El prodigio intacto

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Hugo García Robles

EL CASO DE Mozart es único, sin otro equiparable. Su precocidad es sólo una parte, por sorprendente y excepcional que haya sido, en el peso total de su estatura. Su genio se expandió con el paso de los pocos años de su vida, desbordó los límites del niño prodigio y precipitó en una obra enorme.

Nació en Salzburgo el 27 de enero de 1756. Era el séptimo hijo de Leopoldo Mozart y Anna María Pertl. Fue bautizado Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus, pero la posteridad ha reducido todos sus nombres sólo a dos, latinizando uno: Wolfgang Amadeus. El padre, violinista de talento, fue compositor y músico oficial de la corte salzburguesa. Su "curso de violín", un método de enseñanza estimado en su tiempo, revela a la vez su capacidad como pedagogo. Advirtió el talento sobrenatural de su hijo y los méritos de su hija Mariana, Nannerl según el diminutivo familiar, buena pianista dotada de bella voz. Nannerl dejó testimonios escritos muy precisos sobre la infancia de su genial hermano, cinco años menor que ella: "Desde que comenzó a dedicarse a la música, todos sus sentidos murieron para otros temas. Hasta las niñerías y juegos, para interesarle debían estar acompañados de música".

"Mis dos hijos nacieron músicos" escribió con justificado orgullo Leopoldo. El niño era también comediante, buen histrión, inquieto, movedizo, estuviera de buen o mal talante, conversador y bufonesco. Como compositor será capaz de imitar a todos los colegas que conoció: Christian Bach, Michael y Franz Joseph Haydn o Piccini.

Dos fueron las influencias básicas en la formación de Mozart. Por una parte la presencia del padre, dedicado con devoción y atenta mirada de pedagogo al progreso de sus hijos. Por otro, el clima musical de Salzburgo, ciudad que había escapado a los estragos de la Guerra de los Siete Años. Bañada por el río Salzach, y situada en los confines de Baviera y Austria, la ciudad era un centro de gran actividad musical. La capilla del arzobispado, la corte y la abadía de San Pedro convergían en este sentido. Por la ciudad desfilaron o vivieron músicos de real talento como Eberlin, que en el momento del nacimiento de Mozart era uno de los más sólidos contrapuntistas de toda Alemania, o Adlgasser, discípulo de Eberlin, de regreso en Salzburgo después de una exitosa carrera cumplida lejos de ella. También Michael Haydn, sucesor de Eberlin, organista de la catedral de la ciudad y por años maestro del joven Mozart.

Wyzewa, especialista en Mozart, retrata el espíritu de la ciudad que define como una mezcla de "ternura y alegría", una especie de "sensibilidad dulce y ligera" que se detecta en las canciones populares, en las melodías compuestas por los músicos locales para el carillón de la Fortaleza, como así también en las composiciones de Eberlin o Adlgasser.

UN MÚSICO ITINERANTE. En 1762, a los seis años, Mozart escribe su primera obra: un minué para clavecín al que siguen de inmediato otros tres y un pequeño fragmento de sonata. El flujo de esas primeras creaciones se detiene luego un poco, porque comienzan los viajes en los cuales su padre muestra, en cortes y ciudades europeas, el talento prodigioso de Mozart y la musicalidad prematura de Nannerl.

Ese año Leopoldo le enseña a contar y a escribir. En octubre llegan a Viena. Allí, en medio de la corte y rodeado por la nobleza, Mozart insiste en llamar a Wagenseil (1715- 1777), famoso compositor nativo de la ciudad. Insiste tanto que el emperador Francisco ordena que traigan al viejo maestro. Mozart le dice entonces que iba a interpretar uno de sus conciertos "y era preciso que él le pasara las páginas".

Mayor importancia tiene el viaje a París y Londres, con un itinerario donde figuran Munich, Augsburgo, Stuttgart, Mannheim y Bruselas. La estadía en la capital francesa se extiende desde fines de noviembre de 1763 hasta el 10 de abril de 1764. Allí Mozart conoce a Johann Schobert, importante músico de origen alemán. Radicado en París, se había integrado a la música de la ciudad y fue uno de los pilares en el desarrollo de la ejecución en el clave. En su segundo viaje a París, Mozart comprará ediciones francesas de sus sonatas que luego enseñará a sus alumnos.

