La construcción de una imagen

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Elvio E. Gandolfo

TAL COMO AFIRMAN los dos autores de esta "vida" de Susan Sontag, la autora de El amante del volcán es hoy "una institución norteamericana y aun internacional". Para demostrarlo, aunque poca falta hace, incluyen premios y honores, y hasta una cita de la película Gremlins, donde uno de los bichos homónimos define la civilización como "la Convención de Ginebra, la música de cámara, Susan Sontag".

Lo que decidieron Carl Rollyson y Lisa Paddock fue mostrar la "otra" Susan Sontag, oculta detrás de un refinado juego de cintura: "ha ido modelándose a sí misma a la imagen del literato, pero se ha negado repetida y, a menudo, rotundamente a referirse al modo en que ella y su cultura han llegado a crear esa imagen". Apoyados en una maciza cantidad de referencias de prensa, entrevistas propias y, sobre todo, el minucioso uso de los archivos de la editorial Farrar, Straus y Giroux (sello de la autora desde hace décadas), elaboran una biografía atípica, pero muy característica de la época.

Por momentos el camino que recorren se parece mucho a sacar en Susan Sontag la basura de debajo de la alfombra: ataques de mal humor, tenaz negativa a reconocer su sexualidad (sus parejas importantes han sido mujeres), contradicciones entre sus posiciones políticas y el minucioso cuidado de la imagen que aparece en sus fotografías, manipulaciones de todo tipo, contradicciones a veces flagrantes o irritantes. Por otro lado, el libro consigue ser una muy buena guía de la obra de Sontag, desde sus recopilaciones de ensayos hasta sus novelas y relatos, pasando por las películas que dirigió. Sin vacilar, Rollyson y Paddock eligen Contra la interpretación, Sobre la fotografía, La enfermedad y sus metáforas, Yo, etcétera y El amante del volcán como sus mejores libros, a los que agregan textos como los ensayos "La estética del silencio" y "La imaginación pornográfica" o el relato "The Way We Live Now". Autores de otras biografías, compiladores de un "Melville, de la A a la Z", ambos tienen una capacidad notable para resumir argumentos o ideas, y expresar las razones de sus preferencias.

Pero emplean la mayor energía en recoger testimonios o registros escritos sobre la curiosa personalidad íntima de Susan Sontag (en la medida en que permite percibirla), y sobre la muy consciente construcción y cuidado de una imagen. Sontag se pretende a la vez natural —ya desde la ropa (vaqueros con camisa la mayoría de las veces)— y erudita, sofisticada. Pero trina de furia cuando falla un detalle que perfeccione ese retrato, y se retira con rapidez apenas cree que se acerca el riesgo de poner en peligro esa construcción.

COMPAEROS DEL PASADO. Susan Sontag nació en 1933. Su padre tenía negocios con y en China, y la madre era más bien distante, después alcohólica. Librada en gran medida a sus propios medios (sobre todo a partir de los cinco años, cuando el padre murió en China), Susan fue una devoradora sistemática de libros. Estudiante eficaz, redactora del periódico escolar, entre sus grandes deslumbramientos estuvo la entrevista que le hizo a Thomas Mann, entonces en un pináculo de fama e influencia. Cuando eligió la universidad de Chicago, lo hizo por su falta de brillo falso, por la extrema exigencia y por el valor que concedía al trabajo puro y duro. Allí conoció a Philip Rieff, adusto profesor que sería su marido, con el que harían trabajos juntos, que le daría un hijo (David) y del que se separaría pronto.

Inclinada desde joven a los viajes, Susan Sontag faltaba a menudo del hogar, y en un regreso de Europa (donde la deslumbró el papel que tenían los intelectuales como Sartre o Simone de Beauvoir en París) le planteó el divorcio. Rollyson y Paddock eligen detenerse en una figura lateral, oculta pero influyente: el entonces amigo Alfred Chester. Si Chester buscaba la fama literaria nunca la alcanzó, aunque se quedó con otro premio: la autenticidad del apartado. Como una sombra consciente, participó en más de un triángulo afectivo complejo, sobre todo en el momento del mayor amor de Sontag, la bella María Irene Fortés.

