Asir la tradición

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OSCAR BRANDO

A FINES DE los años 40 Morosoli entabló una relación duradera con el grupo de la revista Asir. A las habituales colaboraciones con el suplemento dominical de El Día, iniciadas en 1934, Morosoli había ido sumando, a lo largo del tiempo, intervenciones en otros medios que solicitaban sus cuentos y conferencias. La revista Minas y varias publicaciones montevideanas, entre ellas Marcha, habían hecho lugar a sus escritos. Las charlas se multiplicaban, requerido por la Junta Departamental, la Biblioteca Nacional y otras organizaciones culturales. Una carta de Carlos Maggi de julio de 1948, que se conserva en el archivo Morosoli, informa que ya envió a la imprenta un cuento del minuano que saldría en la entrega siguiente de una revista de la que Maggi no dice el nombre pero que no puede ser otra que Escritura. Maggi expresa, como elogio, que querría que Espínola leyese la colaboración de Morosoli, dejando sentada la autoridad de Paco en el tema. El cuento de Morosoli no apareció, como había prometido Maggi, en el número 5, de setiembre de 1948; recién hubo una colaboración de Morosoli (tal vez el texto que había quedado pendiente) en la novena (y última) entrega de Escritura, en noviembre de 1950. Maggi ya no figuraba ni en la dirección de la revista ni en la de la sección "Novela y cuento" desde el número 6.

BORDOLI Y ASIR. En la relación más estrecha con Asir ha de haber pesado el hecho de que se tratara de una revista nacida en el interior del país, en la ciudad de Mercedes. El contacto epistolar lo realizó con Domingo Bordoli. La revista, cuyo número 1 salió en marzo de 1948, no había tenido a Bordoli entre sus fundadores. Su nombre recién ingresó a la Dirección y a la Redacción Responsable en la octava entrega, fechada en abril de 1949. Pero su influencia se notó ya en ese número. La revista tomó un sesgo más literario, abrió secciones de "Ensayos", "Poesías" y "Narraciones" y se ocupó de mostrar la producción de la promoción de creadores en curso. Para ello debió estar atenta a lo que se iba publicando y tirar las redes para capturar lo que estaba en ciernes. Rápidamente, esto último tomó forma en el llamado a concurso de cuentos para menores de 25 años que se hizo en el número 10, de julio de 1949. Los resultados del concurso se conocieron dos números después, en el mes de octubre. En la entrega 12 se publicaron los cuentos premiados y un juicio cuidadoso de cada uno de los jurados (Visca, Castillo, Falco, Trillo Pays y Bordoli) sobre cada cuento.

De esos días son las cartas más antiguas de Bordoli que conserva el archivo Morosoli. La primera, del 9 de noviembre, hace referencia a un intercambio anterior, probablemente el que iniciara la relación epistolar. No es difícil suponer que haya sido Bordoli el primero en escribir, seguramente invitando a Morosoli a participar en la revista. En la carta del 9 de noviembre le pide que le mande un texto para poder incluir en el número 13 y el 26 del mismo mes vuelve a escribir informando que recibió el fragmento de la novela. Efectivamente, en la entrega 13 saldría la primera colaboración de Morosoli con Asir: un adelanto de la aún inédita Muchachos, acompañado por una presentación del autor firmada por Domingo Bordoli.

En las dos cartas citadas Bordoli deja adivinar una complicidad establecida de inmediato con Morosoli. Creen haberse adivinado las inclinaciones. Bordoli comete incluso la ingenuidad de confundir a Morosoli con sus personajes simples: le dice que le gustaría conocerlo, que tal vez algún domingo le caiga a prosear, seguro de no encontrarlo porque andará a puro monte o a la orilla del pueblo. La confusión entre el escritor y sus criaturas presume un Morosoli que se larga a ver la vida con sus propios ojos para descubrir los significados recónditos de hombres y de paisajes, tal como se lo expresa Bordoli en otra carta de mediados de 1950. Esta actitud, según Bordoli, ha demorado la comprensión de la obra de Morosoli entre aquellos pegados a los libros y no a la vida.

