El jueves de la semana pasada, el presidente suizo, Hanz-Rudolf Merz, viajó hasta Trípoli para presentar las excusas de su país por la detención "injusta e inútil" de Hannibal Gadafi, hijo del líder libio. Hannibal y su esposa habían sido arrestados en julio de 2008 en un hotel de lujo de Ginebra, acusados de torturar y esclavizar a dos empleados domésticos a su servicio.
Molesto por esa actitud, Khadafy reaccionó oficialmente tres meses después: suspendió sus exportaciones de petróleo, retiró US$ 7.100 millones que tenía en bancos suizos, suspendió los programas bilaterales de cooperación e impuso restricciones a las empresas helvéticas que operan en Libia. A pesar de esa concesión, que la prensa y los medios políticos suizos calificaron de "humillante capitulación", Merz sólo obtuvo promesas de Libia.
Ese episodio, en el que los intereses nacionales prevalecen sobre los principios, es el más reciente, y sin duda no será el último, de la "diplomacia de la billetera". Que no es otra cosa que privilegiar la cuestión económica: lo que se conoce como Realpolitik.
Ahora se acaba de saber, por ejemplo, que la reciente liberación del terrorista libio Abdel Baset al-Megrahi fue objeto de un canje político-comercial entre Trípoli y Londres, según afirmó Seif al-Islam, otro hijo de Khadafy. La información fue desmentida por Londres, pero teniendo en cuenta el estilo de la diplomacia libia la hipótesis no parece desatinada.
El peso de los intereses en desmedro de la moral también prevaleció en la reciente actitud de China y Rusia, que amenazaron con vetar una declaración del Consejo de Seguridad de la ONU. Los países occidentales pretendían denunciar al régimen militar birmano por la condena de la opositora Aung San Suu Kyi a 18 meses de prisión domiciliaria.
La moderación de Rusia y China en el caso de Birmania se explica, en buena medida, por los vínculos comerciales que tienen esos dos países con el régimen militar. Para China, ávida de materias primas para alimentar las crecientes necesidades de su industria, Birmania es un proveedor dócil y barato de petróleo, gas, cobre, estaño, otros minerales, piedras preciosas y maderas. Pekín es el tercer cliente de las exportaciones birmanas. Su empresa China National Petroleum Corporation también participa en la explotación de hidrocarburos junto a Chevron y Unocal (Estados Unidos) y Total (Francia). Rusia, por su parte, es el principal abastecedor de armas de la junta, explota una mina de oro y firmó un acuerdo para construir un centro de investigaciones nucleares cerca de Rangún.
La actitud de Francia es particularmente significativa. El actual canciller, Bernard Kouchner, reconoció que "el único medio de presión económica serio que podría adoptar Francia sería evidentemente Total". Sarkozy, por su parte, enumeró algunas medidas de presión, pero evitó mencionar a Total, primera multinacional de Francia y octava a nivel mundial. Desde 1992 el grupo francés explota el yacimiento de gas Yadana, que le reporta al régimen unos US$ 130 millones en regalías. LA NACIÓN, GDA
Invadir sí, pero ojo con el gasoducto
La diplomacia de la billetera no está restringida a los vínculos con Libia.
Al margen de algunas declaraciones ofuscadas, Occidente no criticó seriamente la represión rusa en Chechenia y en 2008 tampoco adoptó sanciones por la intervención en Georgia.
Apenas los tanques rusos ingresaron en las provincias georgianas de Osetia, el premier italiano, Silvio Berlusconi, viajó a Moscú. Su único interés en ese conflicto fue proteger los intereses de las empresas que participaban en la construcción del gasoducto que debe transportar el gas ruso del Mar Negro hacia Austria e Italia.
Y en las últimas semanas, Alemania denunció enérgicamente los crímenes de dos militantes de derechos humanos en Rusia. El gobierno, sin embargo, no impidió que Siemens firmara un jugoso contrato con la empresa ferroviaria rusa Sinara.
Es que las relaciones comerciales entre Berlín y Moscú tienen un carácter estratégico. Alemania es el primer proveedor de Rusia, con el 13,3% de las importaciones.