Álvaro Ojeda
POCO MÁS de dos años de vida le quedaban a Salvador Puig cuando publicó los siguientes versos: "En todo caso/ es bastante probable que existamos./ Una vez se sabrá."
Pertenecen al poema titulado "Primero" que fue publicado en su libro Escritorio en diciembre de 2006. Son versos dedicados y dirigidos a Víctor Cunha, también poeta.
La afectuosa dedicatoria entre pares se asemeja mucho a una guiñada, a una seña durante una mano de truco. El lector se siente autorizado a tomarlos como una confesión amistosa de serena complicidad, dentro de un escenario de certezas provisorias pero amables. Son versos entre colegas.
El problema es que estos versos amables y de fina ironía, se ubican dentro de un poema que trata de asuntos serios: existencia, creación artística, vida, muerte. Resumen de manera definitiva los inventarios poéticos de Salvador Puig y están enunciados ambiguamente, como si todo fuera una adivinanza infantil o un juego de lenguaje.
El poema comienza describiendo un recorrido por la geografía aprendida en la escuela -la omnipresente penillanura uruguaya- entremezclada con términos cercanos a las ciencias físicas y sus probabilidades inciertas. También posee versos como "la tranquila/ bifurcación del aire" que rinden homenaje al poeta sevillano Luis Cernuda, lectura de referencia en Puig.
Y así, como al descuido, entre geografía escolar, ciencias físicas y homenajes, se asoman las crudas preguntas sobre la existencia. Una existencia que en el caso del poeta incluye palabras que no parecen cumplir con su función comunicativa porque son palabras desdibujadas y redundantes como sobrecielo y bajotierra. Puig no sabe qué pasa con esas palabras construidas con otras palabras porque se enfrenta a una realidad que desconoce pero que siente inminente. La maldición del poeta consiste en utilizar palabras insatisfactorias para nombrar lo innombrable. Un dilema encerrado dentro de un laberinto.
El lector vuelve sus ojos al título del poema y naufraga. Pero esta vez naufraga en un océano que también le pertenece, un océano al que reconoce y teme y al que tampoco puede nombrar.
Puig parece decir que todo lo que el hombre toca, mira, huele, está sujeto a inminente caducidad, a infinita evaluación, a deslumbrante escrutinio.
Para peor la evaluación será única y final, y quedará en manos de alguien - ente, Dios, lenguaje- sin rasgos demasiado conocidos.
El lector -a estas alturas preocupado lector- sabe que lo que el poeta le anuncia es un recorrido difícil y el poeta, que también lo sabe, se ofrece a acompañarlo desde su tibia lucidez.
Salvador Puig vivió dos años más. Pero ya en ese poema, como un receloso caracol, se encerraba en el infinito caparazón del lenguaje. Otra vez.
El poeta y la nada. Salvador Puig nació en Montevideo en 1939. Perteneció a un país de doble rostro en permanente disputa por la posesión de una cabeza desgraciada. Rostros unidos y limitados por el año 1973. Rostros con el pasado y el futuro disueltos en un presente atroz que parecía perpetuo, interminable. Cuando se produce el golpe de Estado, Puig tenía publicado un solo libro de poemas (La luz entre nosotros) y poseía una sólida trayectoria como locutor radial en CX 14 y en CX 30. Era una voz poderosa reconocida y reconocible y una voz poética en estado de elaborada expansión.
La generación a la que pertenecía estaba marcada por ese ánimo de ansiedad constructiva, de emprendimiento renovador, que se agrupa bajo el lema tutelar de "los años 60". Nancy Bacelo, Marosa Di Giorgio, Circe Maia, Iván Kmaid, Washington Benavides, Enrique Fierro, Enrique Estrázulas, serán homenajeados de manera explícita en sus poemas aunque Puig -con la posible excepción de Fierro- anduvo siempre por otros rumbos.
El golpe de Estado recluyó al poeta y a toda su generación, en un escenario ciudadano, grisáceo, fantasmal. Con esa monótona desesperanza a cuestas, Puig reforzó en su poesía cierta meditación que hacía hincapié en el encuentro de la palabra exacta como tarea imperfecta pero imprescindible. No es que el poeta no tomara en cuenta la realidad, interactuaba con ella por medio del lenguaje. A la natural dificultad comunicativa que la poesía desnuda, se le sumó el atropello del silencio impuesto por la dictadura.
