The Economist
Los últimos meses han sido agridulces para España. Las elecciones de marzo, las ganó el Partido Socialista pero aunque fue una victoria clara, no fue contundente. Igual, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero consiguió un segundo mandato. Eso parecía que iba a drenar algo del veneno partidista que se había acumulado en los cuatro años anteriores. En junio, España pudo sacarse de encima la fama de eterno aspirante a campeón en el fútbol mundial, consiguiendo la Copa de Europa, con un juego habilidoso y ofensivo. No sólo la actuación de su joven equipo (con catalanes y madrileños en los puestos prominentes), parecía emular la floreciente creatividad española en áreas como la arquitectura o la gastronomía, muchos comentaristas vieron el triunfo de su seleccionado y la efusiva respuesta del público, como una bienvenida expresión de la unidad nacional en un país que parecía cada vez cerca de la fragmentación. En julio, Rafael Nadal, el genio del tenis nacido en Mallorca, ganó Wimbledon. En el momento de la victoria se trepó por las gradas envuelto en la bandera española para saludar al príncipe Felipe y su esposa.
Pero cada mes desde las elecciones, las noticias se han vuelto menos optimistas. La inversión está cayendo. El desempleo en agosto fue de 11,3%, un tercio más alto que un año atrás, el mayor salto en los últimos 30 años. La economía creció 0,1% entre el primer y segundo cuarto del año, el porcentaje más bajo desde 1993. La economía está, casi con certeza, contrayéndose. Tan agudo es el deterioro que Zapatero, que antes se había negado a reconocer que había una crisis económica, interrumpió sus vacaciones en agosto para convocar a una reunión urgente de gabinete. "Los españoles se fueron de vacaciones con ánimo de fiesta y volvieron para darse cuenta que no quedaba champagne, ni siquiera un vino decente", resume Fernando Fernández, un antiguo jerarca del Fondo Monetario Internacional, que hoy es rector de la Universidad de Nebrija, cerca de Madrid.
La fiesta, la verdad, estuvo espléndida. España pasó por una transformación extraordinaria desde que murió Francisco Franco en 1975 y que terminó una larga dictadura. Una sociedad conservadora y profundamente católica se convirtió en una sociedad autoconscientemente tolerante. En la década de 1960, dos quintos de los españoles aún trabajaban la tierra y muchos de ellos vivían en la pobreza. Hoy, sólo 5% trabaja en agricultura. España se volvió una vibrante sociedad de clase media urbana.
Los cambios sociales y políticos estuvieron acompañados por progreso económico. Entre 1994 y 2007, la economía creció a un promedio anual de 3,6%. Durante ese período el desempleo cayó de 24% a 8%, a pesar de que muchas mujeres ingresaron al mercado laboral y llegaron unos cinco millones de inmigrantes que fueron absorbidos sin ningún tipo de resquemor. En los últimos 10 años, España ha sido responsable de la creación de uno cada tres puestos de trabajo en la zona del euro. Para 2007, el empleo total había crecido a 20 millones de los 12 millones de 1993. Cuando España se unió al club europeo en 1986 el ingreso por persona era sólo el 68% del promedio de la Unión Europea; en 2007 el ingreso por persona era el 90% de los de los 15 miembros de la unión antes de la última expansión. La calidad de vida es más alta que la de Italia.
La mejora en la vida de los españoles es notoria. Muchos de los españoles más ancianos son bajos, golpeados por el hambre que sufrieron cuando eran niños en los duros años de la autarquía fascista de Franco. Los españoles jóvenes son más altos que sus abuelos, lo que queda ejemplificado en Pau Gasol, que mide 2,13 y fue votado el jugador más valioso cuando España ganó el último campeonato mundial de básquetbol.
España es un lugar codiciado para vivir, como lo demuestra la gran cantidad de europeos que compran allí su segunda casa para poder disfrutar de la combinación de sol, buenos servicios públicos y un modo de vida relajado. En 2006, fue la novena economía mundial medida en términos de tasa de intercambio de mercado, y la duodécima en paridad de poder de compra. Es el sexto inversor neto en el extranjero.
