Rosario Peyrou
LA MAÑANA del 28 de abril, a pocas horas de la muerte de Idea Vilariño, Ana Inés Larre Borges recordaba una frase de Emir Rodríguez Monegal: "Algún día seremos recordados como los contemporáneos de Idea Vilariño". La afirmación, en alguien con la autoestima del crítico uruguayo, no puede haber sido una distracción. Emir veía, desde las primeras delgadísimas plaquetas publicadas por Idea, que allí había una voz destinada a permanecer, a burlarse de las sentencias del tiempo. Se ha dicho que Uruguay es un país de mujeres poetas, y por cierto la fatigada fama de Juana de Ibarbourou fuera de fronteras, el prestigio -mayor entre los especialistas pero más limitado en su proyección internacional- de Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira, avalan esa suposición. La lista, fuera de esa trilogía "fundadora" incluye a Sara de Ibáñez, y a Esther de Cáceres; más cerca de Idea, a Ida Vitale y Amanda Berenguer; y separadas de las del 45 por algo más de una década, a Marosa Di Giorgio y Circe Maia, por nombrar solo a las más notorias. Ser poeta mujer en el Uruguay implicó para quienes llegaron después de la generación modernista, asumir, con sus ventajas y sus desventajas, una tradición, enfrentar un modelo para aceptarlo o contradecirlo.
En esa genealogía que se inicia en el 900, Idea ocupa un lugar clave y a la vez, solitario. Se la ha relacionado con Delmira, por la valentía y la fuerza de sus poemas eróticos, pero las cuatro décadas transcurridas entre una y otra generan distancias enormes: hacia 1945 el lugar de las mujeres en la sociedad había cambiado lo suficiente como para que Idea pudiera vivir y ser poeta sin contradicción insalvable.
Por cierto las diferencias entre ellas no dependen solo de los cambios sociales que las separan. Delmira reviste su erotismo con la imaginería suntuosa que heredó del modernismo y que en cierta forma le sirve de escudo protector frente a la pacata sociedad montevideana en la que vivió. La Nena, como le llaman en el ámbito doméstico a Delmira, que pasea por Sarandí del brazo de sus padres, en la soledad de su cuarto se envuelve en una atmósfera onírica y nocturna creada con el encantamiento de las palabras que aprendió de Darío (Vaz Ferreira llegó a decirle "Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha expuesto en ciertas páginas, es algo completamente inexplicable").
Idea es una mujer sola, que se gana la vida y el derecho a decirse a sí misma sin tapujos. Su pelea por la autenticidad es también una batalla por la esencialidad del lenguaje, que se va despojando de todo artificio hasta ser solo música y sentido. Es la verdad de la experiencia, sin ornamentación ni cosmética epocal lo que Idea convierte en poesía gracias a su rigor y a su indudable talento. La suya es una apuesta difícil, más aún si la pensamos en el contexto de la estética que la precedió: hacer poesía con las palabras esenciales, las de todos los días, con el castellano rioplatense reducido a unas pocas voces capaces de decir la experiencia. Parece sencillo, pero es allí donde reside su misterio: con esos temas y ese lenguaje que casi no tiene diferencia con el más cotidiano, sería fácil caer fuera del ámbito de la poesía. Pero Idea imanta sus palabras de tal forma que las vuelve únicas, y genera la sensación en el lector de que no existe otro modo para decir lo que ella dice. Por eso sus imitadores fracasan donde ella triunfa.
Esa es tal vez la clave de su capacidad de comunicación, de su blindaje contra el tiempo.
