CÉSAR BIANCHI
Sábado, una y quince de la madrugada. Dos chicas dialogan en la cola para entrar a la disco La City de Ciudad Vieja. Tienen entre 28 y 32 años, no más; ambas muy bien arregladas, muy paquetas. Mientras esperan para ingresar, miran el desfile de jovencitos con gorritos con visera para arriba y pelo teñido que pasan por Rincón tomando vino de caja, del pico. La más entrada en quilos le dice a la más alta: "Pa... viste cómo cambió Ciudad Vieja... ya no se puede venir". Parece una pregunta pero no, es una constatación. La otra le contesta: "Ay sí, no es lo que era antes". Dos minutos después se cansan de esperar y cruzan al boliche Divina MVD.
Lo que bien pudo haber sido un diálogo imaginario pero factible, fue real. Tan cierto como el advenimiento de un público de nivel socioeconómico bajo circulando con botellas de plástico y tetra-briks por las peatonales de la Ciudad Vieja (menores incluidos), reivindicando su derecho a pasear al lado de aquellos que llegan en auto y consumen cerveza importada en un pub o cenan un plato exótico en un restaurante caro.
Sábado, 0.40 horas. "Vo, pelao`, sacanos una foto ahí... Dale, dale". Con el consentimiento del fotógrafo, saltaban y cantaban como en el comercial del cable: "¡foto, foto, foto, foto, foto!", blandiendo sus cajas de vino.
Estas postales se están repitiendo desde hace ya varios meses y a los comerciantes fijos, propietarios de boliches establecidos en la movida nocturna, no les cae nada bien. Ese público les ha robado parte de su clientela, para la que pagan impuestos y son controlados.
Según Roberto Requejo, dueño del Pony Pisador y presidente de la Asociación de Comerciantes de Ciudad Vieja (ACCV), la movida comercial comenzó a fines de 2001 con el desembarco de Cabildo Open Bar. Él entendió que el boliche llegaba para revolucionar la noche y abrió, apenas tres meses después, con el Pony en Bartolomé Mitre.
"La onda se generó con un montón de locales chicos, fácilmente reciclables para gastronomía", pero la oferta se triplicó.
Y muchos comerciantes, oportunistas, apreciaron que lo "popular" estaba en la cumbia. Requejo ilustra lo democrático de la zona con una metáfora: "cabe la onda latina porque la masa se salió de la tortera".
El titular de los comerciantes aunados de la zona diagnostica lo sucedido con precisión. "Esto empezó como una zona de rocanrol, VIP, de gente de Pocitos, de buen poder adquisitivo y buen gasto. Cuando explota la Ciudad Vieja empieza a aparecer un boliche tras otro y el público no puede mantenerlos a todos. A mí me cuesta visualizar lo latino... pero ese público es la mayoría en Montevideo, y tiene el menor poder adquisitivo". No está claro a dónde fueron los VIP.
Requejo entiende que ese boom "latino" tiene los días contados porque hay pocos boliches con grandes superficies, como los que hicieron viable la movida, desde los pizarrones con cinco orquestas del Coco Bentancour hasta el Eúskaro o los bailes del Sudámerica. Ese público paga una entrada pero no consume en las barras.
De todos modos, a él y a sus colegas, lo que les molesta no es el público que ingresa a bailar Hotel California en versión cumbia, sino el que se queda afuera, circulando por las peatonales, tetra-brik en mano, traída desde sus hogares o comprada en servicentros 24 horas que, en realidad, tienen prohibido vender alcohol.
Esos chicos son los que abundan: los que le patean el negocio y expulsan el público VIP, dice Requejo.
La culpa es de Vázquez
Juan Pablo Zeballos, dueño de los boliches Kalú, Danzatoria y R3, no cree que el auge de la Ciudad Vieja haya dado paso a una decadencia. Sí comparte con Requejo que el incremento de boliches hizo colapsar la demanda. Para él los culpables de que menos gente prefiera la Ciudad Vieja son la prohibición de fumar en los locales y el frío. Tanto es así que los publicistas de Pilsen se dieron cuenta y lo promovieron con la "hoy-achico-fest" o "nadie-me-mueve- del-sillón-fest".
Diego Victorica, responsable de la disco "latina" Santos y Pecadores, también señaló al decreto de prohibición de fumar como el culpable de la menor afluencia de público a los locales de Ciudad Vieja. Otra explicación, a su juicio, es la ola migratoria que ha sufrido el país en los últimos años. "Se fueron 23.000 personas, la mayoría menores de 29 años; esos no van más a ningún boliche de la capital".
A propósito de los "planchas", Zeballos dice que para quienes quieran evitarlos -el comentario "ya no se puede ir más a la Ciudad Vieja, está lleno de planchas", se escucha cada vez más- sólo es cuestión de elegir bien. Y lo explica: "Como todo lugar masivo, hay gente que molesta, por llamarlo así. Pero hay muchos sitios donde llegás y no tenés planchas".
Víctor Saldaña, al frente de Macarena y Almodóbar, también tiene su teoría sobre la invasión "plancha". Para él, todo comenzó con los hippies, entendiendo con este término a quienes venden artesanías en plena Ciudad Vieja. "Vinieron, se colocaron sin permiso y jamás se los retiró. Empezó ahí, y se fue extendiendo. Después los vecinos denunciaron ruidos molestos y a nosotros, que somos locales establecidos y pagamos impuestos, nos controlan. Y resulta que hay una banda de 30 tambores que tocan por la peatonal. A ellos no se los detiene ni infracciona, y a nosotros que damos trabajo, sí". Dicen que la zona da empleo a 2.000 personas.