El boom económico empezó con Franco, que abandonó la autarquía a fines de la década de 1950 y le dio el manejo de la economía a los tecnócratas del Opus Dei, que la abrieron al comercio extranjero y la inversión. Pero un cambio mayor se dio en 1986, cuando Felipe González, el primer presidente socialista, llevó a España hacia Europa. Hubo una inundación de inversión directa extranjera cuando las multinacionales abrieron sus fábricas de autos y otros rubros para aprovecharse de los sueldos relativamente bajos.
También llegó dinero desde Bruselas. España ha sido el mayor beneficiario individual de los fondos regionales de la Unión Europea. Recibió un total de 155 mil millones de dólares, que fueron sabiamente gastados en mejorar las carreteras y las vías férreas. En el gobierno del sucesor de González, José María Aznar del Partido Popular, España calificó para unirse al euro en 1999. Las tasas de interés cayeron dramáticamente: el costo de las hipotecas, por ejemplo, cayó de un 18% a menos de 5%, generando un inédito boom inmobiliario.
Pero, con una rapidez que tomó a las autoridades por sorpresa, el furor económico se apagó. Cuando el Banco Central europeo aumentó las tasas interés el año pasado, la burbuja inmobiliaria reventó. Los altos precios del petróleo también cortaron el ingreso disponible, a la vez que empujó la inflación a un nuevo récord, 5,3% en julio. Una turbulencia internacional llevó a que el crédito doméstico se encogiera.
Después de minimizar el impacto, Zapatero reaccionó, algunos dicen que con eficacia, a la caída. El gobierno anunció medidas para inyectar liquidez; los desempleados podrán posponer parte de los pagos de sus hipotecas. Además habrá incentivos para aquellos empleadores que contraten desempleados; se les pagará 1.250 dólares por año por cada trabajador en esas condiciones que contrate.
Está bien pero sólo es el primer paso, dicen los especialistas, para lograr que la recesión no impacte con toda su fuerza. Eso debería incluir, opinan algunos, reformas estructurales especialmente en el mercado laboral, para atacar la creciente pérdida de competitividad española ya que no es más un lugar barato para hacer negocios y, dicen algunos, sus trabajadores no son particularmente productivos. Debería además sacarle dinero y poder regulatorio a los gobiernos regionales. Eso no será sencillo, desde que el sistema electoral le da un peso exagerado a los gobiernos regionales. Como los gobiernos anteriores, el de Zapatero depende de su apoyo para pasar su presupuesto. Y mientras los inversores extranjeros empiezan a mirar hacia otros territorios, Zapatero deberá vender agresivamente su país en el mundo.
Zapatero señala que a España no le ha ido peor que a las otras grandes economías europeas y que el sistema financiero es más fuerte que el de sus contrapartes: hasta ahora ningún banco español está en dificultades. Zapatero (ver entrevista) concede que la economía enfrenta un período de estancamiento, pero insiste que "una vez que la calma regrese al sistema internacional, volveremos a crecer sin que la economía haya sufrido un daño estructural". El gobierno proyecta que después de un año sin crecimiento la recuperación comenzará a fines de 2009.
Estos augurios podrían ser un tanto optimistas de más. Los economistas y los hombres de negocios se quejan de que el gobierno fue lento en su respuesta a la caída de la economía hacia la recesión. Uno de los banqueros más reconocidos del país afirma que aun cuando el mundo se enderece rápidamente, la recuperación no comenzará hasta dentro de dos años. Algunos son aún más pesimistas, argumentando que además de la restricción de liquidez y la caída inmobiliaria, España sufre de una subyacente falta de competitividad. Los síntomas son un déficit de cuentas que llegó al 10% del PBI en la primera mitad del año y una tasa de inflación que ha estado un punto por encima del promedio de la zona del euro en la década pasada.