EN LA NOCHE. Con su progresivo despojamiento verbal, Idea completa, a su manera y sin proponérselo, el camino iniciado por Delmira en la búsqueda de poner en palabras el deseo desde una experiencia de mujer. Menos advertida es su relación con María Eugenia Vaz Ferreira (en ningún caso se trata de filiaciones sino de parciales afinidades), pero es innegable si se repara en el último período de María Eugenia, en la poesía nocturna y solitaria, amarga y austera, que se adentra progresivamente en el silencio en textos como "Barcarola de un escéptico", "Único poema" o "Enmudecer". Es cierto que las diferencias biográficas de una y otra poeta son enormes: María Eugenia debió refugiarse en una marginación que pudo ser confundida con locura, para poder vivir su vocación fuera de lo que las convenciones fijaban para una "poetisa" en el 900 (esos seres que escribían con los ojos en blanco y que eran tratados con cierto paternalismo por los críticos hombres). Además, María Eugenia era católica, en cambio Idea no dejó de afirmar su ateísmo radical. Sin embargo hay un punto en el que se encuentran: mientras María Eugenia parece desligar su fe religiosa de una concepción del mundo cada vez más desesperanzada, Idea muestra en los Nocturnos una permanente inquietud metafísica, una sed de pureza que vuelve dramático, desesperado, su universo sin Dios.
Habría que preguntarse por qué la poesía más desgarrada y nocturna de la tradición uruguaya ha sido escrita por mujeres. Pero si en María Eugenia es muy clara la conciencia de la limitación que le impone el mundo en el que vive y su nostalgia de una vida más libre, en Idea el problema ni siquiera se plantea. Ella misma nunca se sintió especialmente vinculada a una tradición poética femenina y vivió como una intelectual sin distinción de género. Es interesante constatar que Rodríguez Monegal y Mario Benedetti, dos de sus primeros críticos, no solo destierran el término "poetisa" para referirse a ella, sino que usan también el artículo masculino: "el poeta".
Más que de su género, Idea es hija de su tiempo. Su obra puede ubicarse con facilidad en el panorama de la cultura de posguerra, en el cruce de las corrientes existencialistas, en la visión desgarrada de un ser que se sabe destinado a la muerte pero que no puede renunciar a la vida y al compromiso con una ética radical.
Cerca de Cioran, como señala Marta Canfield, Idea construye su mundo poético desde la experiencia del drama existencial del hombre y la mujer modernos: desde la conciencia alucinada de su condición de ser para la muerte: "en la arena caliente, temblante de blancura,/ cada uno es un fruto madurando su muerte" (dice, en "Verano" un siempre citado poema de La Suplicante escrito a los veinte años). Comparte con Onetti, según ha visto Carina Blixen, una manera desesperada de considerar el amor, que incluye todas las experiencias: la pasión, pero también la infidelidad, el desprecio y hasta el odio. "Por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno", ha escrito Octavio Paz. Infierno y paraíso: de los dos están hechos los poemas de Idea Vilariño.
Una nueva sensibilidad. Idea solía decir que no reconocía influencias en su obra. De todos modos, conocía muy bien la poesía castellana y la literatura moderna, y es posible rastrear huellas de estas lecturas. La primera y más obvia remite a la tradición sombría de los barrocos españoles. Y se ha señalado por la crítica la presencia en los Nocturnos del último Darío, el Darío obsesionado por la muerte, que Idea estudió además en su notable calidad musical. Pero hay varias otras: a veces son solo citas/homenajes, como en el texto que se titula "Por aire sucio" que se cierra con un verso de Herrera y Reissig: "... en ese muro/ glacial donde termina la existencia". En otro caso, la cita -esta vez explícita- es de Antonio Machado: "Y ha de seguir sin mí este mundo mago".
Ya sean estrictamente influencias, o simples afinidades, imposible no recordar la sensualidad de San Juan de la Cruz en poemas como "El olvido" de La Suplicante, o la cercanía de Vallejo en la búsqueda expresiva de Cielo Cielo, el libro más experimental de Idea, y en poemas como "Trabajar para la muerte" de Por aire sucio: "Los muertos tironeando del corazón./ La vida rechazando/ dándoles fuerte con el pie/ dándoles duro", que recuerda: "César Vallejo ha muerto/ le pegaban/ todos sin que él les haga nada/ le daban duro con un palo y duro/ también con una soga"; la de Baudelaire en sus poemas imprecatorios ("oliendo el agua sucia/ los miasmas nauseabundos/ con la cara pegada/ a las últimas heces/ sin más remedio que/ comerse la resaca"), la de Pedro Salinas en algunos textos amorosos.