Los libros o la vida expresaba una oposición en la que se solazaban algunos grupos de contertulios nucleados en revistas o peñas de café. En la carta del 26 de noviembre, en el orden de las complicidades con Morosoli, Bordoli le escribe: "Hay una serie de pitucos grévanos que nos tiran a la cabeza, diciendo que (Asir) es una revista de campaña con olor a yuyos. Como si el olor a yuyos nos avergonzara". Es arriesgado tratar de adivinar a quiénes se refiere con ese calificativo tan epocal, tan pasado de moda. Por cierto que había una geopolítica de las publicaciones literarias, de los grupos y las peñas. Pero al mismo tiempo existía un entrelazado tal, que hace difícil hoy reproducir los enfrentamientos. Bordoli, sin ir más lejos, había sido colaborador de la muy ciudadana Escritura (blanco posible de los adjetivos) en los primeros números, aunque a la distancia se pudiese considerar un medio poco afín a alguien sospechable de olor a yuyos. Los otros colectivos, los que sumaban los colaboradores de Marcha con los de la revista Número, tenían diferencias importantes con la orientación de Asir (seguramente Asir y Número coincidían en considerar "distinguida" la publicación Escritura). Sin embargo los intercambios entre ambas revistas, y luego las editoriales que crearon, fueron frecuentes, sin contar con la publicidad sostenida que contrató en Asir la revista Número para anunciar cada una de las entregas.

LOS ANTIS. No solo la radicación en el interior hizo que Morosoli se acercara a Asir. Hubo también coincidencias conceptuales. El aire antiintelectual y antimoderno, que los de Asir impostaron con rebuscada intención fue, en Morosoli, el natural declive de su circunstancia biográfica.

No fue raro que Morosoli comenzara así sus conferencias: "Se sabe aquí que no soy un literato -de lo cual Dios me libre y guarde- sino simplemente un escribe papeles… Trabajo pues con la tranquilidad de que no soy un artista sino un hombre que anda entre los demás buscando entenderlos para entenderse a sí mismo y el tiempo en que vive…". O: "No pretendo dictar una conferencia. Aspiro solamente a conversar un poco, etc.".

Morosoli, como Onetti en esos años, renegaría de su condición de hombre de letras. Asomó la vergüenza de que se lo confundiera con tal especie, sostenida en el prejuicio de que el literato era alguien más preocupado por el arte que por la vida. Morosoli coincidió con los integrantes de Asir en dar la espalda a las sofisticaciones que la cultura uruguaya comenzaba a adquirir por contaminación de retóricas europeas. Aspectos "modernos" del pensamiento y de la literatura, que tenían sus epicentros en países del Norte, eran vistos como contrarios al sencillismo de una tradición apta aún para seguir relevando la vida de la gente de por aquí.

Morosoli agregó, a su postura antimoderna, una conciencia política. Refiriéndose a la obra del colombiano José Eustasio Rivera y a su técnica creativa dijo que era "nada menos que la primera revelación de un mundo y un hombre agónico dentro de él. La primera obra que contiene el drama primero y único de América -los otros son consecuencia de éste- esto es, la riqueza generando la miseria. El hombre civilizado destruyendo al hombre americano aún no civilizado en el sentido de la técnica, pero más puro, más hombre, más necesario a América que el que lo explota y destruye en nombre de un progreso que oculta las uñas, las garras y los dientes de un capitalismo insaciable" ("La novela de masas").