Arreglar eso no va ser sencillo. Cuando la recesión golpeó en el pasado, como a comienzos de la década de 1980 y en 1993, la clave de la recuperación fue la devaluación. Pero con España en el euro esa ya no es una opción. A menos que el gobierno se dedique a una reforma estructural que haga la economía más competitiva, dicen los especialistas, el ajuste a un ambiente económico más rudo involucrará un crecimiento del desempleo y años de estancamiento. En lugar de ir hacia un recesión con forma de V, con una rápida recuperación, la economía estaría dirigiéndose hacía una depresión en forma de L.
La prosperidad española se debe, en parte, a la buena suerte en la forma de su ingreso a la Unión Europea. Pero en la mayor parte de los últimos 30 años, ha sabido manejar sus asuntos mucho mejor que sus vecinos del Mediterráneo. Más allá de alguna corrupción, particularmente a nivel de los gobiernos locales, la política siempre ha sido limpia. Su economía es relativamente abierta y flexible, a mitad de camino entre Gran Bretaña y el resto del continente. El manejo de la economía ha sido mayormente competente y estable: desde 1993 sólo ha tenido dos ministros de finanzas (Italia tuvo cuatro desde 2001). El ministro de Finanzas, Pedro Solbes, que está en el cargo desde 2004, trabajó entre 1993 y 1996 para Felipe González antes de ser el comisionado de la Unión Europea para asuntos económicos y monetarios. En el gobierno de Aznar, el puesto era de Rodrigo Rato, que después se convirtió en el jefe del Fondo Monetario Internacional.
Los funcionarios recitan de memoria otras razones por las que España es ahora un país diferente y más fuerte que cuando golpeó la última recesión. Por ejemplo, en 1993, el gobierno tenía un déficit en el presupuesto de 7% de su PBI; en 2007 tenía un superávit de 2,2% y su deuda pública era sólo el 36,2% de su PBI, bastante más abajo que el 68% de 1996 (en Italia esa cifra era de 104% en 2007, en Gran Bretaña, el 44%). Aún más importante, en los últimos 15 años surgieron multinacionales españolas. En 2000, en la lista del Financial Times de las 500 empresas más grandes del mundo por capitalización en el mercado, sólo había ocho españolas; para 2008, eran 14.
España tiene dos bancos entre los 20 más grandes del mundo, el Santander y el BBVA, que, a diferencia de colegas en el mundo, no sintieron los efectos de la crisis gracias a que se dedican a la banca comercial y que el mercado español no ocupa más del 40% de sus carteras. En plena crisis, Santander salió a buscar gangas en los bancos agonizantes de Estados Unidos y Gran Bretaña.
LOS QUE LLEGARON. En la última década llegaron uno cinco millones de inmigrantes a España. Eso hace que actualmente, el 12% de la población haya nacido en el extranjero; en 1998 esa cifra llegaba apenas al 3%. Durante ese período, España absorbió más inmigrantes que cualquier otro país en todo el mundo, a excepción de Estados Unidos. Unos 700 mil de esos extranjeros son británicos en busca de sol, y también hay muchos alemanes. Pero la mayoría de los que van a España, provienen de países pobres. Los marroquíes cuidan las reposeras en las playas y trabajan duro en la construcción junto con los búlgaros y los rumanos. Los ecuatorianos y los bolivianos trabajan en los invernaderos de Almería y en el servicio doméstico. Los cubanos y los dominicanos cuidan enfermos, niños o ancianos. Los africanos venden carteras y flores en la calle. Gran parte de los 70.000 uruguayos se dedican a la construcción.
España hasta ahora ha vivido en armonía con estos recién llegados. Ayudó que la mayoría de los españoles recuerden aquellos años entre la década de 1950 y 1980 en los que al menos uno de sus miembros emigró para encontrar trabajo. Ayuda, además, que cerca de un millón y medio de esos inmigrantes sean latinoamericanos. "La historia, la lengua y las similitudes de la cultura han aliviado la integración", dice Raúl Jiménez de la Asociación Rumiñahui, un grupo que ayuda a los inmigrantes ecuatorianos. Pero España también tiene más de un millón de musulmanes. Las mezquitas volvieron a Granada por primera vez en 500 años.
