Complejo de Adán

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Francisco Corral

EL PERIODISTA Gregorio Morán (firma habitual de La Vanguardia de Barcelona) emprende una particular peregrinación literaria a la búsqueda de Rafael Barrett. Y al tiempo que va glosando al autor, va narrando las anécdotas de su viaje por Paraguay, Uruguay y Argentina; viaje en parte frustrado, ya que a algunos de los lugares más significativos, como Corumbá y Laguna Porá, no consiguió llegar. Frustrante es también la entrevista en Montevideo con su biógrafo, Vladimiro Muñoz, ya de edad muy avanzada y visiblemente incomodado con la visita.

Así y todo, el libro ofrece el interés periodístico de quien ha encontrado un personaje fascinante y se pone en marcha persiguiendo sus huellas en una especie de recorrido iniciático. Es fácil, en estos casos, confundir el descubrimiento personal con el descubrimiento absoluto y caer en el conocido "complejo de Adán". Es lo que le ocurre a Morán, que pretende, a estas alturas, "¡Descubrir un escritor en el siglo XXI, que murió hace un siglo!" (p. 59).

Afirma Morán sin sonrojo, que Barrett "sigue ignoto" (p. 59) y también: "No creo que exista otro autor tan ninguneado como Barrett" (p. 47). Resulta sorprendente que se pueda calificar de "ignoto" a un autor sobre cuya obra se han publicado más de medio centenar de libros en al menos nueve países desde su muerte en 1910, incluyendo seis ediciones de Obras Completas en Uruguay, Argentina y Paraguay. ¿"Ninguneado" un autor al que Augusto Roa Bastos ha dedicado una extensa y magistral semblanza, un escritor al que Borges calificó de "genial" y hacia el que han expresado su admiración, con encendidos elogios, tanto Rodó como Valle-Inclán, Ramiro de Maeztu, Emilio Frugoni, Carlos Vaz Ferreira, Luis Hierro Gambardella, Mario Benedetti, Carlos Rama, Eduardo Galeano, Daniel Viglietti, Abelardo Castillo… y un largo etcétera, además del propio Roa Bastos, que le destaca como su principal referencia literaria?

Su anarquismo, un posavasos. Critica Morán con virulencia el que Barrett haya sido catalogado de anarquista ("apelaron a su supuesta anarquía como quien pone un posavasos" (p. 54), "se me descomponen las meninges ante tan retórica mediocridad" (p. 219), "un explícito acratismo que jamás será su opción política o intelectual" (p. 43). Y con ello pretende rebatir la opinión general de todos sus comentaristas; y pretende también rebatir… ¡al propio Barrett! Porque el hecho incontestable, nos guste o no, es que Barrett se declaró anarquista, actuó como anarquista y escribió como anarquista.

¿Cómo no considerar anarquista a un escritor que propugna la supresión del Estado, la supresión de las leyes, la eliminación del dinero, que ensalza conceptos como "la Aurora" y "la Idea", que propone la huelga general (el "paro terrestre", escribe) y la define como "el anárquico ejército de la paz", un pensador que afirma "el pensamiento en sí es una energía anarquista" y que califica como "héroes" y "mártires" a los anarquistas de acción, un escritor que crea una revista con el nombre de Germinal en cuyo primer número expone su Programa y dice "suprimid el principio de autoridad donde lo halléis" y "combatamos al jefe, a todos los jefes"?

Pero es que además Barrett se declaró expresamente anarquista y detalló sus ideas libertarias en un artículo titulado "Mi anarquismo"; así de claro y con todas las letras, para que nadie pudiera llamarse a engaño. Todo es tan explícito que no hay cómo entender el criterio de Morán, quien, además, expresa su opinión con saña, pero no la argumenta seriamente ni la sustenta en los textos.

