El falso biógrafo de Bordaberry

| Por venganza, Santicaten, admirador de Stroessner, relató cómo un Bordaberry se "apropió" de una estancia. El régimen aplicó la censura al inesperado opositor.

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POR ALEJANDRO PÉREZ

En un verano de hace ya varios años, un conocido librero de "raros y antiguos" trasladó como siempre su local a Punta del Este. Todavía se acuerda con detalles de lo que le pasó uno de los primeros días de la temporada. "Estábamos acomodando las estanterías. En eso miro para la calle y veo a Bordaberry, al viejo claro, mirando las vidrieras. Cuando vi que iba a entrar no aguanté. Le dije a la asistenta que tenía unos asuntos de oficina y antes de irme para el fondo me acordé que habíamos llevado un Ramón Pardías, que es más, lo tenía a mano. Lo dejé como de casualidad sobre el mostrador y me fui. Al rato, cuando salí, le pregunté a la chica si el señor que había entrado había adquirido algo. Ella, que no lo había reconocido, me dijo que sí, que había llevado un libro. Era un Ramón Pardías. Tal vez el último".

La anécdota parece insignificante si se desconoce la historia del libro. Pero Bordaberry no estaba eligiendo una lectura cualquiera. Ramón Pardías fue escrito por Joaquín Martínez Arboleya -alias Santicaten-, alguien que a pesar de coincidir en ideas políticas e ideología con Bordaberry, decidió jugarle una mala pasada en plena dictadura. Unió hechos aislados y creó una especie de novela que trató de vender como basada en hechos reales. Así, contó la historia de una supuesta estafa realizada por un Bordaberry a la familia Reyles y se convirtió en el escritor más leído y polémico del Uruguay de 1975. La primera edición se agotó. Claro que, como era práctica común en aquellos días, el dictador desapareció el libro sin hacer ruido. Pero hubo ejemplares que sobrevivieron y corrieron, también en silencio, por todo el país.

El presidente ordenó el secuestro y la destrucción del libro. Camionetas verdes con soldados recorrieron librerías, confiscando. Roberto Cataldo, de Librería El Galeón, recordó que "no hubo decretos, ni trascendió nada en los medios. Se comentaba sí, a nivel de libreros, que Bordaberry estaba sacando en forma vertiginosa de plaza al libro Ramón Pardías". En otra librería con tradición en plaza, Nápoli Libros, dijeron sobre Santicaten: "Me acuerdo que con uno de los últimos hubo problemas. No se podía vender, ni siquiera tener un ejemplar en el local. En aquellos años no te preguntaban nada, venían y...".

Y así, más o menos, fueron los recuerdos de varios libreros consultados sobre la obra de Martínez Arboleya. Luego de consultar en varias librerías, se consiguió un Ramón Pardías a 400 pesos en Oriente y Occidente.

Al inicio del libro, Santicaten escribe: "Personajes, hechos y situaciones son reales". Muchas de sus afirmaciones se ha podido verificar que son falsas. Hoy el gran valor del libro en todo caso son las razones que llevaron a Martínez Arboleya a escribirlo. ¿Qué lo impulsó a cargar la pluma y arremeter contra el presidente en medio de una dictadura? O tal vez haya que dar vuelta las preguntas: ¿Quién era Santicaten? ¿Quiénes lo protegían? ¿Por qué Bordaberry sólo secuestró los ejemplares? ¿Por qué no lo encarceló? Era una práctica habitual de la época.

Después del episodio, Santicaten continuó viviendo en su domicilio de Rambla República del Perú y llegó a publicar nueve libros más. Obviamente no fueron causas políticas y/o ideológicas las que llevaron a Martínez Arboleya a emprenderla contra Bordaberry y su familia. Al igual que el entonces primer mandatario, el escritor era un hombre de derecha. Algunos de quienes lo conocieron afirman que era de un derechismo demencial. Tanto que admiraba a, y fue condecorado por, el dictador paraguayo, general Alfredo Stroessner, para quien escribió el libro Charlas con el general Stroessner en 1973.

De la lectura de la obra de Santicaten, se desprende que un leit motiv de su pensamiento era el desprecio por los partidos políticos tradicionales. Por esos mismos días, Bordaberry soñaba con un "nuevo Uruguay", gobernado por corporaciones de fuerzas vivas. Para él los partidos habían quedado perimidos tras el golpe de Estado de junio de 1973. Entre las versiones que aún hoy circulan, hay una que dice que Martínez Arboleya le quiso hacer una broma a Bordaberry, a quien por otra parte conocía perfectamente del Ruralismo. Otra, sin dudas la más fiable, sostiene que Santicaten montó en cólera porque el dictador le negó rotundamente y en la cara, la siempre codiciada -en aquellos años- embajada en Paraguay. La segunda versión se refuerza porque Ramón Pardías tiene un prólogo de siete páginas que comenta una condecoración de méritos otorgada por el propio Stroessner a Martínez Arboleya en marzo de 1975.