Lo que también facilitó la absorción fue que los sucesivos gobiernos ampararon con amnistías a unos 1,2 millones de inmigrantes ilegales, sacándolos de la economía en negro. Aún más, el Estado de bienestar español es más nuevo que el de los otros países europeos y hay menos sensación de que los inmigrantes están tensionando los servicios públicos, aunque lo están haciendo en las escuelas (y a pesar de que éste fue uno de los ejes de la última campaña electoral). Los españoles también saben que el sistema de seguridad social ha sido salvado de la insolvencia por las contribuciones de los jóvenes inmigrantes.
De acuerdo a Jiménez, los recién llegados son tratados bien, pero le preocupa que el aumento del desempleo traiga intolerancia. Siempre ha habido casos aislados de ataques a inmigrantes, pero en meses recientes hubo un pequeño crecimiento. En el último año, los principales partidos han endurecido su política. Mariano Rajoy, el líder del opositor Partido Popular, hizo campaña contra la amnistía de Zapatero y el gobierno ha avanzado en su combate a la inmigración ilegal. También presentó un plan para permitir que los emigrantes retiren en una sola cuota el monto total del seguro de desempleo si vuelven a sus países de origen y renuncian a sus derechos de residencia en España. A pesar de la crisis, de la falta de empleo y de la sospecha de que el milagro español ya no es lo que era, es poco probable que muchos acepten esa invitación.
Y una generación de españoles que creció sin conocer otra cosa que un rápido crecimiento económico, ahora podrían enfrentarse al desempleo. Eso pondrá al sistema político español, y a su economía, frente a su prueba más severa desde los años de la transición hacia la democracia.
Uruguayos no piensan en volver
La situación de los uruguayos en España está cada vez peor. Con la fuerte caída de la construcción, la recesión ya no respeta ni siquiera a los inmigrantes con papeles. Acorralados, los uruguayos se plantean si acogerse al Plan de Ayuda para el Retorno Voluntario del gobierno español o si sobrevivir en sus empleos con el corazón en la boca, mientras esperan el envío a seguro de paro.
Daniel Caserta, presidente de la Casa de Uruguay en Madrid, explicó a Qué Pasa que aquel que haya trabajado durante seis años ininterrumpidos podrá llevarse el 70% de lo generado por aportes al seguro de paro, unos 14.000 dólares, pero debe firmar un documento donde se compromete a no volver a España por tres años. "Si trabajaste solo un año, te vas con 2.300 dólares. Y sólo con eso no te la vas a jugar... porque en Uruguay no sabés cómo te puede ir". Caserta dijo que el sector de la construcción y la hotelería y servicios turísticos -donde trabajan más uruguayos- ha sido el más golpeado por la crisis española. "Está todo mal para nosotros, pero así y todo, en general no se firma el Plan Retorno". La Casa de Uruguay en Madrid atiende 1.500 familias, pero poco más de 100 pagan la cuota mensual de cinco euros. "Muchos han dejado de pagar la cuota, que es lo cuesta la hora de trabajo".
A Caserta le han dicho que en Uruguay las cosas no están bien. Lo mismo comenta Anabella Fabro, otra uruguaya que trabaja en el correo de España y aún no ha firmado como empleada fija: "me dicen desde Montevideo que está todo cada vez peor y no hay trabajo, que se siguen viniendo para acá".
El panorama crítico es idéntico en Barcelona.
Rómulo Correa, presidente de la Asociación de Uruguayos en Catalunya, dijo que entre cuatro y cinco uruguayos van por semana a la asociación para anotarse en la cartelera de trabajo, porque se quedaron sin su empleo.
"Los inmigrantes somos los que estamos en el escalafón más bajo de los trabajadores, pero la crisis ya les pega a los trabajadores `medios` de la construcción y servicios, lo que mueve la economía española", afirmó.
Según él, que trabaja en una empresa de telefonía, "entre el 10 y el 15%" de los 2.500 uruguayos en Cataluña está pensando en volver. "Es un porcentaje alto, si consideramos que Uruguay no está preparado para recibirnos. El que retorne al país sabe que va a perder calidad de vida".