Londres hospeda a los viajeros por más de un año, desde el 29 de abril de 1764 al primero de agosto de 1765. Mozart y su hermana se presentan ante el rey y la reina. El 28 de abril, durante tres horas a partir de las seis de la tarde, Mozart toca a pedido del monarca obras de Wagenseil, Bach, Abel y Haendel. El prodigioso ejecutante toca todo lo que le ponen delante, a primera vista y cuando se sienta al órgano es elogiado por encima de sus dotes de clavecinista. Acompaña a la reina que canta un aria, participa en sesiones de música de cámara y sobre todo conoce a Christian Bach.

Christian, hijo menor de Juan Sebastián, se había formado en Berlín con su hermano Emmanuel, luego de las lecciones recibidas de su padre. Cuando encuentra a Mozart tenía treinta años. Era una persona encantadora, respetada en el medio musical londinense, donde con Abel había fundado, los "Bach-Abel Concerts", era músico oficial de la corona británica, y se le considera un precursor del clasicismo vienés. A pesar del corto tiempo de contacto personal, Mozart reconoce su influencia.

De la estadía en Londres es posible citar el testimonio del naturalista Saines Barrington, quien presenta a Mozart el manuscrito de una obra compuesta por un embajador inglés, sobre texto de Metastasio. Wolfgang tocó en el clavecín la introducción instrumental a la perfección y luego, en la parte vocal, tomó el registro alto mientras su padre cantaba el bajo. Según Barrington, Leopoldo cometió algún error, pero el niño se mostró totalmente seguro en el estilo, la lectura y la fluidez de su interpretación.

Previo paso por Holanda, la familia vuelve a París y allí permanece de abril a julio de 1766. La información es escasa pero de todas formas se sabe que Mozart, tal como lo muestra el cuadro de Olivier en el Museo del Louvre, tocó en el Temple, en la casa del Príncipe Conti y encontró aquí otra vez a su venerado Schobert. El retorno a Salzburgo es triunfal: llueven encargos al niño prodigio que tiene ya diez años.

El viaje siguiente lleva a los Mozart a Viena durante todo el año 1768. La varicela alcanza a los dos niños en Olmütz, ciudad en la que se refugian ante la epidemia que arrincona a Viena. Ello hace que el viaje sea, desde el punto de vista material, un fracaso. En otro plano, resulta enriquecedor para el pequeño maestro que escucha y observa todo lo que propone la ciudad imperial. El propio emperador José II conversa con Mozart y le solicita que componga una ópera. Leopoldo se preocupa de este proyecto sin que finalmente cuaje. Mozart escucha Alceste, una de las óperas fundamentales de Gluck, hecho que justifica el viaje.

Leopoldo no deja de advertir cierta dosis de frivolidad en los nobles vieneses, absorbidos por el baile en una medida desmesurada. Pero sería injusto no agregar que al margen de esta pasión y sus connotaciones negativas —algo que padecería después Beethoven—, es la música lo que reina en Viena, impregnando el clima cotidiano de la ciudad. El joven Mozart lo disfrutó a raudales.

ENCUENTRO CON ITALIA. El viaje a Italia marca una etapa fundamental en el desarrollo de Mozart. Durante un año y medio, de diciembre de 1769 a marzo de 1771, recorre varias ciudades adquiriendo conocimientos que modifican su visión de la música. Milán, Florencia, Nápoles, Roma y Bolonia son algunas de la estaciones de ese itinerario de experiencias renovadoras. Cada una significa una nueva arista en la formación del adolescente que esta vez viaja solo con su padre.

Al día siguiente de la partida Mozart dirige a su hermana una misiva breve, sin ningún contenido importante, pero escrita en italiano. Se había preparado para su viaje, estudiando la lengua del Dante. La correspondencia que Mozart escribe a su hermana narra las experiencias que más lo conmocionan: la ópera de Mantua, la calidad de los cantantes, la orquesta de Cremona. En agosto de 1770 comenta a Nannerl que ha compuesto "cuatro sinfonías italianas", sin contar "no menos de cinco o seis arias, además de un motete".

Uno de los acontecimientos capitales del viaje es el encuentro, en Bolonia, con el Padre Martini, compositor, historiador y erudito, considerado como una de las mayores autoridades de su tiempo. El encuentro tuvo lugar el 27 de marzo de 1770, en la casa del conde Pallavicini. Siguen varias visitas de Mozart a la casa de Martini, que son ocasión para que el maestro italiano se sorprenda por la habilidad del joven en el desarrollo de una fuga sobre el tema que él mismo le dicta. Mozart es su alumno durante la residencia en Bolonia, anudando una larga amistad.