El de Barrett no es, desde luego, un anarquismo de vía estrecha ni un simplista encuadramiento en ideas trilladas. Barrett es un pensador penetrante, radicalmente crítico, que se debate en el torbellino de la "crisis de fin de siglo" y que considera el anarquismo como la punta de lanza de la gran corriente revolucionaria que conmovía su tiempo. Con ese criterio, Barrett expresa una opinión en general positiva hacia el socialismo, pero siempre desde una posición anarquista explícita y notoria: "El anarquismo, extrema izquierda del alud emancipador, representa el genio social moderno en su actitud de suma rebeldía", escribe.

el paraguayo. Se asombra Morán de que Barrett no exista en la literatura española. Y la razón es bien simple: donde siempre se le ha incluido es en la literatura paraguaya. Nació Rafael Barrett en 1876 en Torrelavega (España), hijo de padre inglés y madre española, pero fue en Paraguay donde se estableció, donde formó su familia, donde maduró su personalidad y su estilo, donde forjó su compromiso social que le condujo al anarquismo, donde produjo la mayor parte de su obra literaria (otra parte en Uruguay y Argentina) y donde se implicó vitalmente hasta el punto de afirmar que Paraguay era "el único país mío, que amo entrañablemente". Resulta, por tanto, absolutamente lógico que siempre haya sido considerado un escritor paraguayo. Y no puede extrañar que no figure en la literatura española quien nada literario escribió en España.

Barrett vivió en Montevideo apenas tres meses y medio entre finales de 1908 e inicios de 1909, al ser expulsado de Paraguay. Pero ese breve tiempo le bastó para sellar una fuerte sintonía con las vanguardias intelectuales del momento. Y tras su temprana muerte por tuberculosis en 1910, esa relación se mantuvo: las primeras ediciones de sus obras se realizaron todas en Montevideo. Su viuda, Francisca López Maíz (Panchita), se estableció en Montevideo y aquí publicó en 1967 su correspondencia, las emocionantes Cartas íntimas con un magnífico prólogo de Hierro Gambardella, para el que Barrett es "un uruguayo esencial". Sus descendientes también siguieron ligados a esta ciudad: su nieta Soledad tuvo una presencia destacada como dirigente estudiantil en los años sesenta; en 1973 murió asesinada en Recife (Brasil) y en su homenaje Benedetti escribió el poema "Muerte de Soledad Barrett" y Viglietti compuso la canción "Soledad". (Por cierto, Morán dice en su libro que Soledad murió en 1975 y "en combate" (p. 219), errando en la fecha y siguiendo la versión de la dictadura militar, cuando está probado y documentado que fue detenida, torturada y asesinada el 8 de enero de 1973).

Cuando arrogancia rima con ignorancia. Al libro le sobra también (hay que decirlo) demasiada petulancia. Es impresionante la cantidad de descalificaciones e insultos que Morán lanza constantemente a diestro y siniestro:

-A Pío Baroja le trata de "impostor", "mediocre", "cafre" y le atribuye "maldad" y "mal gusto".

-A Benedetti le tacha de "retórica mediocridad" y de haber hecho "más mal aún que los regímenes gorilas", injurias que hace extensivas también a Viglietti.

-A Santiago Alba, autor de una excelente antología, le acusa de "ignorancia imaginativa", "farfolla", "desgana", "pedantería de la indolencia", "vagancia", "interpretación sesgada", de "manipulador" y de haberse "inventado" a Barrett.

-A Vladimiro Muñoz, fallecido en Montevideo en 2006 y autor del mayor trabajo de documentación sobre Barrett, le trata de "patético", de "biógrafo asilvestrado" y de que "su cultura está en la franja que marca la voluntad de pasar del analfabetismo a manejar conceptos que no entiende".

-De Carlos Meneses dice que su libro es "un traje falto de tela".

-A Enrique Marini le llama "filisteo" y le acusa de "desvergüenza". Etc., etc.

Lo grave es que, al lado de tanta arrogancia, el libro está plagado de errores hasta límites inconcebibles. Como enumerarlos en detalle sería tarea pesadísima e interminable, vayan como botón de muestra dos de ellos, de tal calibre que merecerían con todo derecho figurar en cualquier antología del disparate.

Con referencia a un texto en el que Barrett habla de sus colaboraciones "en las principales revistas orientales", Morán se "desespera" y se dice "estupefacto" porque "hasta hoy nadie ha escrito una maldita línea sobre las tales revistas, ni cuáles eran ni qué sacó en ellas" (p. 219). Pues bien, tanto esas revistas como lo que Barrett publicó en ellas, todo está perfectamente documentado en el libro Barrett en Montevideo de Vladimiro Muñoz (a quien Morán trata de patético y de analfabeto, como se ha dicho).