Los autores apuntan: "A Alfred Chester, con su mugrienta peluca y su patente homosexualidad, no le era posible tomar parte en ese juego semioculto, semirevelado, que es el camp. La hermosa y seductora Susan Sontag, sin embargo, sí podía hacerlo; especialmente si se tiene en cuenta que estaba dispuesta a perseguir lo que tanto detestaba Chester: la aceptación social. (...) Susan Sontag, por su parte, podía llevar la vida sexual que le apeteciera en las grandes capitales del mundo y relacionarse con la vanguardia, pero al mismo tiempo también desempeñaba un papel lo bastante aceptable para Mademoiselle". Esta última era una de varias revistas "para la mujer" donde Sontag escribía con frecuencia en su papel de "portavoz" de las ideas y modas de la época.

Sontag siempre había soñado con escribir en Partisan Review, la revista "radical" de su juventud. Ya célebre, escribió en cambio a menudo en la más nueva The New York Review of Books, que junto con Farrar, Straus y Giroux fueron su base de poder, a partir de la cual se movía por el mundo geográfico o de prensa con elegancia y contundencia. Su proyecto secreto era llegar a ser una gran escritora, meta un poco esquiva: sus novelas iniciales (El benefactor y Estuche de muerte) eran relatos modernos y "europeos" demasiado conscientes de serlo. Sus novelas finales hasta el momento (El amante del volcán y En América) se acercaron al tono de los best-sellers de calidad.

SI PERO NO. Su carrera se parece en parte a la de otro ícono de los ‘60: Marshall McLuhan. Los dos supieron encontrar conceptos centrales (el "camp", los "mass-media"), y difundirlos masivamente, convertirse en íconos populares, y participar como tales en distintas películas cómicas de Woody Allen (Annie Hall y Zelig). En todo caso Sontag tuvo una segunda vida como novelista exitosa, y además no murió. Los dos perdieron terreno en los años ’80, cuando muchos de los reflejos condicionados de los revulsivos ’60 se habían convertido en tics sometidos a crítica. Esta biografía es un ejemplo.

Los autores no dudan en ser directos, para marcar contradicciones difíciles de resolver. "Sontag había participado en ‘el gran deporte norteamericano: estar en la procesión y repicando’. Era ya una asidua practicante del hábito de ‘cosechar las recompensas de las instituciones con la mano derecha mientras maldecía a esas mismas instituciones con la izquierda’." Buena parte de los hábitos públicos de Sontag, como hacer apariciones espectaculares pero en última instancia breves en panoramas críticos (Vietnam, la guerra de Yom Kippur, Bosnia), o sus arrestos vanguardistas frenados por cierta blandura de clase media en temas críticos como la sexualidad, tenían que ver con los hábitos y vicios del "radical chic" o la izquierda divina", que atacaron Tom Wolfe y muchos otros.

La figura de la mujer-intelectual (en el sentido francés sartreano) no era nueva, ni terminó con ella. Pero ni Mary McCarthy, que la precedió (y que opinaba que era "Mi imitación") ni Camille Paglia, que trató infructuosamente de ser la "nueva Sontag", alcanzaron su nivel de prestigio internacional.

El libro le reconoce su habilidad para manejarse como presidenta del PEN Club, describe su curiosa y prolongada relación con su hijo David (que como firmaba David Rieff, ocupaba puestos o cargos, sin que ninguno de los dos creyera necesario aclarar que eran madre e hijo), su valiente enfrentamiento de un cáncer, la relación crispada con numerosas personas que fueron primero sus amigos y después sus atónitos rechazados. En conjunto, el libro traza una radiografía posible de la selva intelectual neoyorquina. No le interesa comprender psicoanáliticamente a su biografiada, sino ubicarla en el panorama público en que ella misma se ha instalado.

Cuando niña, Sontag opinaba que la infancia era "una tremenda pérdida de tiempo". En el centro de su fama y de su salud física fue un bello polo magnético que atraía por igual a hombres y mujeres. Hoy hasta sus propios biógrafos, por momentos cargados de simple mala leche, no pueden dejar de reconocer al fin su indómita capacidad para resistir, y empezar de nuevo.

SUSAN SONTAG. LA CREACION DE UN ICONO de Carl Rollyson y Lisa Paddock. Circe, Barcelona, 2002. Distribuye Océano. 402 págs.

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