De gorra Víctor Cunha, cabizbajo Macunaíma, sentado con guitarra Matías Brum, cantando Ana Solari. La foto la sacó Diego Sapienza.
Le pedimos a tres de los protagonistas, los poetas Macunaíma y Víctor Cunha, y la escritora y compositora Ana Solari, que enhebraran sus testimonios.
DICE MACUNAÍMA: "Una veintena de poetas, músicos, amigos y compinches de Eduardo Darnauchans, en la búsqueda del trigo de la luna, se habían juramentado para hacerle un homenaje en el segundo aniversario de su salida hacia una gira eterna, nada mágica ni misteriosa.
El lugar elegido era Piedras y Maciel, en un espacio bautizado por la mano anónima de los jóvenes como Plaza Darnauchans, pero la tarde de este 7 de marzo, fue visitada por una furiosa lluvia que escampó una media hora antes del inicio del homenaje previsto en la calle. La Unidad de Animación de la Intendencia Municipal de Montevideo ya había puesto pies en polvorosa, a causa de la lluvia, cuando los organizadores decidieron realizar el homenaje de cualquier modo en un boliche ubicado a unas tres cuadras del lugar inicial, en Washington y Maciel, en un pequeño bar que bien podría haber estado ubicado en el Paseo de la Desolación.
Ante la sorpresa de los parroquianos habituales, comenzó a caer el nutrido grupo de artistas homenajeantes. El poeta Víctor Cunha, Macachín, Ana Solari, Matías Brum, Agamenón Castrillón, Martín Barea, Inés Trabal, Washington Benavides, Mario Delgado Aparaín, el Paco Cigüeña, entre muchos otros, sentados en las mesas, en el suelo, parados, acodados en el mostrador, en la calle, siguieron la sucesión de canciones, poemas y recuerdos.
Don Washington Benavides, maestro y compañero del trovador desaparecido, abrió el acto con un bello y emotivo texto titulado "Tratadito sobre Eduardo Darnauchans". Después, vendría toda la cabalgata de recuerdos, lindos y tristes de los amigos y pares del Darno.
DICE VÍCTOR CUNHA: "Tarde de sábado. Nubes bajas sobre la ciudad, intensa su negrura (Goethe no hubiera conseguido poner unas mejores un día de homenaje al joven Werther). Llueve y que no. La lluvia es una cosa que sin dudas sucede en el pasado, decía Borges y le gustaba citar a Eduardo.
Pensamos en dejarlo para el otro fin de semana pero como hace años que no creemos en el sábado que viene, lo hicimos igual bajo techo. Finalmente, la lluvia no tuvo futuro, no era la fuerte lluvia que Dylan anunciaba inexorable que caería, sino esa que ya fue, de don Jorge Luis.
Habíamos pedido para estar al principio y después que "Bocha" (Washington Benavides) abriera el fuego, entrecruzamos afectos con Ana Solari, para sostenernos mutuamente al saludar a Eduardo en unos pocos minutos de lectura y canto, rapidito. Después de que lo hicimos, escuchar a los demás fue más fácil. Igual me empeñé en vigilar la luna cochambrosa de un espejo que había en la pared del bar por las dudas que "aquel" quisiera asomarse por allí cuando nadie lo viera.
DICE ANA SOLARI: El hombre flaco con guitarra nos convocó de un modo que parecía salido de los `70 o de los `80. La voz se corrió. La "plaza triste" (porque allí murió de un infarto el padre de un niño del barrio) atrajo a un sin número de músicos, poetas, artistas plásticos; hombres y mujeres sensibles que querían estar, participar, celebrar.
Cunha dice que miraba el espejo por si "aquel" se aparecía, y yo creo que estuvo todo el tiempo; entre las palabras y los acordes, logró lo de siempre: reunir en un mismo espacio a los desconsolados, a los ángeles azules, a los viajeros de Sansueña. En nuestro caso, me di cuenta en el momento, a dos generaciones, Cunha y su hijo, mi hijo y yo, quienes por primera vez hicimos algo juntos. Sólo el Darno podía lograr algo así. Faltó su voz, pero que cada uno la lleva en la memoria, para siempre.
Nadie lloró, nadie lagrimeó, se bebió cerveza, se brindó en una misa celebrada en el bajo con un cielo que de pronto se abrió para dejar pasar unos rayos de sol. Creo que el Darno debe de haber sonreído allá donde está.
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