"Volveremos a crecer"
-La última vez que hubo una recesión, España pudo devaluar. Esta vez no se puede...
-Eso es bueno. (...) Pero sé que vamos a pasar por un período de estancamiento, pero tengo absoluta confianza que una vez que la calma regrese al sistema internacional, volveremos a crecer sin que la economía haya sufrido un daño estructural. El problema social más importante es el desempleo.
-Además del Laborismo británico, el suyo es el único gobierno de izquierda de Europa.
-No. Está Portugal. Toda la península ibérica es socialista.
-Cierto, pero de los países grandes de Europa.
-Estamos en tiempos de confusión ideológica. Hay un entrevero: los políticos más liberales del mundo son los que más intervienen, así que es difícil decir quién está usando más políticas intervencionistas y quién empujan políticas liberales ortodoxas. Es un momento confuso. Hay un furor intervencionista. Más allá de lo que está pasando, enfocarnos en el intervencionismo creo que hace perder todo el panorama. Pero también creo que es un error imaginar que la verdad está en la desregulación por sí misma. Debemos mantener una visión balanceada de las cosas. Pero sí hay un encogimiento de la socialdemocracia en Europa.
-Entonces, ¿cómo ve el futuro de la izquierda en Europa?
-Siempre he pensado que un proyecto político es exitoso si cree en sí mismo. Si parece estar a la defensiva, entonces no parece convincente. Por eso, o se está a a favor de la guerra de Irak o no. No se puede estar un poco de acuerdo con ambas posiciones. Uno tiene que ponerse firme en temas cruciales, sino no se tendrá la suficiente coherencia o apoyo. Ese es el problema. La socialdemocracia tiene que aumentar su autoestima.
-¿Y cómo se logra eso?
-Las condiciones están dadas para que la próxima fase sea socialdemócrata, especialmente por lo que pasó. Porque nos guste o no, algunos mitos de los así llamados gurús neoliberales, se están derrumbando. Eso no debería hacernos caer en la trampa de rechazar el mercado o creer que está mal que la economía esté en manos privadas, o que la productividad no importa. No. Lo que sucedió es que algunas personas desprecian el mercado porque sus activos no valen lo que se suponía deberían valer. Eso requiere una supervisión más estricta. Porque no se trata de que se perdió la confianza en el mercado sino en algunos actores de mercado. Eso podría ser una oportunidad para la socialdemocracia si logra establecerse como un proyecto sólido.
¿Qué sucedió?
La burbuja
Cuando los primeros signos de una contracción del crédito aparecieron en agosto de 2007 España estaba en pleno frenesí de la construcción, edificando 70 mil unidades habitacionales por año, más que Francia, Alemania e Italia combinadas. El boom de la construcción fue exagerado por una potente combinación de perversos incentivos. Primero, el dinero se abarató después que España adoptó el euro. Al fijar las tasas de interés, el Banco Central europeo se guía, principalmente, por las condiciones económicas en Alemania y Francia. Como la inflación en España es más alta, las tasas de interés quedan casi en cero. Segundo, se promovió una burbuja inmobiliaria. Los pagos hipotecarios eran parcialmente deducibles de los impuestos. El agente inmobiliario, Jesús Encinar, nota que en España hay 50% más de casas que de hogares. El tercer factor fue un poderoso nexo entre los políticos locales, desarrolladores de propiedades y las cajas de ahorro que se hicieron de más de la mitad del sistema financiero del país. Las ciudades españolas son muy densas y terminan abruptamente en campo. Construir allí a menudo requiere que el ayuntamiento extienda los límites de la ciudad, lo que le aporta un 10% de la tierra a desarrollar. Venderle ese 10% de nuevo a los inversores es una de las principales fuentes de ingreso de los ayuntamientos y a veces algunos consejeros piden una colaboración para dar su voto. A su vez, los políticos locales que manejan las cajas, le dan los préstamos a esos inversores. Con el precio de las viviendas creciendo 12% al año, era una apuesta en la que no se podía perder. Pero no fue así.