La fábula del vasco

Ramón Pardías vio la luz en setiembre de ese año. Tal como insistía una propaganda que emitía Canal 4, la obra estaba en todas las librerías y su valor era de cinco nuevos pesos (tres dólares), según Linardi y Risso.

El libro del singular escritor fue precedido de una advertencia: "Si alguien se encuentra o se reencuentra en ellos, no pretenda desdecirme, porque, de hacerlo, se expone a que convierta en acusación más concreta lo que hoy sólo quiero sea un cuento". Lo que su público, amigos y enemigos ignoraban, lo que el propio presidente ignoraba, era que ese "alguien" era el mismo Bordaberry.

La obra se inicia en la primavera de 1904 en Uruguay; más precisamente en campos floridenses próximos a Fray Marcos. Un hombre, al que su boina ladeada lo identifica como "vasco" -que hace 35 años trabajaba como tambero y repartidor de leche en uno de los campos de Don Ambrosio Castelar- va hacia la "mansión señorial" en Montevideo, a corresponder un llamado de oferta laboral de "quien lo explota".

Castelar es un hacendado próspero. Poseedor de tres estancias, mucho ganado refinado y praderas artificiales. Además es viudo y padre de un solo hijo, Carlos, que es escritor y triunfa en Europa. Pardías acepta el puesto y se va del campo con el mayor de sus siete hijos, Domingo.

Al culminar la Primera Guerra Mundial, Ramón Pardías, cochero de Don Ambrosio, había ganado plenamente la confianza de su empleador. Cuando Castelar envejece queda en manos de su cochero, a quien deja encargado de hacerse respetar y ser llamado Don Ramón por los otros empleados. Con la ayuda de sus dos concubinas, Pardías aceleró los trámites de "partida" de Don Ambrosio, asesinándolo con tres inyecciones letales. Muerto el estanciero, Pardías, que temía la llegada del hijo escritor, procedió a arreglar a su favor parte de los papeles del "noble hacendado". En ningún momento de la novela se explica en qué consistió esa "estafa" o "despojo".

Cuando Carlos Castelar vuelve al país, se entera por boca de Pardías que su padre murió y el testamento está por abrirse. Carlos se sorprende: por designio póstumo, Ramón Pardías fue designado "administrador". Como "buen hijo" acepta la última voluntad de su padre y tras depositar "toda la confianza de su noble estirpe" en Pardías, parte a España. Entre 1925 y 1927 regresa. Acostumbrado a recibir mensualmente sus buenos pesos, continuaba dilapidando su fortuna en Europa. No bien llegó, comprobó que la casona familiar de la calle Sarandí estaba cerrada y que su administrador se había transformado en Don Ramón y vivía en una mansión.

Pardías ni vio al hijo de su antiguo patrón. Mandó a uno de sus abogados, quien le hizo saber a Carlos Castelar el estado de sus fianzas, es decir "su ruina". El "verdadero héroe de la literatura nacional", murió pobre y olvidado. Pardías lo siguió algunos años después, en 1936.

Su hijo, Domingo, se casó con Blanca Margarita "Arocemena", quien no sólo le dio varios hijos, sino que lo conectó con un ser del mundillo político, voraz a la hora de los negociados, llamado Juan. Otro personaje que entra en escena, sobre el final de la obra, es un joven chofer de Domingo. Benito, el "mocito despierto e inteligente". De pluma ágil, comenzó a publicar artículos en la página política de "un diario de gran tiraje". Con el seudónimo de "Pescadilla", Benito captó la atención de todos.

Mientras tanto la amistad de Domingo y Juan prosiguió. Ambos descubrieron que tenían un mismo ideal: forjar un fuerza político-social que compitiera por la toma del poder contra blancos y colorados. Utilizando la fortuna de Domingo, compraron una radio. Enterados del despido de Benito del diario, no tardaron en convencerlo para que trabajara con y para ellos.

Benito pronto comenzó a ganar oyentes de todo el país hasta despertar la alarma de los propios blancos y colorados. En esos trances, la muerte se llevó a Domingo de golpe. Benito siguió su ascensión hasta conseguir la tan ansiada meta: la victoria política. Claro que no bien llegó, la muerte también se lo llevó.

Juan es el único sobreviviente de la novela. Sorteó tormentas, se enriqueció a costa del desapego material de Benito y culminó su carrera "en un rico butacón de cuero de su amplio despacho de un Banco de Estado", leyendo cotizaciones y esperando poco lícitas cosechas.

