César Bianchi
Según un policía de la zona, el 95% de los habitantes del barrio Marconi es rehén del otro cinco. Pero ese 5% es poderoso, manda. Son los dueños de las bocas de venta de pasta base que suministra ésta y otras drogas a los barrios cercanos, al resto de Montevideo y también al interior del país.
"De estas `bocas` comen muchas bocas", dijo ilustrativamente un policía que pidió que no se divulgue su nombre a cambio de su testimonio. El hombre identificó tres grandes bocas de venta de drogas y "decenas" de bocas pequeñas. "Muchas decenas, eh". Algunas son bocas móviles, como una mujer que se pasea con su bebé en un cochecito y lleva la droga debajo del acolchado de la criatura.
Un vecino, molesto por la mala fama que se ha ganado su barrio en los medios, exclamó indignado: "Pasta base hay en todos lados, bocas hay en todos lados, hoy por hoy".
Puede ser, pero en el Marconi los traficantes están todos armados, el negocio se defiende a los tiros, y son capaces de matar o morir cuando el liderazgo del negocio es lo que está en tela de juicio. Como en una favela carioca, aunque la comparación tampoco les gusta a los que viven ahí y trabajan honradamente.
El Marconi no es un barrio como cualquier otro. Para la Policía es el barrio más peligroso de la capital. Desplazó de ese tristemente célebre ránking al Borro, Unidad Casavalle y al 40 Semanas.
El 10 de enero El País publicó un informe alertando sobre un estado de situación de caos en el malhadado vecindario. En la nota se narró que el 30 de diciembre un vecino que había salido de su casa a las 6 de la mañana para trabajar en una metalúrgica murió desangrado en la esquina de Niágara y Enrique Castro, luego de que fuera víctima de una rapiña. Una asistente social del Ministerio de Desarrollo Social dijo que la pasta base había cambiado los códigos de convivencia. "Ahí la vida no importa. Te matan por 50 pesos", sostuvo.
El mismo día que el trabajador murió baleado, policías y delincuentes protagonizaron un tiroteo en pleno Marconi. Fue un problema de vecindad: unos entraron a la casa de otros, discutieron, se llevaron una heladera de prepo y le dispararon hasta dejarla como un colador. Después prendieron fuego el auto de sus vecinos. Agentes fueron en busca de los agresores, pero los hicieron retroceder a base de pedradas en los parabrisas de los patrulleros, una táctica repetida.
La nota del periodista Eduardo Barreneche fue profética. Un par de semanas después, un menor de 16 años conocido como "El Maca" realizó una rapiña en Torrecelli y Salustio. Hasta ahí lo rutinario, nada del otro mundo (para ese barrio). Pero Daniel Astengo, un muchacho de 30 años que recién había salido de la cárcel, lo increpó porque lo estaba "quemando". "El Maca" no perdió tiempo en discutir: volvió en un caballo blanco hasta su casa, lo llamó y lo mató. Ya había matado antes, y por eso estuvo alojado en la Colonia Berro, hasta que se fugó y volvió a un asentamiento del Marconi.
Por esos días "El Maca" también dejó en un CTI a Víctor Sacramento, de 26, en otro ajuste de cuentas por deudas. Días después, Sacramento también murió.
La venganza no tardó en llegar y "amigos" de Astengo ultimaron al "Maca".
A partir del 28 de enero el barrio se transformó en un polvorín. Una y otra banda intercambiaron tiros y promesas de que eso no iba a quedar así. Roque Daniel Gracia (45), un adicto a la pasta base, apareció muerto en un baldío con una bala en un pulmón. Un hermano de Gracia fue al almacén de un familiar de Sacramento, lo insultó y amenazó.
Al día siguiente, el hermano de "Maca", Alberto Machín (25), también con varios antecedentes, fue herido en una pierna mientras caminaba junto a su novia por el Marconi. Hubo más heridos en esta trama -que parece sacada de la película brasileña Ciudad de Dios- y hasta un auto incendiado como claro mensaje.
A mediados de febrero la Policía reforzó su personal en esas convulsionadas manzanas. Se sumaron ocho efectivos coraceros, otros de fuerza de choque (grupo GEO), más patrullaje en autos y policías a caballo de día.
Así y todo, en marzo hubo dos heridos de bala más, que cuando se les consultó, dijeron que iban caminando y se sintieron heridos… Ese código de silencio impera en el barrio.
