Cuento de la enamorada

Compartir esta noticia
 20121004 794x600

ALGUNA VEZ LEÍ que en Mongolia, cuando alguien se dispone a narrar una historia, debe efectuar como prólogo un rito mágico para evitar que los fantasmas conjurados por la narración se instalen entre los vivos. Después el narrador puede contar tranquilo, sabiendo que, al acabar, sus personajes volverán a la oscuridad de la cual han surgido. No sé si tal precaución sería entendida en Occidente, donde la vanidad del autor quiere, no sólo que sus criaturas imaginarias cobren vida entre su público, sino que además sean inmortales y se queden aquí para siempre.

Tampoco sé si en China la convención literaria de los precavidos mongoles existió alguna vez. Si fuese así, El país imaginario de Eduardo Berti causaría escándalo por dos razones: primero, porque sus personajes son implacablemente memorables y, por más conjuros que se quiera hacerles, no desaparecerán al cerrar el libro; segundo, porque los acontecimientos de esta novela no dependen tanto de la voluntad de los personajes vivos sino del deseo de quienes ya han muerto. La abuela que agoniza al inicio del libro no disminuye con ese último aliento su presencia; al contrario, su sombra crece a medida que volvemos las páginas hasta ocupar todo el espacio de la novela. Si Berti efectuó un rito mágico al empezar a contar su historia, fue sin duda un rito opuesto al de los narradores mongoles.

UN CUENTO CHINO.

Después de la destreza narrativa demostrada en sus primeras novelas -entre mis preferidas están Aqua, La Mujer de Wakefield, Todos los Funes- no debería sorprendernos la maestría de El país imaginado. Decir que El país imaginado es un cuento de fantasmas es reducir esta obra prodigiosa a una cuestión de género, a menos de colocar en su categoría Otra vuelta de tuerca y Pedro Páramo. Como en estas obras primordiales, la novela de Berti no quiere ni separar la narración psicológica de la fantástica ni al lector escéptico del crédulo. Como la Inglaterra de James o el México de Rulfo, la China de los años treinta cree en los fantasmas y en las ceremonias que éstos exigen para convivir más o menos dignamente con los vivos. Como en el caso de James o de Rulfo, la maestría de Berti consiste no en convertir a los lectores a estas creencias, sino en obligarlos a respetarlas. En este sentido, es importante recordar que la China de Berti es un país "imaginado" y no "imaginario": la distinción es esencial.

Berti ha reconocido (o intuido) que la tarea del novelista es poner en palabras no su propia visión del mundo (su experiencia, sus opiniones, sus sentimientos) sino la de los personajes de su historia. Sin duda, los elementos de la biografía del autor cuentan, como cuenta nuestra experiencia cotidiana para brindar una iconografía a nuestros sueños, pero es importante recordar que es el autor quien está al servicio de su obra y no su obra al servicio del autor. Dante dice no ser más que un escriba de lo que le fue dictado, y de hacer lo más fielmente posible la crónica de "errori non falsi" ("ficciones que no son mentira") que le fue dado ver: la clave está en la palabra "errori", "ficciones". El mundo que El país imaginado nos ofrece es, por supuesto, soñado pero no por eso menos cierto, una crónica concebida de todas piezas (algunas seriamente académicas) para que el lector pueda a su vez descubrir y reconocer, traducidas a un cuento chino, experiencias que no sabía eran suyas.

¿Por qué la China? Sabemos que, a pesar de meticulosos mapas y globos terráqueos, como también de Google Earth y de su entrometida perspicacia, los lugares de nuestro mundo son menos físicos que imaginados, y su existencia depende menos de sus aspectos geográficos que de la manera en la que son contados. Sin duda Timbuctú se parece a muchas otras ciudades africanas, y Transilvania no tiene mayor mérito que las demás provincias húngaras, pero gracias a las aventuras del Allan Quatermain de Rider Haggard y del Conde Drácula de Bram Stoker, estos sitios tienen un peso singular en nuestra idea del mundo. Y a pesar de la Revolución Cultural, de la masacre de la Plaza Tiananmen y del nuevo imperialismo comercial de la República Popular, China es, en la imaginación occidental, el otro lado del espejo. (No sólo occidental: recordemos que en LasMil y Una Noches Aladino es un muchacho chino cuyas aventuras ocurren en ese imperio donde todo es posible, y que en el muy riguroso Al-Muqaddima o Discurso de historia universal de Ibn Khaldun, este sabio del siglo XIV asegura que la China es un país fabuloso "de perfumes, incienso, y aún de oro y esmeraldas, y sus habitantes son todos magos.")

SEGUIR IMAGINANDO.

Dijimos que El país imaginado es un cuento de fantasmas. Hubiésemos podido decir que es un cuento de amor, o del descubrimiento del amor, o de la valentía con la que una adolescente persigue y defiende su amor por otra joven, hija de un ciego vendedor de pájaros, a quien la adolescente compara a un ave mitológica por su belleza inusitada.

El país imaginado es también una historia de dobles, en la que la protagonista se refleja o divide o multiplica en varios otros personajes: en el fantasma de su abuela, en su hermano mayor, en su hermosa enamorada, y por fin, en ella misma desdoblada que será una en el mundo y otra en sus ensoñación. Una célebre historia china cuenta cómo una joven, para poder huir con su amado y al mismo tiempo no afligir a sus padres, se divide en dos: una permanece en casa y se comporta como hija fiel, la otra se va con su amado y vive feliz con él. Al cabo de muchos años, la desposada siente que extraña a sus padres y quiere volver a verlos. Vuelve, y antes de entrar en la casa las dos mujeres vuelven a ser una sola. Este argumento, que es también el de la Helena de Eurípides, es tratado de manera más original (me atrevo a decir más profunda) por Berti. Sin duda la protagonista se desdobla, pero sin embargo sigue ocupando un solo cuerpo. Interlocutora de fantasmas, hija respetuosa, hermana solidaria, rebelde estudiosa, amante de la bella Xiaomei, son todas una. "El mundo está mal hecho",dice la joven al final, deplorando la suerte que les ha tocado, a ella y a su exquisita amada. "El mundo no está hecho," la corrige Xiaomei, "El mundo es así: algo que promete hacerse y jamás se hace en forma definitiva."

El país imaginado también es así: desde las primeras páginas, el lector sabe que lo espera algo acabado, exquisito, perfectamente lúcido, pero Berti tiene la elegante generosidad de no cumplir definitivamente su promesa, y permitirle al lector la tarea de seguir imaginando.

EL PAÍS IMAGINADO, de Eduardo Berti. Emecé, 2011. Buenos Aires, 200 págs. Distribuye Planeta.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar