Reconocido teórico de la democracia advierte, en esta entrevista, de los peligros del mal gobierno.
LOS URUGUAYOS votan cada cuatro años y festejan, así, un componente fundamental de su identidad cultural: la convivencia democrática. Pero el festejo dura poco. Como en todos los países democráticos del mundo, al tiempo sobreviene la desazón. Los gobernantes elegidos no gobiernan como se esperaba. Se percibe falta de transparencia, actitudes esquivas respecto a la responsabilidad, o desgano a la hora de escuchar a la ciudadanía. "Hasta el día de hoy la teoría de la democracia, al limitarse a pensar el acto eleccionario, ha pasado por alto la relación entre gobernados y gobernantes" afirma Pierre Rosanvallon, profesor del Collège de France y reconocido teórico de las democracias contemporáneas. "El problema hoy", insiste, "es el del mal gobierno".
Luego de publicar La contrademocracia, La legitimidad democrática y La sociedad de iguales, auténticos manuales ciudadanos que bajan a tierra los problemas de las democracias actuales a un lenguaje comprensible para el lector común, acaba de publicar un cuarto libro, El buen gobierno, sobre el cual habló durante su paso por Montevideo.
PROMETER, NO CUMPLIR.
—¿Qué sucede con la democracia?
—La democracia ha sido siempre una promesa, y un problema. Una promesa de igualdad ciudadana, de construcción de espacio público, pero también un problema en términos históricos. En El buen gobierno analizo lo que sucede hoy con la visión clásica de la democracia, esa que pone el énfasis en las elecciones, en otorgar a los ganadores un permiso para gobernar. Sucede que cuando usted obtiene un permiso para conducir un coche, por ejemplo, hay un código de ruta, de conducción, que hay que respetar. Bien, eso en la democracia no existe. No hay un código del buen gobierno, y ahí empiezan los problemas.
—¿Por ejemplo?
—Ocurre una suerte de hemiplejia democrática, porque se da una ruptura, una brecha cada vez más grande entre el momento de elegir y el momento de gobernar, el momento electoral y el momento de ejercer el gobierno. Eso pasa porque durante las elecciones se multiplican las promesas. Para ganar votos los políticos prometen. Es curioso, porque ocurre lo opuesto a lo que sucede en la economía, donde la competencia hace bajar los precios. En política la competencia electoral lleva a aumentar las promesas.
—No es un problema nuevo.
—Siempre existió. Antes de la democracia de partidos se trató de resolver en elecciones donde pesaba más la virtud de los políticos. Era la democracia de las personalidades, una democracia aristocrática. Por eso fue abandonada en beneficio de una democracia de partidos que, como decimos, genera esa distancia entre el momento electoral y el momento de gobernar. Pero ese no es el único problema actual. Se está dando un declive de las performances democráticas durante las elecciones. Cada vez más las elecciones no cumplen totalmente el objetivo de representar a toda la sociedad. Entonces debemos fortalecer a la democracia electoral con una democracia de funcionamiento, de buen gobierno.
—¿Cuáles son los escollos?
—Una elección implica varias cosas. Tiene, por ejemplo, una dimensión negativa, pues implica el rechazo de algunas personas y de ciertos partidos, aquellos que pierden la elección. Eso es muy importante. Por otro lado la elección es también la expresión de una expectativa. Entonces hay dos dimensiones: una negativa, y una de seducción, que busca responder a las expectativas de la gente. Pero esa seducción genera muchos discursos, cuando el ideal democrático dice que no debería haber más de uno. Entonces, a la hora de ejercer el poder, la cosa se complica. Pues no se trata solo de conquistar el poder, hay que ejercerlo. Estas interrogantes han quedado agravadas en la actualidad por la consolidación del presidencialismo, que se ha exacerbado.
—¿Por qué?
—El presidencialismo se ha convertido en la forma moderna de democracia. El Poder Ejecutivo se ha vuelto el poder central. Es decir, la decisión se ha vuelto más importante que la norma. En este contexto, los parlamentos funcionan como meros auxiliares del gobierno, pasan a ser el espacio de juego entre mayorías y minorías. La personalización del poder en la figura del Presidente le ha dado al ciudadano la sensación de estar incidiendo más a la hora de elegir. Es decir, que ejerce mayor control sobre la responsabilidad de los gobernantes. El presidencialismo es el horizonte actual de la democracia. No se va a volver al parlamentarismo del pasado
CONTROLES AUTÓNOMOS.
—¿Cómo define el buen gobierno? ¿Acaso son normas, un código de costumbres para los políticos?