Resulta grotesco que Morán despotrique desde su desconocimiento de esos datos. Pero el asunto llega al más espantoso ridículo cuando lanza nuevas acusaciones de haber creado un Barrett "localista, doméstico" ceñido al ámbito del Cono Sur y nos percatamos del verdadero origen del problema: ¡Morán ignora que por "revistas orientales" Barrett se está refiriendo a revistas del Uruguay! ¡E imagina que se trata de revistas de la China o algo así! Y desde tan asombrosa incultura, todavía se permite lanzar improperios y descalificaciones. Verdaderamente, la ignorancia es atrevida.

Pero Morán supera todos los límites de la pedantería cuando pretende rectificar al propio Barrett ¡sobre su propia esposa! Barrett llama a Panchita "menuda", y en otra ocasión "estrechita"; y Morán le corrige, sí, sí, asegurando que era "rechoncha" y que lo de "menuda" es una "corrección autobiográfica" (p. 137). ¿Y cómo puede estar tan seguro Morán de conocer a Panchita mejor que su propio cónyuge? Pues... ¡porque ha visto una foto! Pero lo más divertido es que se trata de una foto de su hermana Angelina, ¡a la que Morán toma por Panchita! Parece un chiste, pero es verdad; está en el libro, en la séptima foto aparecen los nombres confundidos.

Ése es el tipo de rigor que destila todo el libro de Morán. Libro que, en conclusión, sólo aporta al conocimiento de Barrett el interés de una cierta evocación periodística recogida durante su breve viaje. Lo mejor del libro son, con diferencia, los fragmentos de textos del propio Barrett (densos, precisos, brillantes) a los que, lamentablemente, Morán no concede demasiado espacio empeñado en relatar sus intrascendentes anécdotas personales y en descalificar a medio mundo para alimentar su complejo de Adán.

ASOMBRO Y BÚSQUEDA DE RAFAEL BARRETT, de Gregorio Morán, Alfaguara, Barcelona, 2007. Distribuye Santillana. 299 págs.

Virginia Martínez

Biografía intempestiva

UNA LLAMADA TELEFÓNICA descubrió al periodista español Gregorio Morán la existencia de un escritor llamado Rafael Barrett. Una mañana de sábado un amigo le interrumpió el descanso para leerle una brillante página de Barrett que describe cómo la posesión de unas pocas gallinas -pretexto y símbolo en el relato de los males de la propiedad privada- perturbó el alma de un hombre común.

La lectura telefónica tuvo en Morán la fuerza de una revelación que lo impulsó a iniciar un viaje tras las huellas del autor. "Las putas gallinas tuvieron la culpa", acusa la primera línea de Asombro y búsqueda de Rafael Barrett. El periodista repite la expresión al menos siete veces en las primeras quince páginas de la obra. Barrett le disparó reflexiones que lo llevaron lejos. Mientras escuchaba al amigo en la actitud de "un historiador en trance de cerrar el ciclo del imperio romano", lo asaltó una duda: "¿Se follarían los romanos a las gallinas?" Las cavilaciones de Morán tomaron luego otros rumbos: "¿Se puede entender por violación el follarse a una gallina? ¡Joder, qué tema!"

No se puede reprochar al periodista haber descubierto tarde al escritor hispano paraguayo ni que, hasta la reveladora llamada, ignorara la historia y ubicación geográfica del país donde, según sus propias palabras, Barrett se volvió un hombre bueno. (Confiesa Morán: "Yo nunca había estado en Sudamérica, apenas sabía dónde caía Paraguay en el viejo mapa del colegio"). Lo inadmisible es que Morán se convierta, de la noche a la mañana y con un trabajo que no ahorra errores ni ligerezas, en su más puro exegeta. Todos quienes se ocuparon de Barrett antes que él merecen desprecio o ironía: le "afectan el trigémino" o le "descomponen las meninges". Morán la emprende particularmente contra Francisco Corral, autor de El pensamiento cautivo de Rafael Barrett (Siglo XXI, 1994), obra que combina la investigación minuciosa de las buenas biografías con la profundidad y el vuelo de los mejores ensayos. Pues bien, Morán llama a Corral "inefable profesor" y califica el trabajo como "infumable en su prosa y aberrante en su contenido".

Morán es bien conocido en España por sus "Intempestivas sabatinas", que publica en La Vanguardia. Cáustico y agudo articulista, pocos temas caen fuera de su interés. Parecería como si, entusiasmado por el ingenio y la originalidad de su columna, hubiera decidido trasladarlos a una empresa que requería otra actitud y competencia. La obra que resulta es flaca en contenido e inadecuada en estilo. Y "el estilo es el hombre", escribió Barrett.

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