PEDRO PEÑA
LA TARDE SE IBA con el sol. Detrás del monte de eucaliptos pastaba una vaca mansa que se sacudía las moscas con la cola mientras dejaba que un hornero le trepara por el lomo y le comiera los bichos colorados. Cada tanto, por jorobar nomás, la vaca estiraba la cola más de lo debido y el pájaro debía pegar un saltito leve para esquivar el marronazo de pelos y abrojos que se le echaba encima. Pero era sólo un juego.
Desde lejos el hombre que venía a caballo vio que los perros empezaban a ladrarle. Revolvió algo, un bultito, entre los cojinillos del recado y, cuando se acercaron, se los arrojó. Los bichos quedaron mordisqueando unos pedazos de salchichón rancio y el hombre siguió la vuelta del monte sin parar mientes en la vaca y el hornero.
-Ya me viene saliendo caro este negocio -dijo para sí-. Vamo´a tener que cortarlo. Estos perro´ comen mejor que mis peone´.
El rancho al que el hombre iba era una construcción cuadrada, de barro blanqueado con cal y techo de paja mal quinchado. En una de esas la vaca se le pegó al caballo como haciéndole yunta, hasta que el hombre sacudió el rebenque y se asustó la vaca y voló el hornero.
El hombre ató el caballo en unos transparentes que daban al costado de la casa. Le aflojó la cincha y se quedó esperando un rato mientras fumaba. Cuando terminó ya los perros habían devorado la pitanza y venían por más.
-No se ceben, carajo- rió el hombre.
Se detuvo en la enramada y relojeó el paisaje. Debían ser las seis y media. El sol estaba por irse del todo y el fresco del día comenzaba a tornarse en un frío seco, sin perdón.
El hombre se limpió el barro de las botas en el alambre del tejido que atajaba a las gallinas. Después fue hasta el brocal del pozo y agarró el jarro del agua. Bebió del balde recién sacado y llamó:
-Juana.
Desde adentro se abrió la parte de arriba de la puerta. Salió una mujer grande, de unos treinta años, acompañada de un niño de ocho o nueve. El hombre le clavó la vista al gurí como si fuera el mismo diablo. La mujer adivinó la incomodidad y enseguida explicó:
-El padre no quiso llevarlo esta güelta.
El hombre caviló unos instantes.
-M´hijo, va a tener que dirme a buscar tabaco y grapa al boliche de los Campaña.
El niño lo miró con sorna.
-No tengo caballo -le dijo- . Se lo llevó el tata.
-Eso es lo de meno`, Tomasito. Yo le presto el mío. Está ahí, en lo` transparente`. Póngale la cincha y vaya nomá`. Y cómprese una cuestión d`esas pa´ tomar.
-Ya voy.
La madre, mientras tanto, había abierto la parte de abajo de la puerta y ahora metía unas astillas en la cocina.
-Vamo´a matear antes -dijo, y puso la pava en el agujero de la plancha de hierro. El hombre asintió, pero no bien oyó que el caballo salía al trote, agarró a la mujer por la cintura, le sacó el delantal, le levantó el ruedo de la pollera, hurgó en su entrepierna y terminó por tirarla arriba de la mesa.
Cuando se acordaron de la pava, ya no tenía agua.
II
Era una noche oscura, sin luna. Iba a caer la helada. El hombre sintió ladrar los perros y largó el pan y la taza de leche que le habían dado como si fuera el postre.
-Ahí viene el gurí -dijo.
-No me gusta esto cuando está el gurí -dijo Juana.
-¿Y a usté le parece que a mí me gusta? Se lo tendría que haber llevau. Le dije que lo juera llevando pa´que juera aprendiendo.
-Sí. Pero no quiso llevarlo. Lo dejó.
El trote del caballo se detuvo en los transparentes. Pero pasó un rato y nadie aparecía.
-Que demora el gurí con ese tabaco -dijo el hombre.
-Acá me tiene -dijo una voz desde la puerta. Pero no era la del gurí.
Juana, que se había puesto de espaldas a la puerta y revolvía en la bolsa de los marlos, sintió la voz de su esposo y con ella un frío intenso que le corría desde los pies hasta el cerquillo.
-Aníbal... -dijo-. ¿Qué hacés acá?
Aníbal la miró con el rostro inexpresivo, lánguido, como si no estuviera sintiendo nada de nada, como si fuera una piedra o un árbol.
- Es mi casa, ¿no? -dijo, y echó la mano al cinto.
El otro hombre, que tenía los ojos abiertos como dos ventanas en una noche de verano, se llevó la mano al facón.
-Tranquilicesé, López -dijo Aníbal-. Le traigo el tabaco.
López sonrió forzado.
-Aura..., la grapa la tengo ahí ajuera, en el recau... La va a tener que venir a buscar usté mismo.
-Vos querés peliar -dijo López.
Aníbal miró a la mujer, que se había apartado a un rincón y hacía como que acomodaba unas ollas tiznadas.
-Mirá, Juana, lo que dice don López. Dice que quiero peliar. ¿Y vos que decí´?
Juana lo miró pero enseguida bajó los ojos. López seguía sentado, pero había acomodado las piernas como para saltar rápido si el asunto lo ameritaba.
-No quiero peliar..., no. ¿Por qué? Si podemo´ entenderno´. Mire don López, yo le anduve en el caballo sin permiso. Se lo pedí al gurí cuando lo vi llegar al boliche. Es que la tropa se demoró, sabe, y güe..., paramo´ en el boliche y me lo veo llegar en su caballo... Lo agarré sin permiso.
Aníbal hizo una pausa, dijo que qué frío que estaba. Desarmó el paquete de tabaco Toro de López, armó, prendió y fumó.
-Y se ve que no soy el único que anda en caballo ajeno. Y mejor así..., no hay por qué ser celoso´e la montura... Digo yo... ¿Qué me dice, López?
López, más tranquilo, le pidió el paquete de tabaco, armó y prendió. Aprovechó para mandarse otro trago de leche.
-Digo que hay cosas p´arreglar. Entre usté y yo, Aníbal.
-Puf..., si habrá. Sí señor. Mire, vamo´a entenderno´, pa´que la cosa salga bien pa´ tuitos. Toy trabajando mucho, don López, y me paga poco. Si eso se arregla, la cosa cambia... Y hablando de cambio, ¡qué lindo animal ese tordillo! Trotea qu´es una bendición. No lo quise galopear porque estaba escuro..., pero me imagino lo que ha de ser.
-Si es eso -dijo López- la cosa se arregla fácil.
-Cómo no... Entre hombres la cosa se arregla ansina. ¿No Juana? Una montura por otra.
La mujer se había quedado callada. Aprovechaba la conversación de los hombres para limpiar una olla de esmalte que se le había tiznado en la mañana, cuando había hecho dulce.
EL AUTOR. Pedro Peña (San José, Uruguay, 1975) es escritor. Publicó el libro de cuentos Eldor (2006).