JOSÉ EDUARDO DEGRAZIA
La carpeta del poeta
TODOS lo conocían como un futuro gran escritor. Andaba de arriba a abajo por bares y redacciones de diarios con una carpeta de cartulina. Allí, decía, estaban los poemas, los cuentos, las crónicas. A nadie le mostraba las obras, que estaban siempre a medio hacer. A los amigos, después de algunas cervezas, les recitaba cuartetas, contaba anécdotas, repetía pequeñas historias. De madrugada tomaba el ómnibus para su casa en un barrio distante, abrazando la carpeta que, con el tiempo, ya se deshacía en los bordes.
Los conocidos no se dieron cuenta de su ausencia. En una noche de invierno le vino la tos y entre una falta y otra de aire, le recomendó a su mujer que no olvidara la carpeta, señalándola con un dedo trémulo.
Después del entierro la mujer, que lo amaba, se hizo cargo de sus papeles, de sus pertenencias, de su pequeña pensión, de algunas cuentas por pagar. La carpeta fue quedando encima de la mesa de luz.
Un día en que la nostalgia fue demasiado fuerte ella tomó cariñosamente la vieja carpeta. La abrió: estaba vacía.
La fuente de juventud
CADA año que pasa estoy más nuevo. No fue sin espanto que noté el extraño suceso. La diferencia que el espejo muestra día tras día, no puede ser desmentida.
Antes no festejaba. No veía motivo de júbilo en envejecer. Ahora, en mi aniversario, rejuvenezco y hago grandes fiestas. Todos me elogian, me preguntan la fórmula mágica, la cirugía plástica que me devolvió la juventud.
No hay fórmula, sin embargo. Todo fue obra de la casualidad. Los periodistas vienen a entrevistarme como a un fenómeno. Pero nada puedo darles más allá de mi fotografía. Algunos buscan semejanza entre mi caso y el de El retrato de Dorian Gray pero no hay ninguna semejanza. A no ser que todo envejece a mi alrededor y acaba muriendo. Toda naturaleza posee esa parcela de corrupción de la que estoy libre.
Médicos y científicos experimentaron con partes de mi cuerpo. Piel, pelos, órganos. No encontraron nada. Un estudioso postuló la posibilidad de una virosis desconocida, pero los investigadores serios no lo tuvieron en cuenta.
Pasada la euforia inicial, entré en pánico. Ya rejuvenecí mucho. Soy un extraño para mí mismo. El joven que veo en el espejo todo el día, no es el que fui. Y el comienzo de todo se perdió con las arrugas de mi cara.
El transplante
LA CIRUGÍA fue un éxito: le implantaron un corazón de plástico en el pecho. Le dieron de alta. No hubo rechazo y él puede respirar tranquilamente.
En el camino a casa se enamoró de una muñeca de la juguetería.
El sistema bancario
EL GERENTE preguntó si tenía condiciones para pedir dinero prestado. Quedó tamborileando en la mesa, mirando unos papeles, tomando café, mirando a la secretaria.
Él quedó de pie sin saber qué responder.
Había venido al banco porque precisaba dinero, por lo tanto no tenía dinero.
Si no tenía dinero, precisaba dinero.
El banco era un lugar que tenía dinero.
Nada más lógico que ir al banco a pedir dinero.
El gerente dijo que lamentablemente así no se podía. El banco no prestaba dinero a quien lo precisaba. El banco sólo prestaba dinero a quién tenía dinero. El banco, al prestar dinero a quien tenía dinero, le daba más dinero. El banco sacaba de quien tenía dinero un poco más de lo que prestaba. No podía prestar dinero a quien no tenía dinero.
El gerente ofreció otro cafecito. El gerente pidió que él consiguiera un aval. El gerente insistió para que volviese con la firma de alguien que tuviese dinero.
La única solución fue volver de noche y asaltar el banco.
Perfume de mujer
VIVÍA enfrente de la tienda donde trabajaba la mujer amada. Era una perfumería. Vendía cosméticos, polvos, bases, rimmel, esmaltes de uñas y tinta para el cabello. Ser bonita y atrayente era parte de su trabajo. Se vestía siempre con cuidado. Realzaba la belleza del rostro con todo el arsenal que tenía a disposición en la tienda. Y conquistaba a clientas y clientes. Él era uno de ellos.
Un día fue a la tienda a comprar un regalo de aniversario de casamiento para su mujer. Y se enamoró cuando ella, para mostrarle la esencia de un perfume, se lo puso detrás de la oreja y le pidió que aspirase. Se contuvo para no besar el cuello aterciopelado. Y volvió muchas veces, haciendo compras caras. Su mujer, cuando empezó a recibir regalos fuera de hora, le dijo en la cara: "el hombre que comienza a dar muchos regalos a su mujer es porque tiene conciencia de culpa".
Pero ella no parecía entender la insistencia de aquel cliente tímido y ceremonioso. Apenas sabía que compraba mucho y que sólo con él ella sacaba una buena comisión a fin de mes. Hasta pensaba que él debería tener una gran pasión. Sólo un hombre enamorado compra tantos perfumes. Y tuvo hasta un poco de celos de aquella mujer que debería ser tan amada.
El autor
NACIDO en Porto Alegre, en 1951, José Eduardo Degrazia es poeta, narrador y periodista. En poesía publicó, entre otros, Lavra permanente, Cidade submersa, A porta do sol, A urna Guaraní. Es autor de una novela O reino de macambira, y de los libros de cuentos O atleta recordista, A orelha do bugre, A terra sem males, y Os leões salvagens de Tanganica. Es traductor de Pablo Neruda y otros poetas latinoamericanos. Los textos de esta página pertenecen a A orelha do bugre, y fueron traducidos por Rosario Peyrou.