Salvador Puig supo aprovecharse de esta doble limitación apelando a sonidos emparentados y a versos reordenados de tal manera en la página, que obligaban a una lectura cómplice y astuta. Toda palabra de uso común, toda expresión habitual, comenzaba a poseer otro sentido. Un sentido profundo, tan profundo que no necesitaba ocultarse de la luz del día o de los censores de turno. Como señaló el poeta Enrique Estrázulas, en Puig "el gran tema es su manera de observar."
Observando el carbón primitivo y el diamante final, desnudando la transformación y el engaño escribió en el poema "A modo de introducción" de su segundo libro Apalabrar, de 1980: "Lo nuevo no es arrepentimiento de lo viejo/ ni el corazón dejará de ser un murciélago ciego en este mundo/ pero muchas palabras acabarán disueltas en la nada que nombran/ y entonces diremos que vamos comprendiendo".
Su tendencia a trabajar reflexionando sobre el lenguaje asoma límpida en la antología poética que publicó en 1992. Allí incluyó una selección de sus tres libros anteriores (La luz entre nosotros -de 1963-, el carismático Apalabrar -de 1980- y Lugar a dudas -de 1984), más un libro inédito -Si tuviera que apostar- que abre el volumen y lo designa. La publicación está ordenada desde aquel presente de 1992 hacia el pasado del primer libro de 1963.
Decir siempre. Publicar una antología poética ordenando los textos desde el presente y hacia el pasado, implica cotejar, comparar, elegir una ruta de lectura. En 1992 Puig lo hizo para y junto a sus lectores. Cuando se lee al poeta de 24 años del libro La luz entre nosotros salta a la vista cierta cifra de temas que lo acompañaron durante toda su obra. En el poema "Diálogo" escribe: "Forma de la mañana,/ confiesa el mundo su avidez de ser". El poeta dialoga con el lector como el mundo dialoga con el poeta. Y ese mundo se humaniza, adquiere la identidad que le ha dado la palabra, y por ella, es. En Puig convivía una voluntad de nombrar y por lo tanto de ser, casi bíblica. Pero la palabra que es la realidad tiene su contrapeso fatal, "todo el presente es ya también memoria" y por este verso se cuela la muerte, la disolución. Queda el poeta, los que le sigan, él mismo en sus 24 años de vida. En estos primeros textos asoman también las lecturas de otros poetas. T.S. Eliot, que a texto expreso habla en su obra The waste land de memoria y deseo, como engañoso dilema humano y Luis Cernuda que reunirá sus poemas bajo el sugestivo título de La realidad y el deseo. Ambas influencias son casi únicas en la poesía uruguaya y no poco tienen que ver con la originalidad de Puig. En la palabra está el poder del poeta pero también su debilidad. Por eso en el verso final del poema "El río" Puig sentenciará: "El centro de mí mismo no está en mí".
Cuando se lee Apalabrar de 1980, la tarea se tornará desafío ciudadano, político y público. Hay que nombrar para romper el cerco de la muerte, pero hay que nombrar para superar el engaño del silencio impuesto o del lenguaje prostituido y automático. En la poesía de Puig comienzan a aparecer los árboles, la música, los homenajes, los animales, los juegos de niños, la ciudad caminada hasta el cansancio, la noche. Y todo debe ser nombrado para que todo viva y el hombre -aquel de aquella época y éste- hagan nacer el mundo. "El sol/ una página en blanco/ (un verso ilegible)/ Dios/ (una línea borroneada)/ la oreja de Van Gogh/ y el día en que nací por última vez/ (un verso inacabado) / y el día en que no escriba más/ debe haber otras cosas/ pero no las miré".
En 1984 en el libro Lugar a dudas, la realidad que debe ser nombrada ha cambiado. Es el páramo uruguayo de la pos dictadura: "la realidad/ entre lo que queremos y lo que lloramos/ por los siglos de los siglos/ amén de la distancia/ entre el que sufre a secas/ y quien lo sustituye/ y llora sobre su cara".
