Una piedra del cielo

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El País

Daniel Veloso

HACE CIEN AÑOS un cuerpo menor del sistema solar, probablemente un asteroide de sólo treinta metros de diámetro, entró en colisión con la Tierra, explotando en la atmósfera y generando una onda de choque que arrasó un bosque en Siberia Central. El impacto se produjo sobre una zona no habitada pero si hubiera ocurrido unas horas más tarde, la rotación de la Tierra habría expuesto a ciudades de Europa como Londres.

Para la historia geológica del planeta, el llamado "Evento de Tunguska", fue un pequeño incidente de una interminable serie de impactos catastróficos que influyeron directamente en el curso de la evolución de la vida. Por ejemplo el choque con un asteroide ocurrido hace 65 millones de años resultó una de las causas, tal vez la principal, de la extinción de los dinosaurios. Estos cuerpos menores, asteroides y cometas, son los remanentes de la formación del sistema solar. La mayoría del gas y el polvo que constituía la nebulosa proto-solar, se condensó hace 4.500 millones de años en el Sol. El resto se fue aglomerando en cuerpos sólidos, llamados planetesimales. Durante un largo período los objetos más grandes fueron absorbiendo a los pequeños a través de innumerables colisiones. De los cien protoplanetas que se calcula que tuvo el sistema solar primitivo quedaron los ocho planetas actuales y millones de asteroides y cometas. Tuvo que pasar más tiempo para que los planetas sobrevivientes limpiaran de escombros sus vecindades, chocando con estos o expulsándolos del sistema solar. Cicatrices de esa época convulsionada marcan las superficies de la Luna, Mercurio, Marte y de varias lunas del sistema solar exterior. Fue necesario que este período de impactos cesara para que pudiera desarrollarse la vida en la Tierra. Aún terminado el gran bombardeo sobre los planetas, ello no implicó que cada cierto tiempo, estos mundos continuaran sufriendo colisiones.

Sin rastros. Una mañana de verano, el 30 de junio de 1908, los pobladores de la taiga siberiana comenzaban con sus trabajos domésticos, limpiando las pieles de la caza del día anterior o preparándose para arar sus campos, cuando una luz en el cielo los deslumbró. El objeto incandescente surcaba el cielo desde el sur-este dejando atrás una larga nube de humo hasta que súbitamente explotó. Ráfagas de aire caliente arrojaron al suelo a los hombres dejando a muchos inconscientes, al tiempo que sus viviendas fueron destruidas por la fuerza del viento. Una nube similar a un hongo atómico fue vista a cientos de kilómetros de distancia y el estruendo, como un enorme trueno, se escuchó aún más lejos.

La onda de choque derribó un área de 2.150 kilómetros cuadrados de bosque. Los científicos calculan que la energía liberada por la explosión fue equivalente a 185 bombas atómicas como la arrojada sobre Hiroshima. Sismógrafos en Alemania, a 10 mil km. de Siberia, registraron el impacto contra la corteza terrestre. Al mismo tiempo, una onda de presión producida en la atmósfera dio dos vueltas a la Tierra siendo registrada por estaciones meteorológicas del hemisferio Norte. En el momento del impacto, en Uruguay eran las nueve y cuarto de la noche del 29 de junio y al otro día, el 30 de junio, el mal tiempo impidió que los barómetros del antiguo Instituto Nacional para la Predicción del Tiempo, ubicados en el Prado, pudieran captar alguna anomalía en la atmósfera.

Mientras, al otro lado del mundo, la explosión sorprendía a animales y a hombres. Los relatos recopilados por los investigadores cuentan de toda una manada de renos muerta por las llamas, de un maquinista del transiberiano que tuvo que detener el tren para no descarrilar por el temblor de tierra, y de un río que se desbordó hundiendo a varios botes. Como el impacto fue en una zona tan remota, las noticias de lo sucedido demoraron semanas en llegar hasta las grandes ciudades de Occidente. Sin embargo los habitantes del norte de Europa se vieron "sorprendidos" esa misma noche del 30 de junio por "el brillo insólito de los cielos", como relatara un testigo en una carta publicada dos días después en el Times de Londres. Según la carta, a la medianoche, desde Brancaster, al este de Inglaterra, "el cielo presentaba el aspecto de un crepúsculo", que duró hasta la madrugada. "La luz en aquella hora era tan intensa que podía leer un libro en mi habitación", relató el observador. El fenómeno se explica por la luz del Sol reflejada en el polvo que eyectó la explosión. El evento cósmico había sucedido en un momento muy convulsionado de la historia de Rusia, que se encontraba ante las puertas de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa. Recién en 1921 la Academia de Ciencias de la Unión Soviética envió una expedición al mando del minerólogo Leonid Kulik. La impenetrable taiga le impidió llegar a su objetivo, pero en un segundo intento en 1927, llegó al epicentro de la explosión. Diecinueve años después el bosque había cubierto sus heridas aunque aún quedaban zonas en que los árboles aparecían derribados como fósforos. Kulik creía que un asteroide ferroso había golpeado la Tierra, pero para su sorpresa no encontró ningún cráter. Excavó en el suelo congelado y no halló rastros del meteorito.

