La guerra, Chaplin y el jazz

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C. C. L.

EN 1928, MATISSE asistió al estreno de El circo, el film de Chaplin. Le impresionó su gran sencillez, la fluidez parca que quería para la obra en que estaba trabajando. A punto de cumplir los 60, Matisse esperaba que una obra suya fuese por fin comprada para integrar el acervo del Louvre. Ya había ganado el Primer Premio en la exposición Internacional Carnegie en Pittsburgh y sabía que en su vejez tendría un buen pasar. En ese tiempo había viajado de Niza a París y allí atendió a un periodista de Nueva York interesado en saber si era verdad que abandonaría el arte moderno y volvería a métodos tradicionales. El joven entrevistador, Efstratios Tériade, supo que Matisse estaba harto del ruido y la atmósfera de la Capital y que le cautivaba remar en Niza, aunque fuera solo, por la bahía, en su propio barco. Tériade supo también que para Matisse "la retina se cansa de los mismos viejos métodos; exige sorpresa".

Casi una década después, en abril de 1940, los ejércitos de Hitler se movilizaron para invadir Noruega y Dinamarca. En mayo atravesaron Bélgica, Luxemburgo y Holanda, cruzaron el río Meuse y entraron en Francia. El 1º de junio, cuando un cuerpo expedicionario británico se aprontaba a escapar hacia Inglaterra, Tériade, en París, terminó de imprimir lo que Matisse llamó el "Número de guerra" de la revista Verve dedicado a Francia, que ya incluyó letras y recortes de papeles de colores.

Cuando los alemanes estaban a punto de entrar en París, la hernia que había afectado al Matisse veinteañero parecía cercarlo de nuevo, pero con otras complicaciones, entre ellas, una obstrucción intestinal. El pintor no confiaba en el nivel médico de Niza, y fue por eso que su hija Marguerite optó por el riesgo de un viaje en tren de doce horas hacia Lyon, a través de territorio ocupado, y en invierno. En enero de 1941, le hicieron a Matisse dos operaciones de colon que generaron complicaciones, por ejemplo una embolia pulmonar que desesperanzó del todo a los médicos. Sin embargo, en marzo, Matisse ya estaba recuperado, y dos meses después se sentó en la cama para hacer un dibujo. En 1942, mientras volvió a sufrir espasmos abdominales, una junta de cirujanos concluyó que lo suyo era un problema de hígado causado por cálculos biliares, nada que ver con la hernia y tampoco con el cáncer. De todos modos, sus ojos se nublaban dos por tres y empezó a pintar cada vez menos y salir a la calle con lentes oscuros. Por si fuera poco, la relación con su esposa Amélie se había quebrantado. Por otro lado, la hija Marguerite le recriminaba que su trabajo artístico estaba desconectado de la realidad, y los oculistas le aconsejaban que dejara de escuchar los noticieros de la radio y evitara hablar de la guerra.

Trabajando de noche, la técnica de tijeras y papel le permitió en el verano del 43 acercarse a una espontaneidad plástica que paradójicamente coincidía con un momento personal muy sombrío. En su obra La caída de Ícaro, por ejemplo, las estrellas amarillas, más que referencias mitológicas, simbolizaron las granadas de la guerra. Este trabajo de papel recortado fue el puntapié inicial para las invenciones del libro Jazz, que ocuparon todo el tiempo del artista en el invierno de 1945, pasada la guerra e instalado en una pequeña casa de Vence. En una carta a su hija, entonces escribió: "Parece que la pintura de óleos se ha terminado para mí. Me interesa la decoración: a ella entrego todo lo que está en mi poder, pongo en ella todo el aprendizaje que he hecho en mi vida".

Francoise Gilot, la joven amante de Picasso (cuarenta años años menor que él), en una de muchas visitas a Matisse, decidió un día llegar con un mago de oficio a la casa del "viejo, manos de tijera". Frente a esa especie de homenaje, del que participó Picasso, la respuesta de Matisse pasó por dedicarles unos retratos que improvisó cortando papeles. Acerca de ese encuentro, escribió Gilot:"Estábamos tan cautivados que nos faltaba el aliento. Nos quedamos sentados allí quietos como piedras y sólo lentamente pudimos salir de aquel trance".

Con Tériade, en 1947, Matisse publicó una edición con ilustraciones de Las flores del mal y su propio álbum Jazz, un libro de gigantesco formato que en 2009 ha sido reeditado lujosamente, con las características originales más un breve estudio de Katrin Wiethege (Prestel Verlag, Munich-Berlín-Londres-Nueva York - impreso en Italia-; 175 págs).

Intercalados entre textos manuscritos escritos por Matisse, en Jazz se reproducen a color veinte trabajos que aparecen como el producto de una jam session plástica. Cada lámina transmite rotundos juegos de formas y colores, que el artista consiguió a partir de recuerdos de cuentos folklóricos e historias del circo.

El material escrito para Jazz revela por su parte a un Matisse muy preocupado por sustentar su obra con teoría y con ciertas confesiones paternales. Así escribió: "Un músico dijo: en arte la verdad, lo real, empieza cuando uno no entiende nada de lo que ha hecho, de lo que sabe (...). Hay que presentarse entonces con gran humildad, en blanco, dispuesto a todo, con el cerebro como si estuviera vacío, en un estado de ánimo/espíritu análogo al del que toma la comunión y se acerca a la Santa Mesa. Por supuesto, es necesario guardar todo lo adquirido detrás de uno y haber sabido guardar la frescura del Instinto".

Los llamados collages de Jazz son en verdad "papiers découpés" -gouaches de color recortados con tijera- y se diferencian de los collages surrealistas porque constituyen formas y colores unidos sobre el soporte, concretos y fijos. Dicho de otro modo: Matisse no trabajó con objetos recibidos del exterior sino que cortaba en papeles de color las formas que él inventaba. Y por eso es que no parece apropiado considerarlo un precedente del arte pop, en el que sí influyó, por ejemplo, el alemán Kurt Schwitters (1887-1948), fundador del movimiento Dadá Hannover, apolítico a diferencia del Dadá de Berlín, y caracterizado por incorporar a la obra de arte materiales efímeros o desechos, fuesen trozos de afiches, lanas, o recortes de diarios y telas.

Más allá de esto, lo cierto es que en los hechos el desafío editorial que impulsó Tériade con Jazz provocó de inmediato un gran impacto, si bien no llegó a convertirse en un éxito duradero. Matisse soñaba con que le encargaran una obra decorativa monumental. Y eso nunca ocurrió.

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