Cierto escepticismo invade la poética de Puig: "El total de la noche no es la suma/ de todos los que velan" y el refugio parece encontrarse en la adolescencia y en la niñez como memoria viva. Cicatrices: el poeta tiene 45 años.
Tetralogía. Cuatro libros marcan la última producción édita de Puig. El que dio título a la ya mencionada antología, Si tuviera que apostar -de 1992-, Por así decirlo -de 2000-, En un lugar o en otro de 2003 y Escritorio -de 2006. Durante esos años se sucedieron trabajos en agencias de noticias, viajes, publicaciones en el exterior, la concesión del Premio Morosoli a su trayectoria artística en 2001 y un homenaje realizado en la Biblioteca Nacional en 2006. También murió su amigo Alfredo Zitarrosa y ese mundo de boliches, camaradería, voces azules de tabaco. Su poesía experimenta una mutación en la que pierde y gana. Una opción por el juego de palabras y por el remate de los poemas con un verso descolgado del cuerpo del texto, que apela al ingenio no siempre eficaz.
Repasando los títulos de sus libros se nota una tendencia por hincarle el diente al contenido ominoso del lugar común y de la frase hecha. Pero también está el mundo, un mundo en donde ingresan los video-juegos y las computadoras, que logran vencer a los ajedrecistas y que rivalizan con el ánimo ordenador de la palabra en la pluma del poeta. Y el mundo doméstico que puede ser la clave de otro mundo anterior, inaccesible, acaso repleto de oraciones no dichas. En algunos poemas como "Nocturna" -del libro Por así decirlo- se ratifica una respuesta solidaria en el poema o en su intento.
"Cuando un perro ladra/ avanzada la noche/ ya no ladra,/ pregunta/ prendido de la luna./Y si algún otro perro/ le contesta/ ya avanzada la noche/ también pregunta./ Sólo que en la pregunta del segundo/ hay algo de consuelo/ para la pregunta del primero". Desde el lugar común del perro ladrando en la noche, se elabora una poética del consuelo en la pérdida que equilibra los tantos. Puig en extracto, como siempre lo intentó. Saliendo de la lengua y de sus corsés para alterar, junto con los lectores, las falacias sustanciales que el lenguaje y la creación artística generan. En alguna oportunidad el poeta lo señaló a texto expreso: "De pronto por una proyección inconsciente de la vieja y dudosa afirmación según la cual quien escribe tiene que hacerlo a solas, cuando lo que creo es que esa necesaria, verdadera, exigente soledad es nada más que física, y quizá nunca un escritor esté tan acompañado -por muchos, por pocos, por alguien- como cuando comete sus obra.".
El 3 de marzo de 2009, fue entonces justamente velado en la Biblioteca Nacional, rodeado de las voces y de los ecos de sus colegas y de sus lectores.
"Las palabras no entienden lo que pasa"
Elvio E. Gandolfo
HACE UNOS CUANTOS AÑOS solíamos reunirnos con un grupo de amigos y Bécquer Puig, conocido como Salvador Puig, literariamente. Un par de cambios biográficos hicieron que nos viéramos menos, cruzándonos de vez en cuando "en 18", o "en Sarandí". Cuando en 2006 hicimos con Aldo Garay los 24 programas sobre literatura Los libros y el viento para TV Ciudad, en un momento pensé en entrevistarlo, casi seguro de que no iba a aceptar. Pero aceptó, y fue la entrevista central del programa número doce. Lo que sigue es la transcripción abreviada de ese diálogo.
LOS DOS NOMBRES.
-Estamos con Bécquer Puig, aunque en las tapas de sus libros dice Salvador Puig. Lo primero que le voy a preguntar, es ¿por qué la diferencia entre Salvador y Bécquer? ¿Fue alguna chica a la que le dijiste "poesía eres tú"?