"La gente está conforme con que haya más vigilancia policial, pero no pueden decirlo. Por eso cuando los policías pasan, les dicen de todo, los tratan de `botones` y les tiran piedras. Es que el malandra los está mirando y tienen que disimular", confió un vecino que, claro, tampoco quiso identificarse.
Otro hombre intentó mejorar la imagen de la gente del Marconi. "Es un barrio común, como cualquier otro. Lo que pasa es que hay más delitos, hay ajustes de cuentas y andan todos armados. Pero todos comparten los códigos". Incluso los que no tienen nada que ver, se declaran trabajadores pero tienen miedo. "Es que todos tenemos familia".
En una recorrida diurna por el Marconi se pueden ver: jóvenes del movimiento Tacurú limpiando las calles, otros ociosos en las esquinas, algunos trabajando en talleres de motos o almacenes, mucha basura que Tacurú no podrá levantar y seguirá descomponiéndose ahí, liceales que se hicieron la "rabona" (según P, un guía local), esqueletos de autos (robados) carbonizados, policías en patrulleros, policías a caballo, más policías y "lateros" durmiendo.
"¿Ves? Ese es un latero". El adolescente, nunca mayor de 15 años, estaba tirado en el piso como desmayado, con una campera cubriéndole el rostro frente al sol del mediodía. El placer de consumir la pasta base había pasado hacía rato.
"Tenés que venir de noche para ver lo que es esto", invitó alguien.
LUNITA DE MARZO. Por la radio habían dicho que un par de horas antes había habido un tiroteo en el Marconi. Al ingresar en moto por la temida calle Enrique Castro -ni los locales que no pertenecen a las bandas quieren pasar por allí- un camioncito del Grupo GEO intimidaba. "Uy, ahí está el `ropero`. Nos van a parar y te van a revisar todo. ¿Igual querés pasar por ahí?", preguntó al cronista. La moto siguió su curso por Castro, pero el "ropero" del GEO no detuvo a nadie, se desplazó lentamente. Mientras avanzaba, un chiquilín sin remera le arrojó un par de piedras. En la vereda de en frente seguía prendida una pequeña fogata. El guía local no se detuvo; mejor no parar por ahí.
El hombre vive hace 15 años a pocas cuadras de Enrique Castro, el lugar de los ajusticiamientos y las balaceras entre bandas de traficantes, y dice que nunca le pasó nada. Cuenta con algo a su favor: él conoce a todos y saluda a unos y otros. A lo sumo, él o su madre les dan "unas monedas" a los que les piden. Es un peaje, aunque ellos no lo quieran ver así. "Si es conocido, les damos; si no, no. Yo les he dicho que justo tengo para el boleto", dijo la mamá del contacto de Qué Pasa. "No pasa nada vieja, vaya tranquila", le han contestado. Tampoco es cuestión de andarse regalando, concluyen ambos.
El lugareño, de 29 años, no se anima a andar solo por la calle Enrique Castro ("por ahí no me meto, porque no conozco a nadie", había confesado de mañana). Por eso le pidió colaboración a dos amigos. El primero, un vecino de cuarentaipico, llega, se presenta e intenta dejar tranquila a la madre de su amigo con una broma: "Doña, vamos ahí a la favela. Si escucha tiros y no volvemos es porque nos mataron a los tres".
A la cuadra, utilizó las mismas palabras que su compañero: "Bueno vamos, pero mirá que yo ahí no me meto, eh, porque no conozco a nadie. Y muchos de los que sí conozco, de noche se hacen los que no te conocen". El informante del suplemento lo calmó: "Vamos sí, que ahí nos está esperando X".
Es curioso: ambos dijeron que no se animaban a meterse en la calle Enrique Castro, pero durante toda la noche se esmeraron en defender el vecindario. Es que en la prensa y la televisión todos dicen Marconi cuando pasa algo, y a veces es dos cuadras al norte y es Palomares o dos cuadras al sur y es Independencia, se excusaron. La culpa del espiral de violencia, para ellos, es de los malos policías.
Al vecino, M para la nota, lo indignan los policías que se meten con las chiquilinas. "Se meten con las botijas, menores de edad, y algunas tienen 14 o 15 pero tienen terrible lomo, entonces se las cargan". Es lo de menos, más lo "calienta" que con solo pasar frente a ellos los traten de "pichis" y les tuerzan un brazo hasta casi quebrarlo. "Si a mí me dicen, como le dijeron a amigos míos, `andate de acá, pichi` les contesto: `más pichi sos vos que ganás 4.000 pesos. Se sabe".
