caleidoscópica efigie de Mao o con las referencias a Yves Klein y Lucio Fontana (otros cuchilleros) desde una pila de libros cuyo contenido se desmenuza. Pero también es irónico el sigilo con que Maggi encubre el efecto de cada obra y solamente lo revela a la mirada que sepa demorarse en su contemplación, como si le hiciera una discreta guiñada con el repertorio de trucos visuales. Ese aire burlón asoma de muchas maneras, y por eso en lugar de adornar el muro central de la exposición, lo despelleja minuciosamente con su bisturí. La destreza manual de este malabarista no construye sino que descompone.

Puede ser exquisita la manera de engarzar una nota de color (rojo, azul, amarillo) en medio del mar blanco y a través de las diminutas ventanas de la perforación, como ocurre con la hilera vertical de rectángulos ensobrados (que remiten a su muestra anterior presentada en la Galería Xippas) o con el largo sendero de bloques de hojas que cruza el piso de la sala (emparentado con la gran instalación que desplegó en el Centro Cultural de España), donde abandona la pureza del blanco para optar por un subido cromatismo al trepar por los peldaños de una escalera, con lo cual la ascensión cobra doble impulso. Una gracia flotante persiste en todo eso, igual a la de un buen humorista cuya cara no se altera. La gracia se extiende a la inesperada colocación de alguna obra y a la incómoda ubicación de los membretes con el título de todas ellas, para que el espectador no pueda permanecer inmóvil ni distante en su exploración de la muestra.

Se trata de otro ejercicio de extraordinario ingenio por cuenta de Maggi, revestido de una asepsia engañosa y atravesado por un lenguaje furtivo, ante el cual la sorpresa del visitante que sepa ver y estimar, crece en relación indirecta al tamaño de los recursos con que el artista lo provoca. Una experiencia insólita y un creador absolutamente singular, ahora galardonado con el Premio Figari que este año confirma su buena puntería.

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