El modo de encarar el amor, en sus célebres Poemas de amor, responde a una nueva sensibilidad. La mujer que habla en esos versos no es objeto pasivo sino sujeto de la relación amorosa, que se juega en un plano de libertad compartida. ("Y me pide y le pido/ y me vence y lo venzo/ y me acaba y lo acabo"). Aunque la suya sea una voz femenina siempre reconocible, estos textos hablan de una experiencia que cualquier lector, independientemente de su sexo, puede hacer suya. Es desde esa perspectiva que puede decir : "Todo es tuyo/ por ti/ va a tu mano tu oído tu mirada/ iba/ fue/ siempre fue/ te busca te buscaba/ te buscó antes/ siempre desde la misma noche en que fui concebida/ (...) Todo iba encaminado/ ciego/ rendido/ hacia el lugar/ por donde pasarías/ para que lo encontraras/ para que lo pisaras". Porque así es también la experiencia del amor, hecha de orgullos y humillaciones, una disolución de la identidad, una entrega que hace creer en alguna forma de predestinación, en un abandono de la propia libertad para alcanzar otra clase de plenitud que para Idea solo puede culminar en fracaso. No es muy diferente lo que dice un poema de Pedro Salinas de Razón de amor: "Sé que cuando te llame entre todas las gentes/ del mundo/ sólo tú serás tú/ Y cuando me preguntes/ quién es el que te llama/ el que te quiere suya/ enterraré los nombres,/ (...) Iré rompiendo todo/ lo que encima me echaron desde antes de nacer".
Hay en Idea Vilariño una metafísica del amor: el erotismo es un espacio sagrado donde el hombre y la mujer buscan trascender a la muerte ("No se trata de amor, damos la vida"). Sin embargo, ese concepto intemporal no excluye que esta poesía despojada, aun omitiendo la anécdota, ancle, por el lenguaje, por la sugerida presencia de lo cotidiano, en un presente identificable y consiga que el lector la reconozca como contemporánea.
En un breve ensayo crítico sobre Los versos del capitán de Pablo Neruda publicado en la revista Número (Año 5. No. 25, 1953), Idea postula que La voz a ti debida de Pedro Salinas es un antecedente del libro de Neruda. "Ambos, dice, son cantos del amor moderno. O, si se prefiere creer que el amor de la pareja de hoy es igual al de la pareja eterna, al del siglo pasado y al de los otros, podría decirse: cantos modernos de amor. Cantos que inscriben lo más hondo y las menudencias, los procesos espirituales y lo fisiológico, lo sentimental y lo cotidiano". Estas palabras podrían aplicarse a su propia escritura. Se trata de esa búsqueda antirretórica, "realista", por decirlo de algún modo, atenta además a la "música de la conversación" que quería T.S. Eliot, que recorrió la poesía hispanoamericana de mediados del siglo XX, en poetas como Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Juan Gelman o Jaime Sabines.
Segura de sí, sin prejuicios, Idea se acerca también al lenguaje del tango, en una indagación que en cierta forma también la emparenta con Gelman. Y, lo que es más curioso, con Cioran, que escribió que pocas cosas le interesaban tanto como el mundo descreído del tango. Como dice Alicia Migdal, los Poemas de Amor son "el mejor tango de Idea, los mejores tangos de la poesía culta uruguaya, nunca cantados ni musicalizados". (El País 7/4/94)
ATADA AL MÁSTIL. El máximo escepticismo con la máxima sensualidad. La fórmula podría definir la actitud de Idea frente a la vida. Sus primeros versos están llenos de sensaciones (perfumes de jazmín, de glicinas, ruido del mar, rumores del aire, texturas, tibiezas de la piel) que ella trabaja con delicada capacidad evocativa. Todo en Idea rezuma nostalgia del paraíso, del paraíso de la inocencia y del cuerpo, perdido para siempre por la conciencia de su brevedad, de su inevitable final. Como una elegía medieval, su poesía dice que todo está destinado a morir, el amor, la belleza, la pasión. Pero la cultura medieval cree que este valle de lágrimas culmina en otra vida, la vida verdadera. Mientras que en Idea no existe ni sombra de Dios. Es la noche pura y sola, girando sin sentido. Pero no hay resignación: ese nihilismo radical no excluye la rebeldía y una suerte de esperanza involuntaria que es la que genera el jadeo ansioso de sus Nocturnos: "Si alguien dijera ahora/ aquí estoy y tendiera/ una mano cautiva que se desprende y viene/ la tomaría/ creo" ("Andar diciendo muerte").