Varias personas contaron a Qué Pasa provocaciones de ese tipo, abusos de autoridad. Una semana antes de la visita, un grupo de vecinos quemó neumáticos como forma de protesta ante la arremetida de los uniformados de azul. Algunos, dicen, lastimaron muchachos con sus sables. A otros los "reventaron" contra una pared. Y sólo pasaban caminando por ahí. Uno de los indignados fue el que salió en los noticieros diciendo que "los milicos meten a todos en la misma bolsa, porque somos del Marconi". "Bonomi, el ministro, me contestó a mí por la tele", dice M.
Y eso que la calle Enrique Castro ni siquiera es Marconi, dice. "La parte jodida viene a ser Independencia o… no sé cómo se llama ahí". A una cuadra de "la parte jodida" aparece X, el jovencito que más conoce a los integrantes de las bandas: es nuestra acreditación para andar tranquilos, como un free pass caminante. Gorrito a medio colgar, camiseta holgada, torso desnudo y un brazo separado del cuerpo, dice que acaba de hacerse su último tatuaje: un cementerio. "Ja, ahí es donde vas a terminar vos", le dice P.
Diez y media de la noche. De a cuatro el paseo se hace más seguro… para todos.
Dicen que todo ahora está en calma, desde que murió "El Maca", un infanto juvenil de cuidado. La Policía vigila menos de noche, los traficantes salen menos a la calle y el pacto de no agresión se respeta, por ahora. En la noche los pasajes parecen una emboscada: por Timbúes, Bonaba, Juan Bottaro o Juan Acosta hay pasajes estrechos con números o letras, hechos a la medida para escapar rápido ante la llegada policial. Los autos no pasan por los pasajes.
P saluda a un menor que acaba de golpear la puerta de una casa, cerca de las 23 horas, y está esperando que la abran. "Viene a vender un buzo o algo robado", explica. Es algo común: venden artículos robados a toda hora y con eso compran "la lata". Los imperdonables son los que roban en el barrio y le venden a un vecino del damnificado. Esos son "rastrillos" y quien más castigaba a los "rastrillos" era "El Maca", que ya no está.
En uno de los pasajes hay un grupo de cuatro adolescentes fumando pasta base en el cordón de la vereda. P los saluda y ellos le devuelven la gentileza y le piden plata. Él dice que andamos "pelados". "Andá laburar, vago", le comenta a uno entre risas y ya saben que está bromeando. "El que no fuma es el dueño de la boca. Ese no es adicto, es inteligente", comenta P.
Uno de los "lateros" mayores de edad, "El Coco", se desprende de los que fumaban para perseguirnos. "¿Tenés una moneda? ¿Tenés una moneda? ¿Tenés...", insiste. P le dice que no, que no hay nada, y como sabe que es inofensivo y está demasiado drogado, se anima a decirle que no moleste y se aleje.
"El Coco" camina con problemas y habla con aún mayor dificultad. Cuando le preguntan a dónde va, contesta de forma ininteligible. Es cliente de una de las tantas bocas chicas del barrio.
Un policía, en la mañana, había revelado en voz baja: hay tres grandes bocas de venta de pasta base en el Marconi. Una está en Burgueño y pasaje H, otra en pasaje 150 y continuación Burgueño. Esa tenía vidrios espejados: desde adentro se podía ver quién pretendía ingresar pero desde la calle no se podía ver hacia la casa. "¡Vidrios espejados en el Marconi!", había exclamado el oficial.
En Juan Bottaro y Jacinto Tráppani había una comisaría móvil, la 8, pero la sacaron de allí para trasladarla a Timbúes y Leandro Gómez, cuando hace unos meses mataron a un policía de apellido Gatti. Al lugar le decían "Fuerte Apache", porque está al límite de la civilización.
Los acompañantes de ocasión dicen que no tiene sentido pasar frente a la casa de vidrios espejados, porque el dueño está preso y ya nadie vende ahí. Era uno de los "pesados" y tuvo un rol protagónico en los episodios de violencia del verano. Hasta el policía sabía quién trabajaba tras esos vidrios. Pero la táctica de evasión ante un allanamiento siempre fue sencilla. Cuando llegaban al sitio, la droga no estaba ahí sino en un depósito vecino. "Lo que había que hacer era allanar en dos o tres sitios al mismo tiempo. Y atacar las grandes bocas", dijo el policía, acertando en el diagnóstico. Al parecer, a sus superiores no se les ocurrió.