—El gobierno debería ceñirse a los principios de legibilidad, es decir, de transparencia, de rendición de cuentas, de evaluación. Que los ciudadanos puedan ver qué pasa dentro de los gobiernos, por qué actúan así, por qué toman las decisiones que toman, para que dejen de percibirlo como una caja negra, que es lo que sucede ahora. La caja negra ajena a los ciudadanos. Para que esto se haga efectivo, hacen falta instituciones que acompañen al buen gobierno. Por ejemplo, que haya estadísticas independientes. Que haya organismos independientes de evaluación de políticas públicas. También instituciones que organicen la deliberación pública. En resumen: hay que revivir las funciones parlamentarias que se han ido desvaneciendo poco a poco. Por supuesto que el parlamento siempre tiene una función muy importante que jugar, pero hay que revestir a esas funciones de autonomía para que sean eficaces.
—¿Y las personas que gobiernan?
—El gobernante debe poseer dos cualidades esenciales: integridad, y capacidad para hablar con franqueza. Sólo esas cualidades permiten construir la confianza a través del tiempo. La confianza es la hipótesis que se puede establecer sobre el comportamiento futuro de alguien. Si es percibido como íntegro, es una información muy importante para prever su comportamiento futuro, pues es un indicio de que tiene predisposición a respetar el interés general. Porque la corrupción es justamente la privatización del interés general, del bien público. Es posible implementar instituciones para limitar la corrupción. Se dio un caso reciente en Francia, hace dos años, donde el ministro de Presupuesto fue acusado de fraude fiscal y de haber depositado dinero en Suiza. Por supuesto que renunció y va a ser juzgado. Esto ha creado un auténtico shock en la opinión pública. El presidente decidió implementar una institución, una autoridad dedicada a la transparencia de la vida pública. Hoy hay siete mil franceses, ministros, diputados, senadores, jueces, altos funcionarios y sus familiares, esposas, hijos, que tienen que realizar sus declaraciones anuales de patrimonio, y una declaración de posibles conflictos de interés. Es una declaración extremadamente precisa, y como tal tienen carácter preventivo, pues esta institución tiene acceso a todos los archivos del Estado, de la policía, de los bancos. Y si hay sospechas, se las puede llevar frente a un tribunal.
—¿Es una institución única? Puede ser vulnerable.
—El texto que habilitó la creación de esta institución le permite trabajar con otras instituciones ciudadanas. Yo, por ejemplo, soy uno de los fundadores en Francia de Transparencia Internacional, que es independiente. Hemos trabajado juntos. Yo he pasado mucho tiempo con el presidente de esta comisión reflexionando sobre la ampliación de sus poderes, que ya son muy importantes.
—¿Y respecto a la franqueza? Difícil para cualquier político que busca seducir.
—Hay que reconocer que la política está basada en la dualidad del lenguaje: el de las promesas, y el de las limitaciones. No hay instituciones que obliguen a hablar con franqueza. De hecho sería peligroso. Pero ese papel lo puede ejercer la vigilancia ciudadana, la vigilancia mediática, los medios de prensa. Esta democracia del funcionamiento, del ejercicio, otorga un papel más importante a la prensa, que no debería ser sólo la expresión de una opinión. Una prensa democrática debe asumir el rol de guardián de los principios del gobierno democrático, y también de las cualidades del buen gobernante. Hay algunos medios de prensa que están muy alejados de ese papel, sobre todo aquellos que son soporte de partidos políticos.
—¿Control y vigilancia?
—Sí, esa es la función democrática de los medios de prensa, que a la vez vuelve la vida política más comprensible, permite ser leída por los ciudadanos.
ESQUIZOFRENIA CIUDADANA.
—¿Éste rol de la prensa sería un antídoto contra el desencanto?
—Hay dos antídotos para el desencanto. El primero es la búsqueda de la lucidez democrática. El ciudadano es inteligente, aprecia la distancia que hay entre los dos lenguajes, el de las promesas y el de las limitaciones. El ciudadano aprecia ser seducido por el político de turno, pero odia que no se cumplan las promesas totalmente. Es un poco esquizofrénico: ama las promesas, pero detesta que no sean cumplidas. Él sabe que no serán cumplidas en su totalidad, a esto me refiero cuando hablo de lucidez democrática. Y por otro lado está el tema de la ampliación de las instituciones y las prácticas democráticas en todo el mundo, una revolución del funcionamiento democrático. Está emergiendo en todas partes, se expresa en Asia, en Europa, en América Latina, en África, incluso en países que carecen de sufragio universal como China. Mi libro El buen gobierno ha sido traducido y publicado en China. Allí el ciudadano no puede elegir a sus gobernantes, y no creo que esto vaya a cambiar pronto. Pero los ciudadanos chinos están peleando por la transparencia, combaten la corrupción, luchan contra el lenguaje mentiroso de la política, pelean por evaluar las políticas públicas. No tienen sufragio universal, pero tratan de hacer vivir algunos elementos de la democracia de control y vigilancia ciudadanos. Yo voy de forma frecuente a dar conferencias a China y me cuentan.