A partir del viaje a Italia se advierte en las composiciones de Mozart un cambio sustancial que se mide, entre otras razones, en el creciente empleo del contrapunto. Aún aquellas obras que se inscriben en el estilo "galante" muestran este enriquecimiento. El Mozart que regresa a Salzburgo es en realidad otro músico, penetrado por la sabiduría de la forma y colmado por los hallazgos en la península. La línea del canto, que hasta entonces había sido de índole instrumental, al influjo de las enseñanzas del Padre Martini y en contacto con Italia se convierte en "vocal", tributaria de la voz.

El segundo viaje a Italia, en la segunda mitad de 1771, refuerza las consecuencias del anterior y las composiciones instrumentales, en su mayor parte sinfonías, a veces oberturas destinadas a servir de introducción a serenatas u otras formas, que se confunden con himnos religiosos y obras de destino teatral.

Al regresar, cuando llega a Salzburgo, muere el arzobispo Segismundo de Schrattenbach, quien había dedicado al músico un trato y comprensión manifiestos. Accede entonces al arzobispado de la ciudad el conde-príncipe Hyeronimus Colloredo, personaje totalmente distinto de su predecesor, que hará al músico la vida imposible.

Habrá todavía un tercer viaje a Italia. Será a la ciudad de Milán, entre octubre de 1772 y marzo de 1773, momento en el cual escribe a pedido la ópera Lucio Silla. En este tramo de la vida de Mozart ocurre la gran crisis romántica, que comparte con otros músicos como Joseph Haydn, Gluck, Vanhall y Dittersdorf. Parecería que 1772 haya sido el momento en el cual se traslada a la música el espíritu del movimiento literario Sturm und Drang (en español "tormenta e ímpetu"), precursor precisamente del romanticismo alemán. Lucio Silla revela esta crisis, el patetismo y la intensidad de su música se expresa en movimientos lentos, de carácter melancólico, en la reiteración del modo menor y en los minués cantables y emotivos.

UN PUNTAPIHISTÓRICO. El arzobispo Colloredo no puede dejar de advertir que su músico, que él trataba como si fuera del servicio doméstico, en cada uno de sus viajes incrementaba su prestigio y contactos. Es decir, que tarde o temprano abandonaría su servicio, y Salzburgo. El tema es que Mozart detestaba su ciudad natal, en parte por el trato que recibía del arzobispo.

El 8 de abril de 1781 Colloredo ofrece un concierto donde se estrenan tres obras de Mozart. Una de ellas, la sonata para violín y piano IK 372, la compone el músico la noche antes. Acuciado por el tiempo escribe solamente la parte del teclado y confía a su infalible memoria la del violín, que por supuesto ejecuta él mismo. El arzobispo no considera el esfuerzo de su servidor y, por el contrario, le impide acudir a una velada en la casa de la condesa de Thun, que contará con la presencia del emperador y a la cual Mozart es invitado. Mozart se enfurece porque no solamente es coartado en su libertad, sino que le impiden complementar el magro salario del arzobispo con otras actividades. El tenor Adamberger y la cantante Weigl reciben por su actuación en casa de la condesa cincuenta ducados cada uno.

La situación hace crisis cuando Mozart se niega a llevar un paquete que envía Colloredo a Salzburgo. El arzobispo, con el músico incluido en su séquito, está en Viena correspondiendo al emperador cuando muere la emperatriz María Teresa. Ante su negativa a convertirse en mandadero, Mozart es insultado por su patrón. De forma audaz el músico lo interrumpe en medio de su ira: "¿Su Gracia no está conforme conmigo?". La respuesta suma más improperios y se cierra con un "vete ya". Al día siguiente el músico presenta su dimisión al superintendente de cocina, el conde Arco.

Días más tarde, cuando Mozart intenta entregar personalmente a Colloredo un último "memorial", el conde le cierra el paso en la antecámara del arzobispo. Se produce otra escena violenta y Mozart recibe un puntapié que lo arroja fuera de la habitación.

A partir de este increíble acto de humillación Mozart es un hombre libre. Elige, como hacía tiempo lo deseaba, instalarse en la Viena imperial para lograr un ámbito donde su arte sea reconocido.