-No, no: pobre. Fue bien sencillo. Cuando murió Vicente Basso Maglio no sé por qué Ángel Rama sabía que lo conocía mucho a Vicente y que tenía lo último que había dejado escrito: Canto llano. Fui a la Biblioteca Nacional (Ángel trabajaba ahí), hojeó aquello y siguió haciendo su nota para Marcha. Me preguntó si tenía algo, y yo andaba con dos hojitas, que le di. Al día siguiente me llamó y me dijo "Quiero publicar eso tuyo en Marcha, pero no le vamos a poner Bécquer, un seudónimo". "No, no es un seudónimo", le dije, "es mi segundo nombre". Me salvó la muerte de mi abuelo, porque falleció un mes antes de nacer yo. Y mi padre, que me iba poner, no sé, Bécquer Shakespeare, optó por ponerme Salvador.
-En los primeros libros, sobre todo en Apalabrar, tenías una especie de técnica que usaba mucho el espacio, movías las palabras en la página. Después has ido cambiando. ¿Qué es lo que recordás de aquella época, incluso de tu aprendizaje con Basso Maglio?
-Vamos a ser sinceros, lo que a mí me formó fue la biblioteca que había en casa de mi padre, que era muy lector, y las conversaciones con él.
-Era actor, me dijeron.
-Sí, dejó de actuar en teatro porque el suegro no lo dejaba casarse si no. Pero le permitió seguir trabajando en radio, y después hacer alguna cosa en televisión, también. Después fui a trabajar a radio El Espectador, a los dieciocho años, e hice una de esas amistades con Basso Maglio, rarísimas, entre un viejo y un joven. Y un día me atreví a darle un poema. Y el loco me dijo: "Esto es un poema", y a partir de ahí quedó el vínculo. Y a los dos años murió. Fue en el `61.
ALFREDO Y BAYER.
-En la radio trabajaste con Alfredo Zitarrosa, y con Juceca, ¿no?
-Juceca entró un poco después. Con Alfredo desde que entré: nos hicimos muy amigos de inmediato. Me fui a vivir a la pensión que tenía la mamá, ahí en la calle Yaguarón 1021, frente al cementerio, cosa que él no dejaba de recordar. Ahí vivimos dos años, hasta que me casé.
-...había una amistad de charlar...
-Sí, sí: convivíamos. Yo llegué a El Espectador porque quería trabajar, en lo que fuese. Mi padre habló con un operador, Alves (si está por ahí, saludos), para que entrara como operador. Y ahí apareció Mirta Acevedo un día, habló conmigo y me dijo "Con esa voz, ¿para qué vas a ser operador?". Y entré de locutor.
-A mí me asombró en los discos de Zitarrosa que sacó la revista Posdata en su época que el tono de voz tuyo (que hacías los textos de apoyo) y el de Zitarrosa tenían mucho que ver.
-¡Ah, él me imitaba! (risas) Chancéabamos mucho con eso. "Qué bien que me imitás". "Qué bien que estás de la garganta/que canta".
-Después se transformó en tu actividad posterior de locutor publicitario, con la famosa frase de Aspirina de Bayer.
-Claro. Quiero que conste en la lápida: "Si es de Bayer, es bueno". (risas)
-Volviendo a lo poético: otra característica de esa época era la gran distancia entre libro y libro: una década, doce años.
-No mencionaste La luz entre nosotros, que fue el primero, en el `63. Ahí dejé un poco: dos años que estuve de secretario general de la Asociación de Empleados de Radio, gremio altamente combativo: perdimos tres huelgas (ríe). Después seguí escribiendo. Lo que pasa es que ensayé una cosa que era el versículo: una cosa larga, ¿no? Largas parrafadas para ver si lograba un ritmo distinto, en el segundo libro. La luz entre nosotros es con versos tipo Jorge Guillén, muy clásicos. Y algunos de esos poemas largos están después en Apalabrar, solo que puestos en ese juego espacial que mencionaste, ese tartamudeo del espacio. Que los transforma en otra cosa. Medina Vidal me dijo el otro día que eso intelectualizaba el poema. Yo no estoy convencido.
-Hubo una frase que se había hecho célebre: "Las palabras no saben..."
-"...no entienden lo que pasa". Eso nació como poema cuando se supo de la muerte de Ernesto Guevara. Algunas personas me decían: "pero vos lo estabas escribiendo antes de saber que se había muerto". Yo dije: "No, pará". Lo que pasa es que se sospechaba, era un rumor que podía haber pasado. Por eso las palabras no entienden lo que pasa. La frase abre y cierra ese poema. Salió en un libro, una antología que publicó Enrique Fierro.
