F.M.
Invitado por el Ministerio del Interior para el ciclo de charlas Tensiones y Desafíos a una Política Democrática de Seguridad Ciudadana, el sociólogo argentino Gabriel Kessler afirma que hay una lógica en la sensación de inseguridad, y que es necesario conocerla para elaborar políticas públicas con mayor eficacia. A veces, dice, las soluciones pueden pasar por menor presencia policial, mayor participación de la sociedad civil y una apuesta a la tecnología.
-¿Cómo puede haber una lógica en la sensación de inseguridad, en el miedo?
-En primer lugar, no comparto la idea de que vivimos en sociedades atemorizadas. El temor es fluctuante y tiene distintas dimensiones. Una es la preocupación política por el tema, otra es la cognitiva: si uno siente que es probable que sea víctima de un delito. La otra es la sentimental. Cada una de esas no necesariamente coinciden en una misma persona. Uno puede pensar que el delito es importante y tenerle miedo. Otro, que puede ser victimizado y tampoco tener miedo. O los adultos mayores pueden sentir un temor fuerte pero pensar que no le va a pasar nada porque vive encerrado.
-¿Cómo opera esa lógica en relación con lo que efectivamente ocurre en materia delictiva?
-Cuando aumenta el delito, el temor también. Pero más tarde. Aún cuando el delito disminuya, el temor queda instalado. O sea que hay una cierta autonomía relativa del temor respecto al delito. Por lo que pude recabar, el caso uruguayo es particular: el temor aumentó antes que el delito. Ahí hay un concepto central para entender la relación complicada entre temor y delito, que se llama "nivel de aceptabilidad del delito". Cada sociedad tiene su nivel de aceptabilidad del delito, que también es fluctuante.
-¿Cómo se define ese nivel?
-Depende del barrio, de la ciudad… El nivel de aceptabilidad del delito es diferente. Uno sabe que vivir en ciudades de mayor tamaño implica una tasa de riesgo. No es lo mismo lo que causa conmoción en Montevideo que en un pueblo del interior. Si vos dejás una bicicleta en una calle de Montevideo y la roban decís, "bueno, no la debí haber dejado". Si en cambio la dejás en un pueblo pequeño del interior decís "algo ha cambiado". Lo que se está viendo en Argentina, y me da la impresión que en Uruguay también, es que los niveles de aceptabilidad del delito de los distintos lugares se han visto como trastocados. Me parece que en todos lados hay la sensación de que lo que antes era de un modo, ahora es de otro.
-¿Se idealiza el pasado?
-Sí. No sé cómo es acá, pero en Argentina se dice que se han perdido "los códigos". Eso parece como algo nuevo, pero ya se repitió en algunos momentos de la historia argentina, sin duda. No sé si está historizado en Uruguay. A lo que iba es que los niveles de aceptabilidad del delito en Argentina no cambiaron. ¿A qué me refiero? Que el delito aumentó un 250% en dos décadas, es mucho. Pero el nivel no. Eso genera una gran demanda política frente al delito. Uno lo ve en las encuestas desde mediados de los ochenta hasta ahora. Siempre hay una imagen de que va a ser peor.
-¿Cómo afecta esa demanda el trabajo de la Policía?
-Lo que se ve hoy en distintos países es que no necesariamente las políticas que tienen éxito contra el delito la tienen para extinguir el temor. Me permito improvisar en el caso uruguayo. Es importante dar la sensación de que se está haciendo algo. Pero eso no puede ser mayor saturación policial. Las políticas de saturación no solamente son caras, son violentas e ineficaces para el tipo de delitos que hay en Montevideo, que son las rapiñas rápidas. Hay políticas urbanas con componentes de seguridad que implican mayor presencia de la comunidad en los espacios públicos, que no haya espacios públicos abandonados. En ese sentido Montevideo tiene muchas ventajas comparado con Buenos Aires, en donde se han privatizado los espacios públicos. Una mayor presencia de lo público en los espacios genera menos oportunidades de delito. También, con toda la polémica que eso implica, se puede pensar en las cámaras. Yo prefiero una cámara que un policía. Éste discrimina por la cara, la cámara no.
-¿Qué otras cosas puede hacer la Policía para enfrentar las modalidades delictivas de hoy?
-Durante el seminario se constató que hay muchos robos de celulares. Una solución es desactivar el mercado ilegal de venta de celulares robados. ¿Por qué? Porque eso es más fácil en una sociedad comparativamente chica como la uruguaya. Se disminuye el incentivo para que alguien robe eso. Y después hay un tema enormemente complicado: la comunicación.
-¿En qué sentido lo dice?
-Me parece un error de ciertos gobiernos negar lo que a la gente le pasa. Le dice: "¿usted tiene miedo? Pero si tiene una ciudad segura. Mire lo que es San Pablo o Bogotá". La gente no vive de comparaciones. Sí, claro que no es Bogotá. Tampoco es París. Me parece además que habría que hacer una reflexión en los medios. En países donde la violencia es un tema muy fuerte y el tema está instalado desde hace mucho, hay toda una reflexión que no tiene nada que ver con la censura sino que partió de los mismos medios: cómo se presenta una nota policial, cómo se presume la inocencia de una persona hasta que se demuestre que es culpable, cómo se escuchan las diferentes partes, cómo se evitan los contenidos estigmatizantes en las notas. Eso se hace, por ejemplo, en el Folha de San Pablo o El Comercio de Bogotá.