Los troncos derribados señalaban en sentido contrario, hacia el norte, el centro de la explosión, en el que curiosamente los árboles habían quedado en pie. Esto probaba que el objeto no había llegado al suelo, sino que explotó a varios kilómetros de altura, en la atmósfera. Años más tarde se podría comparar la destrucción natural de Tunguska con una ocasionada por el hombre: en la arrasada ciudad de Nagasaki, en 1945, los postes telefónicos que estaban en el epicentro de la explosión de la bomba atómica también quedaron en pie.

En 1938 Kulik tomó fotos aéreas de la zona y descubrió un patrón en la caída de los árboles que recordaba las alas de una mariposa. Con estos datos y los relatos de los testigos, los científicos rusos elaboraron la teoría de que un fragmento de cometa de menos de 50 metros de diámetro, proveniente del sur-este entró en la atmósfera con un ángulo de 30 grados, explotando a 6 u 8 kilómetros de altura. La explosión generó una bola de fuego de 100 mil grados que no llegó al suelo. Pero la onda de choque sí lo hizo, arrasando el bosque. Si un objeto tan pequeño creó tal devastación, era imperioso conocer cómo ocurrió y de qué parte del sistema solar provino.

Hielo y roca. En 1999, una expedición geológica italiana estudió el Lago Cheko, ubicado a 8 kilómetros al norte del epicentro. Los resultados, publicados en 2007, indican que el lago es un cráter formado por un fragmento del objeto de unos 10 metros de diámetro. Utilizando un sonar, la expedición obtuvo lecturas del fondo del lago que señalaban la presencia de sedimentos compactados, lo que los hizo pensar que puede tratarse de un fragmento del objeto. Esta hipótesis aún debe ser confirmada con un estudio más exhaustivo. Sin embargo otros científicos han hecho objeciones, como ser que en las orillas del lago hay árboles con más de 100 años que, de haber caído el meteorito justo en ese punto, no hubieran sobrevivido.

El astrónomo Tabaré Gallardo, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República de Uruguay, especialista en asteroides, piensa que es posible que un fragmento consiguiera llegar al suelo. Explica que en un principio los investigadores calculaban que el cuerpo de Tunguska tendría unos 100 metros pero que luego de que se corrieran varios modelos matemáticos en supercomputadoras se descubrió que un objeto de 30 metros era suficiente para generar todo el daño ocurrido.

Fue en los años sesenta que las expediciones rusas descubrieron en el suelo del bosque unas esferas de vidrio microscópicas llamadas tectitas, producto de la explosión. "Ahí se empezó a especular con que en vez de un asteroide que uno pensaría como una cosa sólida, rígida, que podría llegar al suelo, tal vez lo que impactó en Tunguska fue un cometa", explica Gallardo.

La estructura más frágil de un cometa compuesto de hielo, polvo y materia orgánica, hace que no pueda sobrevivir al choque con una atmósfera densa y que explote. "Pero también hoy en día se piensa que un asteroide perfectamente puede explotar en la atmósfera", aclara el astrónomo. Los asteroides explotan por el calor de la fricción con el aire. "La roca rápidamente siente que la están sometiendo a temperaturas desacostumbradas, además del choque contra la atmósfera, haciendo que no resista y se destruya". Pero si el objeto fuera muy rígido "debería sobrevivir al pasaje por la atmósfera y llegar al suelo", aclara.

Sin embargo, en 2005 la sonda espacial japonesa Hayabusa fotografió el asteroide Itokawa, y reveló que un asteroide también puede ser frágil. Itokawa se asemeja a un montón de escombros unidos sólo por la gravedad. Un objeto como éste se desarmaría al ingresar a la atmósfera. "Durante mucho tiempo se debatió si el evento fue producto de un cometa o un asteroide, pero ya no existe una división entre éstos en cuanto a la estructura física de los cuerpos", dice Gallardo. Esto se debe a que un cometa, al evaporarse su hielo superficial por sus repetidos pasajes cerca del Sol, deja de proyectar una cola y se convierte en un "asteroide disfrazado".

