El lugar del padre

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Carlos María Domínguez

TOLA Invernizzi realizó diecinueve grabados en metal bajo el título "Monigotes para mis hijos" en 1977, cuando sus destinatarios estaban presos de la dictadura militar, su esposa, Milka, deportada en Argentina, y el primer hijo de Milka exiliado con su mujer en España. Entonces hizo cien copias de una carpeta que hoy regresa en una esmerada edición en offset, acompañada de un estudio a cargo de la profesora de Literatura y Dibujo Vanina Arregui.

Muchos artistas valorizan sus láminas con el control del entintado, la numeración de los ejemplares o la destrucción de las planchas originales, pero Tola nunca hizo eso porque entendió el grabado como un arte para difundir ideas y la limitación deliberada resultaba una incongruencia. Lo explicitó en varias oportunidades y lo llevó a cabo en series como "Los diez mandamientos", "Esta empecinada flor" y "El barco".

"Monigotes para mis hijos" es uno de los escasos testimonios de la figura paterna frente al daño provocado por el terrorismo de Estado. Madres, abuelas e hijos se convirtieron en protagonistas de la lucha contra las violaciones a los Derechos Humanos, pero el lugar del padre es una ausencia tan notoria en el reflejo social de la tragedia que otorga a esta carpeta una condición excepcional.

Como señala en su estudio Vanina Arregui, el lenguaje plástico de Tola Invernizzi no posee cortesía visual. Apela al dibujo, a la letra, al símbolo, a la composición y a las reflexiones en un compendio gráfico que la mirada debe recorrer para dialogar con sus ironías, denuncias y meditaciones. Nunca es "bonito", aunque puede ser sutil, y utiliza el grotesco con caviloso juicio. A veces grita, a veces arrulla, se culpa, abraza, comenta, tacha, coloca su drama personal en una encrucijada. Debajo de cada una de sus sentencias (sus figuras también lo son), late la consternación de un padre que no puede proteger a sus hijos y se hace responsable de haber engendrado un condenado a muerte. El sentido es literal y genérico de la condición paterna porque como en las tragedias clásicas la experiencia individual roza un límite humano. Quien tortura al hijo y puede matarlo es su semejante. La ley del padre mata, el padre ha engendrado con su sexo la indefensión, pero quien sufre lleva su sangre.

Si el tránsito de la mirada por estos grabados es conmovedor, se debe al esfuerzo por robar un sentido al espanto, a "los vientos, y las bestias y los fuegos" que asolaron el hogar. Lo asume desde el único lugar donde el dolor puede ser sostenido: la vacilación moral de la especie, el viaje con los demás en la conciencia trágica de las generaciones. Cuando es iluso proteger a los hijos, "la paternidad se siente como una honda llaga de impotencia" dice. "Las viejas preguntas del hombre, pronunciadas por los hijos suenan como enjuiciamiento. Por qué. Por qué. No contestar si no sabe. Prohibido hacer trampas. Hay que responder. Conteste aunque no sepa".

Tola se ha dado espacio para la ternura y el juego, en medio de las ideas: "elegir quiere decir contestar" a lo que la vida hace con uno. En algún lugar la muerte espera, pero "no es ella que nos toma, nosotros la utilizamos como parte de esta milagrosa tarea de ser hombres". Apropiarse de la sentencia a muerte con que carga cada hombre a través de la conciencia ética, dotar a esa condena arbitraria de un sentido humano, es el bagaje que el padre quiere transmitir a sus hijos.

Lo expresó en esta carpeta del mismo modo que al llegar a Buenos Aires en uno de sus viajes para ver a Milka. Entonces un policía de la Aduana reconoció el apellido y le dijo que había dos Invernizzi presos. "Son mis hijos" afirmó Tola. "Imagino que deben estar arrepentidos", insistió el otro, y Tola contestó: "¿A usted le parece que después de pasar tantos años presos, deberían estar arrepentidos? Yo creo que es mejor que no se arrepientan porque entonces su dolor sería en vano".

Con mística cristiana, decía Fedor Dostoievsky que hay una idea en el dolor, y Tola no fue ajeno a su legado. Le escribió a su hijo Mario, entonces preso en la cárcel de Libertad, este poema: "Señor, ayúdame a apoyarme en ti/ y si no puedes no te preocupes/ ayúdame a apoyarme en mi cuerpo/ y si no puedes no te preocupes/ ayúdame a apoyarme en mis entrañas/ y si no puedes/ no te preocupes/ apóyate en mí/ te lo ruego".

El estudio de Vanina Arregui recorre, meticuloso, las distintas láminas, guía la mirada hacia detalles que pueden pasar inadvertidos, ubica sus valores plásticos y expresivos. Lo hace con penetración, advertida de que no agotará el sentido de la obra pero alentará su lectura. Las relaciones de lenguaje de la carpeta con otras series de grabados ("Los diez mandamientos", "El barco") y el rescate ordenado de los textos completan las virtudes de su análisis. El resto corre por cuenta de quienes se acerquen a esta experiencia estética en la que forma y contenido potencian un diálogo con la inteligencia y la sensibilidad. Es un arte por el que se puede viajar, que se puede entender sin mediación de los especialistas. Rara avis.

MONIGOTES PARA MIS HIJOS, carpeta de grabados de José Luis Invernizzi, con estudio y apuntes de Vanina Arregui, Montevideo 2004. (Se encuentra en Libertad Libros, Rayuela, Antígona y en las librerías de los museos Blanes y Torres García, o a través de la dirección electrónica monigotes@adinet.com.uy)

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