Soledad Platero
JOYCE CAROL OATES lo hizo una vez más. Publicó otra de esas novelas que hacían crispar de horror y envidia a Truman Capote, y que la vienen manteniendo entre los autores más leídos en su país desde hace décadas.
Hay quienes dicen que el Gran Novelista Norteamericano -una fantasía que ronda toda producción de largo aliento ambientada en los Estados Unidos- no es un hombre, sino una mujer, y se apellida Oates. La afirmación es verosímil. Esta mujer menuda, con cara de ratón de biblioteca y ojos agrandados por lentes gruesísimos, lleva publicada una centena de títulos entre los que hay novelas, cuentos, poesía, ensayo y teatro. Aunque sería exagerado decir que todos son buenos, hay que reconocer que con los que son muy, muy buenos, ya se ganó un lugar indisputable en las letras en lengua inglesa.
Ave del paraíso es una muestra de lo mejor de Oates: un novelón gótico escrito con la inteligencia y la destreza de una experta. En el comienzo hay un crimen. Una joven mujer, esposa y madre, aparece asesinada brutalmente en su cama, en la vivienda barata que compartía con una amiga desde que había tomado la decisión de cambiar de vida, dejando atrás a su marido. El que la encuentra es Aaron, su hijo adolescente. La policía comienza inmediatamente a buscar sospechosos, y los que se perfilan con más posibilidades son el ex marido, Delray Kruller, y el amante, Eddy Diehl. Como en una novela de James Ellroy, esa muerte brutal, especialmente violenta, pondrá en marcha una historia que se abre siguiendo a dos personajes: Aaron, el hijo de Zoe Kruller, y Krista, la hija de Eddy Diehl.
Pero Oates es una escritora superior a Ellroy. Sus novelas son mucho más que los truculentos temas que elige (o que la eligen, de creer en sus declaraciones). Es en el notable manejo de las voces narrativas, en el exacto aire que da a cada personaje -a los pensamientos y sensaciones de cada personaje- que se sostienen sus dramones, siempre a un paso de tocarse con la literatura más barata y sensacionalista, pero siempre a un paso también, y mucho más corto, de las grandes novelas clásicas.
HIJAS, ESPOSAS Y AMANTES. No es que sean su especialidad (nadie que haya escrito tanto puede tener una especialidad excluyente), pero las figuras femeninas son uno de los grandes logros de Oates. "Figuras femeninas" es una expresión que debe entenderse en plenitud: sus personajes femeninos son absolutos, violentamente femeninos, tanto como sus hombres son violentamente masculinos. Sus mujeres y sus niñas -y especialmente sus niñas, se podría decir- son un concentrado de lo femenino básico, acorralado por lo femenino socializado.
Ave del paraíso se divide en dos partes. La primera está escrita en primera persona por Krista Diehl, y arranca en los días de su infancia, cuando la familia se desmoronó a partir de que el padre empezó a ser investigado por el asesinato de Zoe Kruller. La voz de Krista niña es decisiva para el relato. La forma en que se expresa la inteligencia extraña de los niños -su absoluta indefensión ante la arbitrariedad de los adultos; el asombro frente a la rotunda indiferencia de que son capaces los padres cuando los atraviesa algo verdaderamente grave, que los niños no pueden saber, pero están condenados a sufrir- da la medida exacta de la tragedia, que no puede ser simplificada en la historia de una muerte y sus consecuencias.
Oates se vale de recursos tipográficos como la itálica para señalar el extrañamiento que producen ciertas palabras, ciertas frases, si se les presta la debida atención. Instala así un ámbito de empatía con su personaje, una proximidad con la mirada infantil sobre el mundo adulto, que introduce al lector en la posición siempre alerta, siempre acechante de los niños. "Los misterios con los que convives de niño. Nunca solucionados, nunca resueltos".
Pero además de ser animales de mirada inquieta, las niñas de Oates son poderosas máquinas deseantes. Se dejan seducir por los ojos y se encienden por el olfato. Adoran lo glamoroso y lo vulgar de la coquetería femenina tanto como se dejan atrapar por el olor a vainilla y a leche tibia de las cocinas. Sienten el vértigo del olor a alcohol y a tabaco que exudan los hombres, y sueñan con ser dignas de la aprobación de esos seres violentos e impredecibles, avasallantes y egocéntricos.
sACOS DE CUERO Y AUTOS CLÁSICOS. La segunda parte de la novela, en tercera persona, se pega a Aaron Kruller, el salvaje hijo de Zoe, la mujer asesinada. Como Delray Kruller y como Eddy Diehl -y como tantos personajes masculinos de Oates-, Aaron es uno de esos tipos con los que es mejor no toparse. Casi incapaz de expresarse verbalmente, desaliñado, bebedor y pendenciero, Aaron sería basura blanca si no fuera porque no es blanco: es hijo de una mujer blanca y de un mestizo de la reservación Seneca.
De la obsesión de Krista por Aaron, del vínculo enfermizo entre ambos (un vínculo hecho de apetitos y curiosidades, de rencor y miedo, de culpa y rechazo) trata esta historia. Los dos adolescentes casi no comparten escenas. Son pocas -aunque cruciales- las ocasiones en que hay contacto entre ellos. Pero cada uno invade los pensamientos del otro, porque están unidos por la poderosa fuerza gravitatoria de la muerte nunca aclarada de Zoe Kruller.
Como bien observa alguien en la solapa del libro, Oates escribió una vez más el gran romance gótico: ese que parte de la convicción de que Bella y Bestia son complementarios (de que son, incluso, indiscernibles), y lo hizo sin otra coartada que la de contar una historia eterna del mejor modo posible.
Joyce Carol Oates no es -o no es, en este caso- una autora preocupada por desafiar al lector, obligándolo a leer de un modo nuevo o a entender códigos desconocidos. Eso no significa que no haya, en su escritura, un trabajo concienzudo y meticuloso, una preocupación rotundamente literaria por encontrar la forma más adecuada, más perfecta para decir lo que se quiere decir. No hay nada de facilismo en las estrategias narrativas de Oates.
Si aprovecha lo que la literatura carga en su gran bolsa de sobrentendidos y supuestos previos, es para volcarlo al arte -a la técnica- de contar la historia de la mejor manera. Oates es de los autores que ponen a la literatura a trabajar para la literatura, sin caer, sin embargo, en la condescendencia.
Dentro de un panorama como el norteamericano, felizmente poblado de grandes narradores, la ferocidad piadosa de Oates encuentra siempre el modo justo, exacto de atraer al lector con la misma irresistible fuerza que parece mover a sus personajes.
AVE DEL PARAÍSO, de Joyce Carol Oates. Alfaguara, 2011. Buenos Aires, 520 págs. Distribuye Santillana.
Lo mejor
EN MONTEVIDEO pueden encontrarse sin problemas los últimos volúmenes en español de Joyce Carol Oates editados por Alfaguara (La hija del sepulturero, 2008; Mamá, 2009; Ave del paraíso, 2010, y, en cualquier momento, Memorias de una viuda, 2011, que cuenta la muerte de su marido, Raymond Smith, ocurrida en febrero de 2008). Pero los afortunados podrían dar con una edición de Blonde (un relato de ficción sobre Norma Jean Baker, o Marilyn Monroe, publicada por Plaza y Janés, 2000) o con la breve Agua negra, (Ediciones B, 1992), y hasta podrían toparse con algún ejemplar de Gente adinerada (Laertes, 1979) o con el clásico Qué fue de los Mullvany (Lumen, 2003).