MÚSICO VIENÉS. "Ayer, el 16, he arribado en la diligencia, totalmente solo, ¡Dios sea loado!". Con estas palabras Wolfgang contaba a su padre la llegada a Viena, en una carta fechada el 17 de marzo de 1781. Tenía en ese momento veinticinco años, había estado por tres veces en Viena y no tenía dudas de que ese era el lugar para ejercitar su genio. Poco después dice otra vez a Leopoldo: "le aseguro que es una ciudad espléndida y la mejor del mundo para mi profesión".

Desde los comienzos de mayo de ese año se aloja en el segundo piso del hogar de la familia Weber. La anciana dueña de casa, al morir su esposo, decide alquilar las habitaciones sobrantes. Mozart es feliz en ese ambiente familiar, en especial con las hijas de la señora, lo cual deriva en su enamoramiento por Constanza Weber. El 4 de agosto de 1782, en la catedral de San Esteban, donde fue niño de coro Haydn y lo será Schubert, tiene lugar la boda que consagra a la pareja y que durará toda la vida de Mozart.

Los diez años finales de su vida que transcurren en Viena son los que ven nacer sus obras más importantes. Los ingresos para sostenerse él y su familia provienen de las clases que dicta a miembros de la nobleza, y de los conciertos y óperas que son, sin duda, la fuente más significativa de sus recursos. La ópera provee al compositor de una suma fija. Si el éxito acompaña la obra, el empresario es el favorecido, porque la práctica omitía toda participación del compositor en los ingresos por localidades vendidas.

En realidad Mozart no alcanzó nunca a nivelar su presupuesto familiar. Cayó en manos de usureros y abundaban las continuas demandas de dinero a algún amigo. La salud del compositor se vio minada por esta situación de permanente inestabilidad. Mozart no amaba enseñar, aunque las dificultades mencionadas lo obligaron a captar alumnos. A veces, en un número que comprometía el tiempo consagrado a la composición. De hecho, al igual que Balzac, puede decirse que al margen del flujo incontenible de su talento, la masa abrumadora de sus obras responde también a la imperiosa necesidad de venderlas para vivir.

El músico ha dejado un testimonio de su rutina diaria: "A las seis de la mañana siempre estoy peinado y a las siete, completamente vestido. A continuación, escribo hasta las nueve. De nueve a una doy mis clases. Después como, cuando no me han invitado; de ser así, no lo hago hasta las dos y aún a las tres. Antes de las cinco o las seis de la tarde no puedo trabajar y a menudo ni siquiera a esa hora, porque hay concierto. De lo contrario, escribo hasta las nueve. Como no puedo confiar en escribir por la tarde a causa de los conciertos imprevistos y por la inseguridad de que me llamen aquí o allá, procuro, sobre todo cuando llego temprano a casa, escribir todavía un poco antes de acostarme; de este modo muchas veces se me pasa el tiempo hasta la una. Después, a las seis, ¡arriba otra vez!".

En agosto de 1781 recibe el libro de la que sería su ópera El rapto del Serrallo. El tema "turco" fascina a Mozart que cuenta poco tiempo para componerla porque el estreno está previsto para mediados de setiembre. En realidad se trata de un singspiel, es decir, con parte del texto recitado y no cantado, forma que se llama opera-comique en Francia y zarzuela en España. En manos de Mozart es una obra maestra de gracia y humor, en parte con el desarrollo de Osmín, el personaje que profiere amenazas de torturas indecibles. El emperador José II había adoptado para el singspiel el Teatro Real, fomentando el género en carácter de "opereta nacional". Estrenada el 16 de julio de 1782, muy tardíamente con relación a la fecha prevista originalmente, el Rapto... es un éxito y logra en ese año quince representaciones, lo que constituye una cifra muy importante para la época.

El rapto del Serrallo no sólo es la primera obra que difunde el nombre de Mozart fuera de fronteras nacionales, sino que marca un rumbo en la constitución de una ópera nacional alemana, algo que fructificará en el siglo XIX con Weber y Beethoven.

OBRA INCONCLUSA. La mitología romántica ha tejido una leyenda en la cual el compositor italiano Antonio Salieri era el enemigo de Mozart. Se le atribuye, además, una delirante historia de envenenamiento. La leyenda tiene secuelas literarias, porque el poeta ruso Pushkin escribe una obra teatral llamada precisamente Mozart y Salieri, que Rimsky Korsakov convirtió en ópera. La rivalidad existió, algo humanamente comprensible entre dos músicos que competían por los favores de la corte imperial.

