El actor uruguayo Roberto Jones, quien conoció al escritor argentino, lo recuerda en esta charla con El País.
¿Cómo es el último recuerdo que tiene de Borges?
El último recuerdo fue la despedida de cuando hicimos la película, de la BBC de Londres acá en Montevideo. A los tres años se murió. Me emocionó mucho porque me dio un fuerte abrazo, y me dijo ‘lo quiero mucho, Jones. Muchas gracias’. Yo quedé muy emocionado, y nunca más lo vi. Luego se fue a Buenos Aires, luego a Ginebra. Físicamente era muy endeble, y tenía que tener siempre a alguien a disposición, para que lo cuidara. Cuando comía a veces se le caía la comida, era una persona absolutamente dependiente. Estaba la Kodama que era lo que lo cuidaba, y yo muchas veces lo asistía, incluso acompañarlo al baño. A nivel de lucidez era un joven, un pensador único. Nunca escuché a alguien verbalizar tantos pensamientos, y dejarte reflexionando. Tenía tanto conocimiento del hombre, que ya no era una erudición, era un filósofo. Tenía una mezcla de realismo irónico con un misticismo muy grande.
¿Y si salta a la primera vez que lo trató?
Antes lo había visto desde lejos, pero la primera vez que lo traté fue cuando él dio una conferencia, sobre la Kabbalah hebrea, en una sinagoga de Buenos Aires. No era nada teatral al dar la conferencia: no tenía expresión, simplemente una sonrisa, o seriedad. Era un hombre quieto ahí, y eso me atrajo. Tenía como un tartamudeo, como que no le salía la expresión, pero después salía y era una maravilla, más sobre ese tema que luego me apasionó. En la conferencia tenía la misma voz que luego cuando hablaba contigo comiendo. No era un disertador. Sí era un actor cuando recitaba, aunque decía muy mal sus poemas, les daba como una entonación, como un canto, muy falsa. Entonces, en 1973, estaba lógicamente mucho mejor físicamente que luego, en el 82. Era un hombre muy elegante, se vestía siempre muy bien. Tenía algo de eso que los porteños llaman ‘un hombre distinguido’. Un típico de clase alta, muy coqueto. Un día, se le escapó a él, porque pensó que yo no estaba, y le preguntó a María Kodama si yo era buen mozo. Como yo en la película lo representaba a él siendo joven, estaba preocupado que el actor que lo hiciera… a ver qué opinaba ella.
¿Era un hombre accesible?
Bueno, luego de aquella conferencia, una semana después, lo vi en una confitería, y me acerqué a hablar. Era muy accesible, y muy humilde en serio. Era también muy tajante si lo querías llevar para algún tema. Fijate que la película se rodó en plena guerra de Las Malvinas, y de la BBC le preguntaron qué pensaba al respecto. Y dijo que Las Malvinas habría que dárselas a Bolivia, que no tenían salida oceánica. Era un aristócrata, ideológicamente, políticamente, y sin embargo tenía una admiración por el mundo orillero, el tango, cosas muy populares.
¿Ideológicamente discrepaban mucho?
Ideológicamente estábamos en las antípodas. Yo estaba en el exilio, por ser integrante del Movimiento de Liberación Nacional, por ser tupamaro en el 73, y él estaba considerado un ‘gorila’. Y eso se reflejaba en nuestras conversaciones. Aunque él en realidad era una especie de apolítico, era un aristócrata, estaba por encima de los políticos. Era un filósofo. Era un gran poeta. Pero después en la práctica iba a visitar a Pinochet, o al principio había apoyado a Videla. Después es cierto que fue el primer intelectual en firmar a favor de los desaparecidos. Él no tenía ningún problema en ir para atrás y para delante. Decía que Estados Unidos no era un imperio porque no se animaba, y que se tenía que animar. Decía cosas que le ponían la piel de gallina a la izquierda, pero tampoco era de derecha. Era inasible políticamente. El padre había sido un anarquista, al menos de pensamiento, y él tenía algo de eso: no respetaba al poder. Quizá su soberbia era que no le importaba, que estaba por encima del poder. Y tenía una aversión del nazismo, y al comunismo, al totalitarismo político militarista.
¿Fue muy difícil para ti representarlo en escena, en “La memoria de Borges”?
Allí quise trasmitir el amor que Borges que trasmitió a mí. A él le hubiera gustado mucho ver el espectáculo, que fue lo más difícil que yo hice en mi carrera. Era hablar de mi vida y de la de él. A Borges siempre le gustó mucho era cosa justamente borgeana, que alguien joven, que lo vio en una conferencia, y luego hablado en una confitería de Buenos Aires, luego de 10 años, nos juntáramos para hacer una película sobre su vida, y que yo hiciera de él siendo joven. Toda esa mezcla dramática a él le fascinaba, le parecía algo muy típico de un cabalístico. Parecía un cuento de sí mismo.
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