-En una época se citaba casi como una frase de tango.
-Sí: quedó como un sello.
TIEMPO Y PRODUCCIÓN.
-Me da la sensación de que en los últimos quince años estás más productivo, que reaccionás mucho más a lo que va pasando.
-Es como constante. Lo que pasa es que tengo un océano de tiempo ahora. Como me jubilaron de la agencia Ansa... Yo trabajé en Reuters y en Ansa. Son 27 años: 22 en Ansa y 5 en Reuters. Llegados a una edad, pasamos todos a retiro. De la oficina actual acá no queda ninguno de los que estábamos. Excepto un pibe que acababa de entrar.
-Y tenés la suerte de que te sale escribir.
-Ahora tengo un tiempo despampanante: leo, escribo, leo, escribo.
-A su vez cambió la forma. Son poemas más directos en cuanto no hay esas complicaciones intelectuales que te decía tu amigo, pero también son muy densos como lenguaje. Leí un libro inédito tuyo, Vida, dedicado a Juan Pablo Rebella, que son todas frases únicas, largas, que cortan con un punto. El texto se vuelve muy tenso y duro. El tema [el suicidio de Rebella] lo es, lógicamente. Pero a la vez es muy provocador para el que lee. O sea: te hace trabajar la cabeza.
-Creo que... (Hace un silencio.) Lo de Rebella impactó de una manera... a todo el mundo. Yo me enteré por mi hija. Porque él iba con Stoll a la casa de mi hija y mi ex esposa. Ahí lo había visto dos o tres veces. Cuando mi hija me lo dijo no podía creerlo: "¿Qué?", dije. No es chistosa, mi hija. Así que me lo tuve que tragar, y me puse a escribir.
-Curiosamente es un libro muy "escrito", sólidamente. Es una mezcla de filosofía, de poesía...
-Hay como un trasfondo que quiere ser comienzo y principio (sic) de una filmación.
-¿En qué estás trabajando ahora?
-Veamos. Este año va a salir un libro. Iba a salir en agosto, y no descarto que así sea. La última vez que llamó mi apoderada, que es mi esposa (ríe) en la editorial le dijeron: en agosto o en todo caso este año. Después tengo otros dos... tres. Con el de Rebella, cuatro. Y empecé otro. No tengo tiempo de hacer nada, no sé si me entendés (ríe).
-Las conversaciones apasionadas que solíamos tener en el pasado eran sobre lecturas. ¿Seguís ejerciéndolas?
-Ah, sí, claro.
-Recuerdo tu gusto por Eliot, por Guillén. ¿Has descubierto algún poeta reciente que te interese, en los últimos diez o quince años?¿Hay algo que buscás al leer?
-A mí lo que me llama la atención, yo no sé adonde conduce eso, si está bien... Bueno, bien está porque me gusta. Hay una especie de campo unificado (empieza a mover las manos para marcar puntos distantes en el espacio). Vas a ver un poeta francés, un uruguayo, un argentino... lo que sea. Y todos son como intercambiables. Hay algo de eso.
-Una especie de globalidad paralela...
-Como que son matices de un solo poeta.
-Y es lo que te interesa, pescar eso con el oído.
-Ah, sí, sí. Porque pescando las diferencias se pesca también el mar de fondo.
-¿Siempre escribiste solo poesía?
-Intenté hacer un cuento. Muy malo. Creo que Onetti me hubiera dado un bife.
-En este libro que va a salir, ¿hay una temática unitaria?
-Es un libraco, largo. A propósito de lo que decías hoy, yo me doy cuenta, o lo he contado más o menos: escribí en estos dos años (año y medio, en rigor) más que en todo el resto de mi vida.
-A mí el último libro que sacaste me sonaba más... suelto.
-Como te digo: éste que va a sacar Linardi y Risso son ciento y pico de poemas. Así que es imposible la unidad temática. Formal sin duda. Pero sin querer.
-Bueno, a ver si nos vemos por ahí, en algún momento, nuevamente.
-¿Y por qué no? Que no quede en amenaza.
-Un gusto haberte visto, Bécquer.
-Igualmente.