La vida entre nieve e iglús

| El sociólogo franco-canadiense Claude Sirois vivió siete años con los esquimales de la Isla de Baffin y cuenta la experiencia en un libro. Ahora, reside en Uruguay.

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El País

GABRIELA VAZ

Dejaría usted todo lo que tiene para mudarse a una tierra donde el frío es tal que si cierra los ojos estos pueden quedar pegados, donde el único plato disponible es carne cruda a medio congelar, donde el agua debe "fabricarse" para no morir de sed, donde un hijo se regala si una familia lo necesita, donde como preservativo se usa tripa de foca, donde el promedio de vida se sitúa en 35 años de edad, donde no hay médicos, ni electricidad, ni una pizca de sol durante cuatro meses del año? Una persona común seguramente contestaría con un no rotundo. Pero Claude Sirois no es una persona común.

En 1974, cuando acababa de recibirse de sociólogo en su Canadá natal, le ofrecieron viajar a la Tierra de Baffin -la quinta isla más grande del mundo- para registrar la vida de los 2.000 esquimales que allí habitan. Y allá partió, junto a otros ocho investigadores, con el objetivo de establecerse en la isla hasta por 10 meses. Pero las condiciones de vida en esa punta del globo, a pasos del Polo Norte, son mucho más duras de lo que pueden transmitir libros y documentales. De los nueve estudiosos que arribaron a Baffin, cuatro murieron: dos cayeron por una grieta, traicionados por el hielo; uno falleció en lucha con un oso polar; y el restante se suicidó, no soportó el silencio ni la oscuridad y no fue capaz de esperar a que pasaran las habituales semanas de tormenta para tomarse el primer avión de regreso a casa.

Claude Sirois, sin embargo, no sólo sobrevivió, sino que alargó su estadía y se quedó, de motu propio, siete años más. Después de esa experiencia, cualquier destino parecía demasiado estruendoso. A excepción de un lugar remoto y pequeño del que le hablaron algunos conocidos, llamado Uruguay. Aquí se estableció y, luego de algunas idas y venidas, lo eligió como residencia permanente en 1999. Fue en Atlántida que comenzó a escribir el libro En el susurro del silencio, donde narra su convivencia con los inuit ("esquimal" significa "comedor de carne cruda" e "inuit" es "hombre de la tierra", por lo que los nativos de Baffin prefieren ser llamados de esta última manera) y explica sus costumbres, algunas tan extrañas e increíbles que parecen de "otro mundo", cuenta. Un mundo casi de fantasía, pero tan real como el cotidiano.

blanco SILENCIO. ¿Qué fue lo primero con que se encontró la delegación de investigadores cuando pisó la Isla de Baffin? "Nieve", se ríe Sirois. "Y frío. Mucho frío". La temperatura promedio en esas tierras se sitúa entre 35 y 40 grados bajo cero, aunque el antropólogo conoció hasta -52°C. Uno podría pensar que la vida en esas condiciones es prácticamente inviable, pero el clima es tan seco que la bajísima temperatura llega a no notarse, y eso es lo más peligroso, explica el investigador. "El metabolismo reacciona igual que si uno estuviera en una selva: estás muy cansado, con sueño y ganas siempre de tirarte a dormir. Pero si lo hacés, seguro te morís por hipotermia. Cuando llegué, tenía problemas para respirar, porque inspiraba muy hondo, y hay que hacerlo como en cámara lenta. También hay que cuidarse mucho los ojos. Ellos utilizan lentes de huesos de foca para protegerse. Cuando hay menos de -45°C, si cerrás los ojos pueden quedar pegados porque las lágrimas se congelan". ¿Más gráfico? "Si escupes, al piso cae una piedrita de hielo".

SÓLO CARNE. Actualmente, se cuentan alrededor de 55.000 inuit canadienses, repartidos en 54 comunidades. Son nómades y conviven de a grupos en iglús vigak (construcciones hechas de hielo, dentro de las que se alcanzan temperaturas amables: hasta 17°C) de unos 18 metros cuadrados. Dado que su promedio de vida es muy corto -mueren alrededor de los 35 años, pues sus bronquios se queman debido al frío- se unen en pareja muy jóvenes, a los 12 o 13 años. Igual mantienen un estricto control de la natalidad, ya que los niños deben nacer en primavera para acostumbrar sus pulmones a la temperatura y así sobrevivir. ¿Cómo se cuidan? Con tripa de foca, el profiláctico polar.

La época de lactancia se alarga en Baffin: hasta los 4 años los niños toman leche materna. Es que no hay variedad de alimentos. El menú de los inuit se reduce a un ítem: carne. De foca, de oso, de morsa, de ballena. "Se come cruda, medio congelada, como cuando sacás una hamburguesa de la heladera y tiene como estrellitas de hielo. Es lo único, no hay otra cosa. A la mañana a veces beben una especie de sopa de sangre con frutos de mar, pero nunca lo probé. Empezaría mal el día", sonríe Sirois al recordar su dieta de aquellos días. A pesar de hacer añicos la pirámide nutricional, el sociólogo admite que la incidencia de cáncer o enfermedades cardiovasculares entre los inuit es prácticamente nula. "Sólo tienen problemas de dentición, por el desgaste".

ADELANTADOS. Las creencias y mitología de los esquimales es una de las aristas de su vida que más fascina a investigadores y curiosos.

Un ejemplo. Para los inuit, el cuerpo humano tiene tres almas: una en la ingle, una en la garganta y otra en el nombre. Y ellos no diferencian entre nombre masculino y femenino. Así es que, relata Sirois, si un chico llamado Kayuk se enamora de una chica llamada Kayuk, la pareja no debe juntarse pues ya está unida espiritualmente.

La solidaridad está indisolublemente unida a la cultura inuit. Es cuestión de supervivencia. Si matan una foca y no la comparten con otros, creen que el alma del animal se enojará y ya no habrá focas para su sustento. Cuando una familia tiene muchos hijos, regala el más pequeño a otra que no los tenga, para que los ayude. De hecho, en su lengua, el inuktitut, la palabra "gracias" no existe. "Esas cosas se hacen porque `tienen` que hacerse. Esa es su idea", señala el sociólogo.

Por otro lado, hay aspectos en los que los inuit muestran una apertura que no existe en países civilizados, como en la identidad sexual. "Los varones usan trenza y las mujeres moño. Si un día el varón decide que quiere vivir como mujer, se hace un moño y listo. Es tomado como muy natural".

La alta sensibilidad de los inuit se explica, para Sirois, en los cuatro meses de noche completa que tienen cada año, cuando durante las 24 horas todo es oscuridad. "La soledad es enorme", reconoce. "Creo que fue mi lado monástico el que resistió". Pero dice que lo valió.

El libro

"Durante 15 años o más, en Montevideo, mis notas relativas a mis aventuras en el mundo de los inuit dormían en un cofre. No me animaba a leerlos, ya que era algo que continuaba afectándome y emocionándome. Raras veces y en forma vaga hablaba de ese período de mi vida. Se dice, sin embargo, que cada uno debe contribuir al conocimiento universal, como lo hacíamos en aquel mundo perdido".

Así prologa Claude Sirois En el susurro del silencio, el libro que comenzó a ver la luz en la calma de Atlántida. Tan arraigado al Uruguay está el antropólogo franco-canadiense, que en uno de sus regresos intercambió con un amigo inuit un amuleto de hueso de foca por un mate con su bombilla. Hoy, escrito en español y francés, el texto está disponible en varias librerías.

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