Héctor "Oreja" Ferrón, dicen, hoy está tras las rejas, luego de haber sido detenido en Artigas, donde estaba prófugo. Cuentan las fuentes del barrio que él mandó matar al "Maca" por 20.000 pesos. Y cuando las amistades del chico quisieron vengarse, aplacó esa ansiedad con 200.000 más para repartir entre algunos. Después de un tiro por la espalda, el adolescente murió. "El Ferrón tenía 10 años en cana arriba de antes, por narco, y no tenía los huevos para matar él a un gurí de 16", concluye M, uno de los tres que acompañan al forastero en la recorrida.
Mientas los acompañantes hablan del "Maca" como si fuera la encarnación de Dionisio Díaz, "El Coco" -cuatro cuadras después de cruzarlo, seguía detrás nuestro- pregunta "¿tenés una moneda?".
"¡El Maca tenía ocho muertos arriba!", exclama orgulloso X, el recién tatuado. Dicen que cuandó murió, el velorio estuvo colmado de tanta gente que no entraban todos en la sala. Llegaron a caballo, en autos, en ómnibus alquilados a rendirle homenaje al jovencito matón, un Zé Pequeno de cabotaje.
Después que se fugó de la Berro, "El Maca" (petiso, retacón, guapo) fue contratado por un dueño de boca de venta como "perro", encargado de cobrar las deudas y advertir a balazos que el tiempo de tolerancia se estaba acabando. Pero era de gatillo fácil, y en vez de herir, mataba.
Fue en tareas esas caninas que "El Maca" disparó a matar. Por plata, por droga. Cuestión de negocios.
Hablan del "Maca" y se nota en un respeto, que linda en admiración. M explica: "era un gurí re bien para el trato. Siempre saludaba, era respetuoso, a mí nunca me hizo nada". Cuenta que una vez en un ranchito de la zona, tres pibes estaban intentando violar a una chiquilina; "Maca" se enteró, tiró la puerta abajo y a los tiros los disuadió de alejarse de ahí.
Según dicen, se cargó ocho muertos en una carrera delictiva a a toda velocidad que, obviamente, tuvo un inicio prematuro. No sabía leer ni escribir y pasaba en la calle. "Seguramente cuando nació le pusieron un revólver en la cintura", ironiza uno. Otro recuerda que hace poco, enojado porque en un noticiero dijeron que el homicida del "Maca" fue su hermano "Samanta", el propio "Samanta" llamó a Cámara Testigo y se mostró con una 9 milímetros en cada bolsillo.
M cree que X exageró; "El Maca" se habrá llevado tres o cuatro nomás, y murió en su ley. Creen que muerto "El Maca" y preso Ferrón, todo pronto volverá a la calma. "Es como te decía: acá se fuma y se vende pasta base como en cualquier otra esquina. Como en 18 de Julio".
Parabrisas onerosos
Un policía de la zona dijo que los furgones Hyundai H100 evitan entrar al Marconi de noche "a no ser un caso puntual, muy grave" porque les han roto los parabrisas y son "muy caros". Cuestan unos 2.000 pesos.
Más silencio stampa
Desde la Unidad de Comunicación (Unicom) del Ministerio del Interior se informó que no se le permitiría hacer declaraciones al comisario de la Seccional 12a. de Montevideo, que tiene jurisdicción en el Marconi, para hablar de la realidad en el barrio y realizar una evaluación de las estrategias tomadas en el lugar para combatir el narcotráfico y la creciente violencia entre las bandas. "Es decisión del ministro" Eduardo Bonomi, se excusaron en Unicom. Al cierre de la edición asumía en la 12a. el subcomisario Gustavo Corrales. "El clima está complicado y es mejor no hablar, por ahora".
Disparos cuando fue de haedo
El sábado 13 el candidato de Alianza Nacional a la Intendencia de Montevideo, Javier de Haedo, recorrió el barrio Marconi. Una patrulla policial se detuvo frente al pasaje E al ver aglomeración de personas, pero se retiró al identificar al candidato nacionalista, que fue con el diputado Javier García. Poco después se escucharon dos detonaciones, según el periodista de El País. Los vecinos dijeron que era un operativo policial en el barrio Independencia (que queda pegado). El Marconi y el Independencia cuentan con esos pasajes estrechos ideales para la huída y las emboscadas. Julia, una vecina, le dijo a De Haedo que eso era "una favela" y que los gurises "se creen narcos porque andan con un revólver en la cintura". Varios insistieron con que trabajadores que son recicladores o trabajan en la construcción, son maltratados por la Policía.