La presentación de Washington Lockhart que escribió Carlos Real de Azúa en su Antología del ensayo uruguayo contemporáneo resultaría una buena radiografía del grupo Asir. Lockhart, dice Real de Azúa, se trazó un programa en el que predominó la crisis de sentido del mundo, la existencia, el individuo. La cultura de masas, la sociedad industrial, según su razonar, condenaba al hombre a la soledad, al dolor, al sinsentido de la vida. El individualismo, que se desprendía naturalmente de esa libertad dolida, no se cancelaba con terapéuticas sociales o por lo menos no con aquellas que no estuvieran dispuestas a proponer una "comunión" que convocara al sentido de lo trascendente. La cita de los primeros versos del poema "Patmos" de Hölderlin fue la guía de Asir: "Cercano está, mas es difícil de asir el dios". Heidegger, lector privilegiado de Hölderlin, explicó que el dios es difícil de asir porque está demasiado cerca. Es misión del poeta seguir nombrando al dios cuando el hombre no ve esa manifestación, alejarlo para que siga viniendo, anticiparse a su advenimiento. Pero en ese tiempo el nombrar debe ser oscuro, en silencio, en reposo. Se vive el sentimiento de ausencia de los dioses y solo la palabra sagrada del poeta puede expresar lo no dicho en su decir.

LA "CRÍTICA RECTORA" Y EL "DOCUMENTO TREMANTE". Ni Lockhart ni Asir como proyecto cultural se propusieron la restauración o la recuperación de ningún nativismo. Sin embargo, una especie de postulación antimoderna deploradora de los falsos dioses de la sociedad masificada hizo posible la adhesión a una tradición nacional en la que sobrevivían rastros todavía incitantes de lo rural, así fuera no más que en las gestualidades: mate, rasgueos guitarreros, tabaco para armar. Mejor que en Lockhart (o que en Guido Castillo, uno de los paradigmas bergaminianos de la andadura existencial de Asir) Real de Azúa vio en Domingo Bordoli o en Arturo Sergio Visca la puesta en escena de esos calificadores. De Visca subrayó su peripecia vital modesta, su emoción pobrista, su proclividad a los ritos criollos. De Bordoli, el carácter disperso, oral de su obra que dejó huellas de imprecisable perduración en los muchos alumnos que escucharon hipnóticamente sus clases o en la audiencia que atinó a seguir sus conversaciones radiales sobre los clásicos, sus diálogos con otros escritores, las divagaciones a que lo llevaba su tentación por la filosofía.

Alguna vez Morosoli se pronunció acerca de la oposición literatura uruguaya/modelos extranjeros, levantándose contra la acusación o el aserto de que solo estos últimos eran capaces de superar los límites de lo realista, pintoresco o anecdótico. Dijo en el ensayo "Algunas ideas sobre la narración como arte y sobre lo que ella puede tener como documento histórico": "Cierta crítica llamada rectora… ha dado, a título de analizar, en comparar lo universal con lo nuestro. Sin duda olvidan que lo universal ya consagrado, lo de los más grandes autores, es el resultante de las más viejas culturas y enormes ciclos de producción y que en ningún caso, una producción pequeñísima como la nuestra, puede enfrentarse a una selección universal que es en cierto modo una culminación, en tanto que nosotros estamos trabajando en lo profundo entrañable de un principio. Asombra que quienes temen los colonialismos -políticos, económicos, etc.- no adviertan que con esta posición que han tomado frente a nuestra literatura, disminuyéndola, ignorándola, comparándola -mientras exaltan las foráneas- caen en la peor forma de colonialismo, que es el del arte. La obra de nuestros narradores -se dice- no traspone los límites del realismo y la anécdota. No tiene pues el valor que le asignamos los que en el arte de narrar creemos que cumplimos con nuestro propósito relatando de manera simple - pero nuestra- aquello que vemos, observamos y a veces entendemos e irradiamos".

Escrito en forma de conferencia, que Morosoli no publicó y que Heber Raviolo transcribió de los originales, este ensayo no está fechado y no hay datos de dónde pueda haber sido leído. Por los cuentos aludidos en él (si la referencia a los oficios fuese también a los cuentos que los recogen) se trataría de una reflexión hecha hacia mediados de los 50. Probablemente sea una de sus últimas charlas y quién sabe si la llegó a leer. Una hipótesis al borde de la certeza es que la "crítica llamada rectora" a la que aludía el trabajo, y que describía como defensora de lo universal, fuese la de Marcha en el período en el que Emir Rodríguez Monegal piloteó las páginas literarias, 1945-1958.