El amor y la muerte, los más antiguos temas de la poesía y los más arraigados en la tradición poética castellana, en Idea se expresan en esa tensión constante que le da una intensidad inconfundible: la tentación de vivir y de amar, opuesta al nihilismo radical, al "No", que atraviesa su escritura. Porque es esa lúcida conciencia de la muerte irremediable lo que hace más desgarrador su amor a la vida. Tal vez ningún otro poema expresa con tanta fuerza esa tensión como "Decir no": "Decir no/ decir no/ atarme al mástil/ pero/ deseando que el viento lo voltee/ que la sirena suba y con los dientes/ corte las cuerdas y me arrastre al fondo/ diciendo no no no/ pero siguiéndola".
Y No se llamó su último libro. Que no fue, por cierto, el último que escribió, porque siguió, cada tanto, incluyendo poemas en las otras tres series en que dividió su obra poética: Nocturnos, Poemas de amor, Pobre mundo. Pero el libro reúne un puñado de poemas que tienen el peso de su última palabra. Textos cada vez más breves, más desolados. Los que se escriben después que todo ha sido dicho. Las palabras de quien se sobrevive a sí mismo: "Solo esperar que caigan/ que se gasten/ que pasen/ los días/ los minutos/ los segundos que quedan". Algunos asumen la forma de una comparación que omite, pudorosamente, el elemento comparado: "Como un disco acabado/ que gira y gira y gira/ ya sin música/ empecinado y mudo/ y olvidado./ Bueno/ así". Es el mismo procedimiento de uno de sus más bellos textos breves, que parece cerrar, con una sutileza que hace pensar en la poesía japonesa, la parábola de los Poemas de amor: "Como en la playa virgen/ dobla el viento/ el leve junco verde/ que dibuja/ un delicado círculo en la arena/ así en mí/ tu recuerdo".
Una intelectual
R.P.
ELENA IDEA Vilariño Romani nació el 18 de agosto de 1920 en una familia de clase media culta donde la música y la literatura formaban parte de la vida cotidiana. Su abuelo era dueño de una calera en la calle Cuñapirú entre Justicia y Arenal Grande, y en ese barrio nació Idea, en los altos de una casa pegada a la barraca de cal. Después de la muerte del abuelo, los Vilariño se mudaron a Inca 2227 (la de "Faroles, inca ruben/ subiendo por la cuesta") y años más tarde a Justicia 2274, la casa contigua a la nueva calera, que ella recordaba con su gran entrada para carros, las caballerizas y los hornos encendidos en la planta superior. Además de empresario, Leandro Vilariño (1892-1944) fue un poeta de filiación anarquista, que familiarizó a sus cinco hijos (dos varones, Azul y Numen, y tres mujeres, Alma, Idea, Poema) con la mejor poesía en español, que solía leer en voz alta con un oído privilegiado para escandir los versos, como le gustaba recordar a la hija. La madre, Josefina Romani, era católica y una apasionada lectora de narrativa europea. Todos los Vilariño estudiaron música: Numen es un conocido pianista, Alma, Idea y Poema aprendieron piano, e Idea estudió además violín con Correa Luna y María Julia Victorica, y sus maestros consideraban que tenía un oído infalible, como se aprecia en su poesía, basada sobre todo en el trabajo rítmico.
