Marihuana y nube de humo

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FRANCISCO FAIG

Recuerdo ser adolescente a la salida de la dictadura y escuchar (¡en casete!) a Peter Tosh en un concierto reclamar por la legalización de la marihuana. Hoy, en cinco segundos en Google, tomo nota que Tosh lo hacía en los Ángeles y en 1983.

Treinta años más tarde, en algunos Estados de Estados Unidos se acaba de votar una mayor liberalización del consumo sobre la base del autocultivo (ya presente en California); relevantes expresidentes latinoamericanos declaran que las políticas de represión de estas décadas no han dado resultado; y entre nosotros, desde junio de 2012, Mujica ha planteado introducir cambios a la legislación sobre el tema. Ha sido incluso una iniciativa clave para su reciente fama internacional de "presidente cool".

El problema es que, como en tantos otros temas relevantes para el país, su planteo no tenía un estudio previo que asegurara una implementación rápida y eficiente. La variedad de posibilidades fue ampliándose con el paso de los meses, y con las opiniones, siempre discordantes, de distintos dirigentes frentistas: venta de marihuana por el Estado cosechada en campos militares; venta pública pero tercerización a privados de la producción y cosecha; registro de consumidores; límites individuales a la cantidad de consumo; precio fijado administrativamente para competir con la ilegal; prohibición con fuerte sanción del autocultivo; modelo de clubes de consumo como hay, por ejemplo, en Barcelona; incentivo para sustitución del consumo de pasta base, etc.

Finalmente, mientras que sus parlamentarios avanzaban en una propuesta concreta y consensuada en la izquierda, a fin de año Mujica quitó el tema de agenda alegando que la sociedad no estaba pronta. Pero, inmediatamente, insiste sobre la importancia del tema y su prioridad legislativa.

Si realmente Mujica quería avanzar en cambios legales el camino emprendido debió ser otro. En vez de aceptar la lógica de siempre del Frente Amplio que deja de lado, con soberbio desdén, cualquier iniciativa que provenga de algún integrante de los partidos tradicionales, debería de haber analizado la única propuesta bien articulada sobre el tema y que data de 2010. Se trata del proyecto de ley sobre el combate al narcotráfico presentado por Lacalle Pou, que habilita el cultivo y la cosecha de marihuana destinados a consumo personal.

Si quería, de verdad, lograr amplios consensos multipartidarios en un tema áspero, allí había una formidable oportunidad de incluir al adversario en una decisión de Estado, dialogar con las nuevas generaciones con tolerancia y apertura, lograr resultados rápidos, y sobre todo, educar a los suyos con el ejemplo de que las mejores soluciones no tienen por qué estar siempre a mano en los manuales que provee el (corto) estante del comité de base.

En vez de todo eso, confirmando las peores sospechas de sus adversarios, el presidente parece usar el tema de la marihuana como un entretenimiento de la opinión, en la lógica de filosofía de café que tanto deslumbra en el exterior. Quizá la explicación esté en las diferencias de visiones generacionales. Para Mujica, cercano a los ochenta años, tanto Peter Tosh como el consumo de marihuana son realidades completamente exóticas.

Reconozcámosle, a pesar de ello, que arma unas nubes de humo más grandes que las de Bob Marley.

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