La competencia desleal de los miniquioscos abiertos las 24 horas los irrita. El sábado 1° a la madrugada habían varios vendiendo alcohol. Los cuatro rubios a la fuerza de la foto superior, por ejemplo, fueron fotografiados sin alcohol en una primera instancia. Más tarde, sí, tenían bebidas alcohólicas.
Requejo: "Hay varios locales de esos, por Rincón, por Reconquista, por Bartolomé Mitre. Nosotros hicimos las denuncias pertinentes y no tuvimos eco. Es gente que no va a entrar en ningún boliche pero en vez de sentarse a tomar ese vino en la vereda de su casa, se viene acá a mirar pasear chiquilinas, gente grande vestida para la noche. Esa es su diversión, pero enturbia la fiesta".
Saldaña también se sumó a la protesta. "La gente no puede tomar alcohol en la vía pública. Hay una ley por la que nosotros sí podemos vender alcohol y para eso pagamos los impuestos, y ellos no pagan nada y venden alcohol", dijo. Para él, la Policía y la Intendencia de Montevideo se lavan las manos.
Por lo pronto, sí es cierto que todos justifican su pasividad y señalan a otra autoridad como la competente.
El comisario de la Seccional 1a., Carlos Silva, afirmó que lo de la inseguridad es sólo una sensación, pero no se ajusta a la realidad. Mientras que en agosto de 2006 tuvieron 42 denuncias, en el agosto pasado fueron 25. En 2006 fueron 15 de hurtos, nueve por rapiñas a peatones y autoservicios, tres daños a vehículos, cinco por lesiones, hubo un atentado a un policía, tres por falta de respeto a la autoridad y seis por desórdenes generales en la calle. En el último mes fueron: 10 por hurto, cinco por rapiñas, tres por daños, cuatro por atentados y tres por desórdenes.
"Fíjese que antes los jueves era un día bailable, de boliches abiertos, y hoy ya no". Es verdad. Silva contó que su comisaría y la Intendencia han fiscalizado los "24 horas" y no comprobaron que vendieran alcohol.
Preocupado por los comentarios que le hicieron los comerciantes, salió varias veces a dar un paseo por el circuito de boliches. Advirtió que "los jóvenes traen las bebidas de sus casas y algunos la traen puesta. También se vieron muchos jóvenes de sexo femenino con las botellas de plástico o el vino". Su seccional destina ocho policías en dos móviles y cuatro patrullas "pie a tierra" para toda la jurisdicción: seis oficiales para la zona de boliches.
El Ministerio del Interior suspendió el envío de funcionarios en servicio 222 luego de que la Justicia procesara a un efectivo por haberle pegado al hijo de un juez, confió un comerciante. Sobre el pedido de mayor vigilancia, Silva sugirió hablar con la dirección de Seguridad.
Allí contestó su director, Luis Mendoza, quien dijo que el índice de delitos no es alarmante. Mendoza no precisó la cantidad de efectivos que destina al patrullaje de los boliches montevideanos en el llamado Operativo Bailes: "no es conveniente; alertamos a los posibles delincuentes", explicó. "Si llega a haber alguna alteración del orden, llaman al 911 y listo".
Sobre la proliferación de miniquioscos expendiendo alcohol también se excusó: "estamos trabajando con la Intendencia, estamos en eso".
"Está claro que los comerciantes quieren mayor vigilancia, pero no se puede, ni es tan grave la cosa. Eso sí, el tema de los menores no es nuestro, es del Inau".
Mendoza dijo que sólo podía disponer de policías en servicio 222 para custodiar las calles principales de la zona, pero no para las puertas de las discotecas.
Por su parte, los comerciantes adujeron que en Inau les argumentaron que sus inspectores sólo pueden fiscalizar que no haya menores en el interior de los boliches pero no bebiendo alcohol en la calle.
Requejo sostuvo que cuando un inspector de Inau sale de un baile, tranquilo por no haber encontrado menores, en la puerta se encuentra con "15 niños de 9 años tomando vino. Inau no hace nada porque el consumo no está prohibido. ¿Tampoco si es menor?", se preguntó.
Victorica, de Santos y Pecadores, primero dijo que en varios locales bailables había una "mezcla cultural y de clases que no se daba hace 15 años", y minutos después se hizo cargo de que el público de menos recursos cohibió al de mayor poder económico, sobre todo a la hora de elegir propuestas gastronómicas. "Está bien: los planchas corren a los conchetos. ¡Pero los menores corren a todos porque están chupando en la calle! El Inau sólo controla dentro de los boliches y la Policía tampoco puede hacer nada, están con las manos atadas", dijo.
El Inau no acepta que tiene las manos atadas, pero algo así le pasa con los niños que toman en la calle. Alejandra Pacheco, la directora de Espectáculos Públicos, admitió que la fiscalización sólo se da en los boliches, pero afirmó que el organismo trabaja junto a la Intendencia y la Policía en la prevención: "nos acercamos y tratamos de disuadirlos, así como en los centros educativos". Para ella, el trabajo conjunto -con el apoyo de Presidencia de la República- todavía no ha dado sus frutos porque lleva sólo tres meses.
Miguel Mariño, secretario de la Junta Local del Centro Comunal Zonal 1, no se mostró alterado. Dijo no haber recibido denuncias de los boliches y que la dicotomía planchas vs. chetos era "competencia entre privados".
Sobre la denuncia de menores bebiendo en las calles ofreció una opinión arriesgada: "Eso puede ser un problema".