Escribía desde niña: contaba que en la etapa escolar inventaba poemas bien medidos sin saber demasiado qué significaban algunas palabras que elegía por su sonido. A los diez años, a instancias de una tía suya, había ganado un concurso de poesía de una revista escolar, y recordaba con humor que era la encargada de escribir poemas amorosos a pedido de compañeros y compañeras de escuela. Los primeros poemas "adultos" fueron escritos a los 17 años. Publicados en la edición de Cal y Canto de la Poesía Completa, sorprenden por la madurez de su dicción y sobre todo, por la coherencia que guardan, en la visión del mundo, con su obra posterior.
En 1940 muere su madre; cuatro años después Leandro, el padre, y apenas un año más tarde Azul, el mayor de los varones. Idea vive sola desde que cumplió los 20: el médico había aconsejado que, por su asma, no siguiera cerca del polvillo de la barraca de cal. En la pequeña habitación alquilada de la calle Joaquín Requena escribe los poemas de La suplicante.
UNA renovadora. La publicación de ese primer libro, firmado solo como "Idea", coincide con el año emblemático de su generación: 1945. La fecha es clave, porque la poesía de Idea, como le reconoce la crítica desde el primer momento, viene a traer una bocanada de oxígeno en un momento en que -a excepción de algunos nombres fundamentales de la generación anterior- la poesía uruguaya languidece en el cultivo de un modelo largamente agotado tomado del grupo español del 27 o se parapeta en un hermetismo sin contenido. Idea tuvo claro desde el principio qué quería. En 1948 escribió desde Clinamen su opinión sobre la poesía de ambos países del Río de la Plata y afirmó que "están miserablemente estancadas, metidas en un pantano del que nadie hace nada por salir. Pobre poesía provinciana, sin originalidad, sin fuerza, vegeta sin que aparezca para vivificarla ningún poeta verdadero, ningún intenso, ningún nuevo, ningún desesperado, ningún revolucionario. Nadie sabe cantar, nadie tiene mensaje". Y agregaba: "Los mayores no nos sirven de nada, los jóvenes se limitan a registrar sus personales vivencias mezquinas, insulsas, manidas, literarias. Es exactamente la poesía correspondiente a este período tibiamente burgués, burocrático y de cultura media". Desde el primer momento su propia producción fue consecuente con esa visión crítica. Exigente, fuertemente personal, nacida de la experiencia, atravesada de angustia, la poesía es para ella una tarea en que le va la vida. Su gesto antirretórico, esa seguridad que muestra desde el primer momento, serían una contribución decisiva para la transformación de la poesía uruguaya.
En ese sentido fue bien representativa de la Generación del 45, y sobre todo del llamado grupo de los lúcidos: mientras publicaba sus primeros cuadernos de poesía (La suplicante, Cielo, Cielo, Paraíso Perdido) se integró con entusiasmo a la tarea de revisión y renovación de la literatura uruguaya, lo que implicaba una relectura crítica del pasado, una puesta al día de lo más valioso de las lecturas extranjeras, y una tarea de comunicación de esa nueva sensibilidad. Así formó parte fundamental de algunos de los emprendimientos editoriales más influyentes de la época. Desde 1948 colaboraba con Marcha, fundada por Carlos Quijano en 1939. Fue activa participante de la revista Clinamen (1947-1948), junto a Manuel Claps, Ángel Rama e Idea Vitale, y fundadora luego de Número (1949-1955) en su primera época, con Claps y Rodríguez Monegal, a la que se integraron luego Mario Benedetti y Sarandy Cabrera. Allí publicó poesía, hizo traducciones del inglés y del francés, comentó libros y dio a conocer ensayos importantes como el que le dedicara a Julio Herrera y Reissig. Número le permitió tomar contacto con escritores extranjeros como Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas o Pablo Neruda. Son años de enorme actividad intelectual: desde 1944, a instancias de Emilio Oribe trabajaba en la Sala de Arte de la Biblioteca Pedagógica, al tiempo que hacía la agregatura de literatura con Alicia Goyena. En 1952 gana el concurso para dar clases en Enseñanza Secundaria. Como tiene que ganarse la vida y ayudar a sus hermanos, acepta horas de clase en el liceo de Nueva Helvecia. En esa época se levantaba a las 4 de la mañana para estar en el liceo a las 8 y de tarde cumplía sus tareas en la Sala de Arte, un lugar de intercambio cultural a donde concurrían intelectuales como José María Podestá, Guillot Muñoz y gente del vecino Taller Torres García. "Siempre convivieron en mí la capacidad de hacer cosas, el amor por vivir y por hacer y el desestimiento", le dijo a Jorge Albistur.