En cambio, entre Mozart y Joseph Haydn siempre hubo una amistad profunda, acompañada de admiración recíproca. Responsables básicos en la constitución del "clasicismo vienés", Mozart llamaba a su amigo, "papá Haydn". Influido por los "cuartetos de cuerda rusos" que compone Haydn, Mozart crea una serie de seis que envía a Haydn con una cariñosa dedicatoria.

Junto a los cuartetos y otras composiciones de música de cámara, Wolfgang abordó otras dos líneas de obras instrumentales que no solo revisten importancia en sí mismas, sino que además son hitos primordiales en el desarrollo posterior de esas formas, particularmente en el siglo XIX. Se trata de los conciertos para piano, violín, corno, clarinete y otros solistas, como así mismo de las sinfonías. Mozart escribe en los años de Viena catorce de los veintitrés conciertos que dedicó al teclado. Como ejecutante, su virtuosismo era proverbial, de modo que es posible decir, en la medida que él mismo estrenó esas composiciones, que el creador Mozart trabajaba para el pianista Mozart.

Las sinfonías compuestas en los últimos diez años vividos en Viena van desde la número 36, Sinfonía de Linz, hasta la trilogía final, que lleva los números 39, 40 y 41. Estas sinfonías fueron compuestas en el verano de 1788 y son por su intensidad expresiva anticipos del romanticismo y del pathos beethoveniano.

En este período las otras dos obras capitales pertenecen al teatro y son las óperas Don Juan y La flauta mágica. Con ellas cierra por todo lo alto sus incursiones en el escenario lírico. Ya había triunfado con El rapto del Serrallo cuando la figura de Fígaro lo atrapa. Mozart conoció El barbero de Sevilla de Paisiello y es seguro que el éxito de esta ópera lo acercó a Beaumarchais. A pesar de que la anécdota del Barbero... es más sencilla, con una trama menos ardua, la historia de Las bodas de Fígaro con sus aristas burlonas, seduce al músico que lo trata como una comedia de equivocaciones con una fuerza teatral que el tiempo no ha derrotado.

Pero sin duda el "drama gioccoso" Don Juan es una empresa de alcance mayor. El tema mismo es uno de esos mitos de significado hondo que abarca la naturaleza humana en muchos sentidos. Lo demoníaco, la sensualidad, el erotismo sin amor, la audacia y valor del protagonista, configuran un complejo y contradictorio resumen que logró interesar desde siempre. Kierkegaard se detuvo a considerar las motivaciones que oculta Don Juan, el tema convocó a Molière, Corneille, Goldoni. A su vez Gluck le dedicó un ballet, y el propio Mozart concentra en la figura de Don Juan el poder del mal, lo torna verosímil y carnal, despiadadamente verdadero, escandalizando a los contemporáneos.

Como otra cara de la moneda, La flauta mágica cierra la relación de Wolfgang y el teatro con una obra de simbolismo oscuro y amplio, masonería incluida. El músico ha ido y venido a Praga, a Frankfurt, empujado por el peso de las deudas que minan su ánimo pero no su capacidad creadora. Su vida cotidiana es una permanente zozobra, sus conciertos por abono no logran convocar oyentes. Pero movido por sus convicciones masónicas y quizá por el inevitable recurso del idealismo cuando el entorno es hostil, encuentra fuerzas para abordar la última obra maestra a la que pudo dar término total.

El 20 de setiembre se estrena La flauta mágica con enorme éxito y un mes después ha alcanzado las veinticuatro representaciones. El maestro disfruta de ese reconocimiento de los vieneses y aborda la Misa de Réquiem que le encarga un misterioso personaje. Hoy se sabe quien se procuraba esa obra en condiciones extrañas para exhibirla como propia: el conde Franz de Walsegg.

En el espíritu herido por las circunstancias del encargo, Mozart imagina que todo el asunto del Réquiem es su propio final y que ha sido envenenado. Con la cabeza apoyada en la pared de su habitación y la partitura manuscrita del Réquiem inconcluso en el lecho, la muerte lo alcanza el 5 de diciembre de 1791. Tenía treinta y cinco años, dejaba unas setecientas obras y es lícito preguntarse, como el director alemán Peter Maag, ¿qué hubiera sucedido en la historia de la música si Mozart hubiera vivido diez años más?

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