Las corrientes subterráneas

Compartir esta noticia

La infiltración es el método sigiloso que emplea un medio para penetrar en otro. Su secreto consiste en que nadie lo percibe hasta que sus efectos son evidentes, lo cual demuestra que tiene consecuencias irremediables. Puede darse en el terreno de las ideas, las costumbres, los gustos, la política o el arte, hasta producir cambios no siempre deseables y desembocar en el mestizaje cultural que se vive hoy. Un mundo cada día más interconectado (e interactivo) facilita de muchas maneras la infiltración, empezando por la transmisión instantánea de las noticias a través de la electrónica, o por el acceso masivo a la nueva biblioteca de Internet, de manera que unas nociones se deslizan dentro de otras sin que el individuo lo perciba, hasta que llega un momento en que se pregunta cómo llegó eso a instalarse en la realidad que lo rodea y a introducirse en su cabeza. En ese momento la infiltración ya es irreversible.

Para bien o para mal, el fenómeno no es nuevo. Como se sabe, la cultura griega infiltró a la romana en todos los órdenes del pensamiento y de la actividad, desde las concepciones religiosas hasta la indumentaria. Pero en la actualidad las corrientes subrepticias de la infiltración han multiplicado sus conductos, su dirección y su procedencia, hasta convertirse en una tupida malla de influencias y alteraciones que transforma la vida de todos con mayor profundidad de lo que supone la mayoría de la gente. La migración interna, por ejemplo, con su impetuoso flujo del campo hacia la ciudad, no produce solamente un traslado de población sino el transporte de cosas menos visibles, desde ciertas peculiaridades del habla y ciertas actitudes de recelo o malicia a nivel social, hasta ciertas formas de relacionamiento entre el hombre y los animales.

Por otro lado, las grandes ondas de la música popular no solo han viajado gracias a la publicidad, la radio o la industria discográfica. De manera más furtiva lo han hecho mediante el contagio que se infiltra a través del oído sin ayuda ajena, desde la remota fuente del jazz (que se generó entre los negros del sur estadounidense) o del rock (que nació en las bandas provincianas británicas) hasta seducir audiencias tan apartadas -y culturalmente tan ajenas- como las de Tacuarembó o Mongolia Interior. Más que avanzar sobre la vía ostentosa de la promoción, el multiculturalismo de hoy se asienta sobre las sutiles corrientes de la infiltración, ante las cuales nada ni nadie es impermeable, aunque se crea lo contrario.

Hay infiltraciones antiguas y famosas, como el hábito de consumir alimentos navideños de carácter invernal en un hemisferio donde esa fecha se celebra en verano. Pero hay otras nuevas e inesperadas, como por ejemplo la costumbre criolla de festejar Halloween por razones culturalmente inexplicables y con beneficios solo palpables para el comercio que vende los disfraces respectivos. Ese dato, entre tantos otros, demuestra que la infiltración tiene un curso subterráneo, incontenible y básicamente irracional, en lo cual se parece a esas fuerzas naturales que se expanden antes de que tengan un diagnóstico y sin necesidad de que se reflexione sobre ellas. Ocurre igualmente a nivel ideológico, con claros ejemplos a escala local en algunas vertientes del sincretismo o el sectarismo de extracción brasileña y de arraigo popular (cuya difusión montevideana está a la vista), aunque también sucede en áreas ideológicas de sesgo político y alcance mundial, como la popularidad de la efigie del Che Guevara adoptada por quienes a menudo ignoran lo que hizo en vida el personaje estampado en su camiseta. Por esa vía los mitos no se analizan pero se heredan.

Los anglicismos en el léxico habitual (web, sale, off, mail, outlet) son otra infiltración por la que ingresa el dominio de una cultura poderosa sobre otras más débiles y dependientes. Pero en muchos otros órdenes y a lo largo del tiempo, desde las máscaras africanas en la pintura de Picasso hasta el indigenismo en la política iberoamericana, la infiltración sigue mostrando sus mejores o peores caminos, su flujo silencioso y su impregnación de toda una sociedad. El efecto puede ser paulatino o veloz, alevoso o saludable, aunque siempre es irreprimible. Por eso Santa Claus adorna las tiendas escandinavas pero también las uruguayas.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Promo del streaming del ministerio de Vivienda con Cairo y Di Candia
0 seconds of 31 secondsVolume 90%
Press shift question mark to access a list of keyboard shortcuts
Next Up
Semáforo en Ricaldoni y Morquio: cruce peatonal dura apenas unos segundos en verde
00:20
00:00
00:30
00:31