Tanto despliegue de actividad sorprende en una persona que ha tenido desde la adolescencia una salud precaria, con crisis muy fuertes de asma. A mediados de los cuarenta había sufrido una grave enfermedad alérgica de la piel que le provocó una septicemia por la que estuvo a punto de morir. Viviendo sola y en llaga viva durante casi tres años, contó con el apoyo y los cuidados de Manuel Claps, una figura clave en su formación intelectual, con quien tuvo una larga relación amorosa y al que le guardó siempre reconocimiento y gratitud.
El arte y la vida. Parte del mito de Idea la asocia al nombre de Onetti, que fue posiblemente su relación amorosa más intensa, aunque no la única. Como cuenta la leyenda, se habían conocido en 1951 en un bar de Malvín junto al grupo de Número y mantuvieron una relación tormentosa y apasionada que marcó la obra de Idea Vilariño. Ella le dedicó sus Poemas de amor cuando los publicó en 1957. Él ya le había dedicado Los Adioses tres años antes. Aunque la relación amorosa duró poco tiempo y estuvo llena de desencuentros, Idea y Onetti siguieron escribiéndose hasta la muerte del escritor. Él le envía sus libros con dedicatorias tangueras: "No habrá ninguna igual no habrá ninguna" "Y tuyas son las horas mejores que viví". Cuando entonces, la penúltima novela de Onetti, publicada en 1987, toma su título del "Poema con esperanza" de Por aire sucio.
Todavía estaba viva la relación cuando en 1954 Idea viaja a Europa acompañando a su hermana Alma que debe operarse en Estocolmo. Pasa varios meses en París donde conoce a Raymond Queneau, a quien había traducido para Número, y donde recibe el ejemplar de Los adioses. Un año después renuncia a sus colaboraciones en Marcha por la negativa de Quijano a publicar un poema que dice "un pañuelo con sangre, semen, lágrimas". El episodio arroja luz sobre la leyenda -tan provinciana- que rodeó a Idea y su vida amorosa. En el Montevideo de los años 50 una mujer sola y libre -que se exponía en su poesía de esa forma- era todavía un escándalo. Visto desde hoy, el verso que levantó las iras de Quijano está lejísimos de la pornografía: el contexto es un poema doloroso y desgarrado. "Cuando escribo nunca miento", dijo en el film que dirigió Mario Jacob. "Puedo mentir en la vida de todos los días, pero no cuando escribo". La audacia de su poesía, inusitada para la época, surge de esa actitud de autenticidad extrema que se complementa y contrasta con una tendencia a la soledad y al aislamiento.
En una carta a Julio Payró, afirmaba Onetti que "Para ser artista basta con saber ser uno mismo". A su manera, cada uno de los dos -Idea y Onetti- alimentaron sus propios mitos: eligieron una vida en los márgenes, una soledad altiva en el caso de ella, una laxa indiferencia, en el del autor de El Pozo. Arte y vida tienen, en la tradición que viene de Baudelaire, relaciones ríspidas: según afirma, Idea escribe porque no puede no escribir, por eso siempre sintió la publicación como una claudicación, como una contradicción insalvable.