—¿Cómo se recibe en China su libro a nivel oficial?
—No hay reacciones a nivel oficial. Pero el mero hecho de hablar de estos problemas permite hablar de democracia en China. Es un enfoque diferente a la visión norteamericana. Estados Unidos tiene una visión triunfalista de la democracia, de la transición democrática, en la cual se pretende controlar todos los los aspectos. Lo vemos de forma clara en lo que hacen en Afganistán, donde pretenden organizar elecciones libres sin definir previamente el funcionamiento democrático. Es una catástrofe. Lo mismo en Libia.
—Falta ciudadanía.
—Los ciudadanos tienen que comprender y saber impulsar las cuestiones relativas al control, a la vigilancia, a la participación ciudadana.
—La Premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich en el libro El fin del "Homo sovieticus" habla de lo que ocurre en Rusia: uno de los peores desencantos sobre la democracia.
—En Rusia falta el funcionamiento democrático. Allí, como en muchos países que vivían en dictadura, se ha creído que el pluralismo democrático, la competencia democrática, era suficiente para producir democracia. Sin embargo han visto multiplicarse en el mundo lo que se podrían llamar "democracias autoritarias". En ellas la elección ha sido democrática, pero el ejercicio del poder así emanado es autoritario. Ese autoritarismo se justifica diciendo yo represento a la voluntad general, todos los que se oponen a mí son enemigos de las instituciones o representan intereses particulares. Es lo que en el siglo XIX en Europa se llamaba cesarismo. En América Latina se dieron muchas variantes de cesarismo.
—¿Por ejemplo?
—El gran teórico del cesarismo latinoamericano fue el colombiano Eliécer Gaitán (1903-1948). Tradujo a un lenguaje latinoamericano la idea de que la democracia es el hombre-pueblo, es decir, la persona que puede encarnar a la sociedad. Él lo había visto en la Italia fascista de Mussolini. Así la democracia autoritaria se presenta como una manera de autogobierno a través del líder político electo. Y se da, entonces, lo que yo llamo una perversión fundamental de la democracia, porque la mayoría no representa a toda la sociedad. Por eso insisto en que deben existir otras instituciones en democracia más allá de las instituciones mayoritarias. Por ejemplo, instituciones que se apoyen en el principio de imparcialidad. Que sean autoridades independientes. O por ejemplo instituciones que representen la base del contrato social: la Constitución. Muchos de los gobierno autoritarios no se llevan bien ni con las autoridades independientes, ni con las cortes constitucionales. En la Francia de hoy Marine Le Pen, de la extrema derecha, declaró que tenía intención de suprimir a las autoridades independientes y a los tribunales constitucionales.
—¿Qué opina de aquellos ciudadanos provenientes del mundo empresarial que, sin tener carrera pública, lanzan sus candidaturas y obtienen una buena cantidad de votos?
—Vienen de todos los sectores de la sociedad, no sólo el empresarial. Hay artistas como Arnold Schwarzenegger en California, o cómicos como Beppe Grillo en Italia. Cuando al mundo político se lo percibe como muy alejado de la sociedad, los nuevos llevan una ventaja, sea el que sea. Es la prueba de que una democracia debe poder funcionar con personas comunes y corrientes, porque el ideal de la democracia establece que hay que elegir de acuerdo al talento y a la virtud, darle el poder a verdaderos sacerdotes del interés general. La vida artística o la vida económica seducen más que la vida política o el sacerdocio del interés general, por eso resultan más atractivos, porque de hecho el artista es un creador, promete renovación. Pero esto ha bajado a veces el nivel, ha producido una clase política más mediocre. Cabe mirar a los republicanos norteamericanos con Trump. Es absolutamente increíble, pero lo vemos en cada país, en Europa, en América Latina. Cuando la política de un país tiene en su seno personalidades comunes y corrientes, es cuando más se hace necesario que los principios del funcionamiento democrático sean sólidos.
NOTA: El buen gobierno y los demás libros de Rosanvallon mencionados han sido publicados por Manantial. Los distribuye América Latina.
CON PIERRE ROSANVALLONLászló Erdélyi