No es improbable que Morosoli se haya visto ninguneado e incluido en aquello que la "crítica rectora" despreciaba por su limitado realismo o localismo o anecdotismo. Su aproximación a Asir pudo contar, así, con el acicate de esa distancia. En la correspondencia que Morosoli mantuvo con Julio Da Rosa desde fines de 1949 aparecen algunos juicios que apuntan a estos temas. Es Morosoli quien presenta a Da Rosa a la revista Asir, un lugar que rápidamente el escritor de Treinta y Tres haría suyo. Entre los intercambios de recomendaciones, inéditos y publicaciones que se hicieron a lo largo de los años estuvo un ejemplar de la revista Número con un estudio sobre Espínola, que Da Rosa envió a Morosoli a fines de 1950. La respuesta de Morosoli, escrita en enero de 1951, decía: "Del juicio de Número no le digo nada. Esas disecciones, esa forma de hacer anatomía en la mesa de morgue de la gramática, no me parece que tenga nada que ver con lo que debe ser la interpretación de la obra de arte". Se trataba seguramente (en las cartas no se precisa) del artículo que Juan Luis Piccardo había publicado en el número 9 de la revista, sobre las técnicas narrativas en un fragmento de Don Juan el Zorro. No pocas veces ambos se refieren a los trabajos "escritos en académico". La forma de pensar la literatura sigue una línea de coherencia. Ya en la primera carta Morosoli le advertía a su interlocutor: "Mire Da Rosa, creo que no cuenta la forma, ni la conducción ni todo eso que gustan mentar los teóricos. Lo que cuenta es el documento vivo, tremante, putiando o muriendo. Nuestra solidaridad humana hace lo demás". Su idea de una literatura surgida de la experiencia intensa del escritor arrastró un juicio negativo sobre toda crítica que intentara el análisis formal de esos organismos latientes.

RAVIOLES, MATE Y GUITARRA. Sirva para cerrar estos comentarios la descripción de una reunión del grupo Asir. Figura en una carta de Da Rosa a Morosoli fechada el 17 de mayo de 1951: "La noche del sábado último estuvimos de gran tenida con la muchachada de Asir. La cosa era en la casa de Bordoli, en honor de Trillo Pays, con motivo de su designación como director de la Biblioteca Nacional. Éramos como veinte y tuvimos una buena raviolada, preparada allí mismo, entre mate, guitarra y alguna otra variación. Me mostraron su carta a Falco, que a todos tocó a fondo, con su acento amigo. Es que todos lo aprecian muy de veras. Les daría un gran alegrón, si se decidiera a arrimarse por allí un sábado o un domingo de tarde o de noche (…). Estamos tratando de darle mayor difusión a la revista, con una inyeccioncita de publicidad. En el próximo número, que debe aparecer dentro de una o dos semanas, sale un comentario de Bordoli sobre Muchachos".

Se juntan allí los ingredientes esenciales: la celebración de la amistad viril, el espíritu de camaradería y casi de cuerpo ("festejamos que uno de los nuestros haya sido reconocido"), las fibras de sensibilidad (la carta de Morosoli a Falco como contraseña emotiva), el respeto intelectual y humano y, como aderezo, el mate, la guitarra, los ravioles (¿caseros?) y "alguna otra variación" (¿?).

Hubo en Asir la apelación a una tradición que le permitiera sobrellevar el profundo escepticismo que los tiempos depositaban sobre las certidumbres éticas y el amago de sinsentido que se cernía sobre el mundo. De cerca o de lejos, Morosoli adhirió a algunas de esas inquietudes.

*Los papeles de Juan José Morosoli fueron donados por su familia y se custodian en la Sección de Archivos y Documentación del Instituto de Letras (SADIL) de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. El Departamento de Archivos e Investigaciones Literarias de la Biblioteca Nacional conserva copias de la correspondencia entre Juan José Morosoli y Julio Da Rosa.

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