Sin embargo publicó, y mantuvo una actitud ambivalente hacia la comunicación de esa escritura que era, en su caso, parte de su vida íntima: durante muchos años no aceptó premios, dio apenas tres entrevistas (a Mario Benedetti en 1971, a Jorge Albistur en 1994 y a Pablo Rocca y a esta cronista en ocasión de la película Idea) y solo se arriesgó a la exposición pública en cuestiones políticas o sociales, desde 1954 cuando publicó el poema dedicado a Guatemala frente al golpe de estado que derrocó a Jacobo Arbenz. La política estuvo para ella más relacionada con un sentimiento de rebeldía contra la injusticia que con una opción intelectual. Leal a sus elecciones primeras por encima de todo, se negó a revisarlas y pudo ser intransigente aunque eso le costara sacrificios personales. Durante la dictadura militar, alejada de la enseñanza y obligada a trabajar en traducciones para sobrevivir, rechazó una beca Guggenheim que le hubiera ayudado a vivir con algo más de holgura, y en 1993 renunció a Brecha por desacuerdos con el tratamiento que el semanario daba al tema de Cuba. Si los poemas "políticos", que incluyó en Pobre mundo, son apenas un puñado en el contexto de su producción, y no forman parte de los textos suyos que más le importaron, tuvo especial estima por las canciones que escribió para Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa y Los Olimareños y solía contar de su emoción la noche que escuchó "Los Orientales" cantada por un estadio entero cuando estos últimos volvieron del exilio.
Infatigable. En los primeros años de la dictadura pasa la mayor parte del tiempo en su solitaria casa de Las Toscas, entre las dunas. Durante el invierno comparte el pequeño apartamento del Palacio Salvo con Jorge Liberati, con quien se casará poco después. Y trabaja en sus estudios sobre los ritmos, traduce a Raymond Queneau, a Jacques Alexis, a Shakespeare, publica un estudio sobre la literatura bíblica, hace la edición crítica de la poesía completa de Julio Herrera y Reissig para la Biblioteca Ayacucho que dirige Ángel Rama en Venezuela, y escribe los primeros libros sobre el tango. En 1981 viaja a México y cuatro años después se publica en España Poemas de amor, Nocturnos, en la editorial Lumen. Día a día crece el reconocimiento internacional, y sus textos se incluyen en las mejores antologías de poesía hispanoamericana. A partir de ese momento empiezan a aparecer, en libro, trabajos críticos dedicados a su obra (Marta Canfield, 1989, Susana Crelis Secco, 1990, Judy Berry-Bravo, 1994, Carina Blixen, 1997).
Terminada la dictadura, entra en la Cátedra de Literatura Uruguaya de la Facultad de Humanidades. Por primera vez acepta premios oficiales: en 1988 recibe el Gran Premio Rodó, el galardón más importante que se otorga en el país. Un año más tarde, ya separada de Liberati, visita por última vez a Juan Carlos Onetti en su casa de Madrid.
En los últimos veinte años su poesía se adentra cada vez más en el silencio, pero se suceden los reconocimientos: es invitada a México, Chile, Suecia, Cuba, Nicaragua, Perú, España, Argentina, Alemania; es traducida, al italiano, al portugués, al alemán, al sueco. Recibe en Chile el Premio Gabriela Mistral. Cal y Canto publica su Poesía completa, Banda Oriental edita una Antología poética de mujeres hispanoamericanas compilada por ella y se estrena el documental Idea dirigido por Mario Jacob. En diciembre de 2007 Ana Inés Larre Borges publica Idea Vilariño: la vida escrita, un lujoso libro-homenaje con materiales biográficos, cartas, iconografía y ensayos críticos. Su salud es cada día más frágil. La muerte de Poema, su hermana menor, la sume en una gran soledad, solo mitigada por un puñado de amigos. En 2008 se interna en una casa de salud en El Prado. Muere en la madrugada del 28 de abril de 2009. El Ministerio de Cultura y la Universidad de la República le rinden homenaje esa misma tarde en el hall del edificio central de la Universidad frente a un centenar de amigos y admiradores. En simbólica coherencia con su vida solitaria, en el momento de dejar sus restos en el Cementerio del Norte, no la acompañaron más de quince personas. La noticia de su muerte no había tenido tiempo de llegar a la multitud de lectores que amaron su obra y que hoy pueblan de testimonios blogs y sitios de Internet.