La espía modista

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DOS TEMAS que el autor conoce bien se cruzan en esta pieza: Felisberto Hernández y el totalitarismo soviético. Este último, corporizado en África de la Heras, española nacida en Ceuta, combatiente de la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, luego espía soviética (alcanzaría el grado de coronel de la KGB). Felisberto la conoció en París, se casó con ella y la trajo a Montevideo. Aquí, ejerció el espionaje entre 1949 y 1967 -antes y después de divorciarse de su marido uruguayo- bajo la fachada de ser modista y luego anticuaria. Para ese entonces estaba ya casada con Valentino Marchetti, alias de Giovanni Bertoni, un comunista italiano al servicio de Moscú. La historia de esta mujer ha tenido varios abordajes narrativos y periodísticos (véase El País Cultural, 10/10/2008), tocándole ahora el turno al teatro. El público montevideano puede ver la obra, estrenada hace poco en Espacio Teatro, y/o leer el texto.

La alusión a las muñecas del título es doble. Alude a "Las hortensias", por un lado, y de modo menos directo, a que África es muchas, una dentro de otra, como las muñecas rusas. Es la bella mujer y la modista, la comunista convencida y también la que, con sangre fría, es capaz de cometer crímenes por la causa, bloqueando el hecho de que esos medios invalidan cualquier posible nobleza del fin. Echavarren la pinta como un monstruo, pero sin embargo le preserva un fondo humano: la predilección que tiene por Julián, joven amigo de Felisberto, que le recuerda a su hijo muerto en Rusia.

En cuanto al caso real, el autor aporta algunas sugerencias novedosas, divergentes de lo sabido hasta aquí. Sostiene que Felisberto se habría enterado de las actividades clandestinas de su mujer, siendo este uno de los motivos por el que después de separarse dictara una serie de charlas contrarias al comunismo y la URSS por Radio El Espectador. África lo acusa, en la escena 8, de que "Las hortensias" contiene una denuncia en clave de sus actividades de espionaje. Lo más impactante es la acusación de que tras el asesinato de Arbelio Ramírez -Evelio Rodríguez en esta "ficción", aunque por lo concreto de la circunstancia aludida el cambio de nombres no protege al final la intimidad de nadie- habría estado la espía, para silenciar secretos inconvenientes, usando como pantalla la tesis de un atentado contra Ernesto "Che" Guevara, de visita en Montevideo.

El único defecto que podría achacársele a la pieza son muchos de los parlamentos, con aire de discurso político, de la protagonista. No que no sea de creer que haya habido al servicio del totalitarismo soviético -como de cualquier otro totalitarismo y de muchos gobiernos tenidos por democráticos- personajes fanáticos, fríos y calculadores como el que pinta Echavarren, pero de entrecasa su lenguaje también andaría en pantuflas, por lo menos de a ratos. El Felisberto de esta pieza es más que creíble, sobre todo para sus lectores. Es interesante el trabajo del personaje de Valentino Marchetti, que va cayendo en el descreimiento respecto a la "Patria Socialista" y llega a confesar que si no defecciona es para no terminar con un tiro en la nuca, y acaba envenenado por su mujer (extremo que en la realidad fue sospechado y que en la ficción el autor da por cierto). Es una decisión sabia dividir la obra en veinticuatro escenas independientes, pues le da agilidad a una pieza de tema serio y grave.

ÁFRICA, LA MUÑECA DE FELISBERTO HERNÁNDEZ, de Roberto Echavarren. Mansalva, 2011. Buenos Aires, 112 págs. Distribuye Ediciones del Puerto.

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