Aparece un fragmento. Durante décadas los científicos trataron de encontrar fragmentos del objeto. Recientemente, al conmemorarse un siglo de Tunguska, se hizo público que en julio de 1988, durante una expedición, el científico ruso Andrei E. Zlobin del Instituto Central de Motores de Aviación de Moscú, encontró un fragmento en la zona de la catástrofe. La pieza -de 10 centímetros de largo, color marrón y forma aerodinámica- recuerda a una "corona dental". De todas maneras se debe aguardar una confirmación de la academia rusa. En 2007 Zlobin entregó un informe en la Conferencia Planetaria de Defensa celebrada en Washington, Estados Unidos. Presentó un modelo tridimensional del impacto cometario en Tunguska. Durante décadas los científicos rusos habían medido el ángulo de caída de miles de árboles derribados en el lugar. Con estos datos Zlobin pudo calcular que el cometa se dividió en cuatro fragmentos ocasionando cuatro explosiones. El escenario de destrucción que arrojó su estudio es impactante. Confirmó que el núcleo de un cometa puede penetrar más profundamente en la atmósfera de lo que se creía. También las quemaduras en herradura y la gran dispersión alcanzada por los fragmentos demuestran el inmenso daño que hubiera podido ocasionar de caer en una zona densamente poblada.

Asteroides. La historia de Tunguska no es ajena a la de la Guerra Fría. Durante décadas los científicos soviéticos exploraron el terreno y trabajaron sobre el evento, mientras que a sus colegas extranjeros no se les permitió el ingreso al área del impacto hasta 1989. Desde 1961 los rusos seguían la hipótesis de que un cometa impactó contra la atmósfera terrestre, mientras que muchos científicos occidentales prefirieron la explicación del asteroide. La escasez de bibliografía rusa traducida al inglés fomentó que las dos escuelas se ignoraran entre sí hasta que se reunieron en la Conferencia de Bolonia, Italia, en 1996. A pesar de este acercamiento ambos bandos continúan bastante nítidos.

En 2001, por ejemplo, un equipo europeo liderado por P. Farinella publicó una investigación en la que reconstruían en base a estimaciones de la velocidad y trayectoria de ingreso a la atmósfera del objeto de Tunguska, las posibles órbitas que conducirían a dilucidar su origen asteroidal o cometario. Se encontró que la probabilidad de que el objeto haya seguido una órbita asteroidal es superior a si hubiera seguido una órbita de un cometa: 83% al 17%, respectivamente. Tabaré Gallardo señala que este estudio, al estar basado en parte en los relatos de los testigos oculares no puede ser concluyente.

Pese a la superioridad probabilística a favor de los asteroides, otros astrónomos apuntan hacia el cometa Encke, de período corto, que completa su órbita en tres años. Estos investigadores afirman que fue un fragmento desprendido de este cometa lo que chocó con la Tierra hace un siglo. Aunque se ha comprobado que los cometas después de pasar unos cientos de veces cerca del Sol pueden llegar a destruirse, Tabaré Gallardo piensa que éste no es el caso. "El cometa en sus pasajes cerca del Sol va perdiendo material y va dejando en su órbita un montón de pequeñas partículas que, cuando la Tierra cruza ese enjambre, generan las estrellas fugaces. Algunos de esos fragmentos son bastante grandes como para causar el efecto de un bólido, donde pueden producirse explosiones y hasta algún fragmento menor puede llegar al suelo". Además, enfatiza, "el Encke está sano".

Uruguay en el camino

EL VIERNES 13 de abril de 2029 el asteroide Apophis (o Apofis) -de 320 metros de diámetro- pasará a unos 29.470 kilómetros de la Tierra, a sólo 5,6 radios terrestres. Una distancia muy pequeña si se toma en cuenta que de la Tierra a la Luna hay 60 radios terrestres. Cruzará sobre el medio del Atlántico y hasta se verá en el cielo como un pequeño y brillante punto de luz moviéndose con rapidez. El campo gravitatorio de la Tierra modificará la órbita del asteroide que lleva el nombre griego del dios egipcio Apep, "el destructor". Este leve cambio podría ocasionar una colisión en sus próximos acercamientos de 2036, 2037, 2044 y 2046.

Se mantiene hoy una pequeña incertidumbre sobre cuál será la distancia a la que pasará el asteroide en 2029. "Esto hace que no se sepa si va a haber un impacto en el siguiente pasaje", explica Gallardo.

Como las lluvias de estrellas que suceden todos los años en la misma fecha, las aproximaciones con Apophis serán un 13 de abril. "Es la fecha en que la Tierra cruza la órbita del asteroide", dice. La probabilidad de una colisión va a cambiar después de ese pasaje: "según por dónde pase, la trayectoria final va a ser distinta". Gracias a los modelos matemáticos se sabe sobre qué latitud del planeta va a ser aproximadamente la colisión. El 13 de abril de 2036, un Domingo de Pascua, el impacto podría ocurrir sobre el hemisferio norte. En cambio para 2046 los modelos señalan que el impacto ocurriría sobre la latitud en que está ubicado Uruguay. Si no se intenta desviarlo, a la larga terminará chocando con el planeta. "Como la Tierra no puede eyectarlo del sistema solar, porque no tiene masa suficiente, no es capaz de cambiarle radicalmente la órbita y el destino final es un impacto con la Tierra. No hay escapatoria, tarde o temprano tiene que pasar", afirma Gallardo.

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