El fin de la fábula

Bastaba con ser de Durazno para conocer la "historia popular" de cómo el abuelo del entonces presidente, Juan María Bordaberry, se había "quedado" con los campos de la familia Reyles. Sobre todo, de cómo había dejado en la miseria a Carlos Claudio, el escritor nacional que había triunfado con El embrujo de Sevilla.

Es verdad que Santiago Bordaberry -abuelo de Juan María- le había comprado la estancia Los Paraísos -hoy El Baqueano- en Durazno, a Carlos Claudio Reyles. Pero la fortuna de los Reyles no fue robada, sino que fue dilapidada por Carlos hijo. En esa época todo el mundo sabía que el "vasco viejo" había llegado al país con las dos manos atrás, pero había culminado sus días cómodo. También sabían que Domingo Bordaberry, padre de Juan María, era heredero de esa fortuna, miembro activo de la Acción Ruralista y propietario de CX 4 Radio Rural.

Además, Domingo Bordaberry se había casado con una Arocena, y no "Arocemena" como plasmó Santicaten en su obra. Por aquellos años era sabido también que Juan Gary era amigo íntimo de Domingo y miembro destacado de la Liga Federal de Acción Ruralista. Otro dato para entender la trama: cuando Benito Nardone ocupó la Presidencia del Consejo Nacional de Gobierno, en 1960, fue presidente del Banco Hipotecario.

El historiador Oscar Pradón, autor entre otros trabajos de Historia del Departamento de Durazno, conoce la obra de Santicaten. "Era un hombre que escribía de todo un poco, pero todo era en el aire, sin fechas precisas, ni citas, ni nada", afirmó. Al consultarlo sobre algunos de los principales hechos de Ramón Pardías, el historiador interrumpió el relato: "Mire, desde mi punto de vista no tiene ninguna relación con la realidad. Para empezar hay que decir que Carlos Genaro Reyles, el padre, muere en 1886 y no después de la Primera Guerra Mundial".

Y continuó recordando que Santiago Bordaberry, el abuelo de Juan María, compró El Paraíso, la estancia de los Reyles, en 1916 para su hijo Domingo. Santiago ya era entonces un hombre de fortuna consolidada. Dijo que además no existen indicios de que Santiago Bordaberry haya trabajado para los Reyles.

Un personaje particular

En Ramón Pardías no era la primera vez que la imaginación de Santicaten volaba. En 1958 o 1959, durante el gobierno del Colegiado, envió un proyecto al Consejo Nacional. Pretendía que la ley obligara a pasar ocho minutos de material fílmico nacional en todos los cines del país. Por casualidad él era el único en condiciones técnicas de aportar producción nacional. César Batlle, consejero por la minoría, advirtió la jugada, la denunció y el negocio se le vino abajo. Lejos de bajar la cabeza, Santicaten tomó los guantes y escribió su obra más extensa titulada Proceso a Sodoma. La alusión era más clara que el agua. De Cesar Batlle decía que aparte de muy feo, era sodomita, es decir homosexual.

Parece que era un hombre bastante vengativo pero recopilar datos biográficos de Martínez Arboleya no fue fácil. Escribió 43 obras literarias, filmó metros de celuloide con informativos de Uruguay para cine y dirigió una película en 1947. Pese a todo, su nombre no figura en los directorios bibiográficos de notables uruguayos.

Sólo fue posible ubicar una ficha biográfica incompleta en el Departamento Genealógico de la Biblioteca Nacional. Fue escrita y publicada en 1965, cuando aún le quedaban 19 años de vida. Vivió en Europa y en Buenos Aires. En 1946 volvió a Montevideo y quiso fundar los Grandes Estudios Filmadores Rioplatenses.

Guillermo Zapiola, de Cinemateca Uruguaya, recordó: "Santicaten filma una película, Esta tierra es mía, en cuyo elenco figuraban Taco Larreta y Enrique Guarnero entre otros. Esa película afortunadamente se perdió, digo afortunadamente porque era muy mala". En 1947 produjo en Montevideo el noticiero Emelco para cinematógrafo, que luego se llamó Uruguay al Día y Noticias Uruguayas. Para la época, fue un precoz interesado por el cinematógrafo. Sus primeros libros fueron publicitados en los cines más importantes del país. Al menos en todas las salas de la distribuidora Glucksmann, de la cual era accionista. Cuando la televisión ganó un indiscutido espacio en los hogares uruguayos, en los años 60, Santicaten publicitaba sus libros, con un par de meses de antelación por Canal 4.

Su ficha oficial no dice que se casó en segundas nupcias con la señora Elvira Salvo del clan Romay. Sus detractores dicen aún hoy que el polémico Santicaten hizo lobby para que Canal 4 fuera concedido a esa familia.

Murió en 1984, con 83 años, abrazado a la causa política del coronel de la dictadura Néstor Bolentini, el flamante Partido Unión Patriótica. Su líder también falleció poco antes del regreso a la democracia .

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