El director argentino habla de "La cordillera", su última película que se estrenó ayer en salas uruguayas y que protagoniza Ricardo Darín.
Con 36 años y tres películas ya es uno de los cineastas más notorios del cine argentino. Guionista de Pablo Trapero en Leonera, Carancho y Elefante Blanco, sorprendió con su ópera prima El estudiante (2011), un camino elogioso que siguió con La patota. Esta semana estrenó en Uruguay La cordillera, superproducción que en dos semanas logró medio millón de espectadores en Argentina.
—¿Cómo fue lidiar con una superproducción, manteniendo la intención de hacer un cine de autor?
—El guión y la primera parte del armado lo hice con la productora con la que trabajé en mis dos películas anteriores. Pero en un momento nos dimos cuenta de que iba a ser una película grande por una cuestión lógica: el mundo de los presidentes es un mundo caro, por los autos en los que se mueven, los hoteles en los que se instalan, la ropa que usan. Entonces acudimos a otras productoras locales y extranjeras con experiencia en trabajar en producciones grandes y arriesgadas. Les interesó el proyecto y capitanearon el proceso con respeto por mi trabajo. No tuve que negociar, todo se dio.
—¿Fue complicado dirigir un set lleno de estrellas?
—Si vos tenés un buen productor, eso no es un problema. Mi trabajo fue resolver escenas, lograr que se cumpla el plan establecido, trabajar con los actores y enfrentar los pequeños problemas que tienen las películas. Son tantas las cosas que uno trabaja en una filmación que no me ponía a pensar en la escala y nunca sentí esa presión. Y lo actores, son actores importantísimos sí, pero también son personas muy agradables, apasionadas por el cine, que estaban contentas de estar filmando ahí.
—¿Cómo elegís a los actores?
—Comienzo a pensar en ellos antes de la escritura, me ayuda mucho para delinear el personaje. Un gran porcentaje de los actores que viste son en los que había pensado. Esa es una zona del cine que a mí me importa mucho: aprendí en mi primera película que yo hago un cine muy de personajes en el que el actor tiene que asumir la responsabilidad de la narración junto conmigo.
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—¿Hubieras podido hacer la película sin Ricardo Darín?
—Sí, pero no hubiera querido hacerla sin él. Empecé a armar la historia pensando en Ricardo y había algo de lo que él irradia que era importante para la trama. Fue la primera persona que consulté cuando tenía cuatro páginas escritas y por suerte se entusiasmó de inmediato. Si él hubiera dudado, no sé si hubiera seguido escribiendo. Ricardo es, además de talentoso, un actor inteligente que lee muy bien los guiones y que tiene una concepción del cine que excede su rol como actor.
—Roque Espinosa en El estudiante y ahora Hernán Blanco, ¿cómo elegís los nombres?
—El de Hernán Blanco apareció junto con la concepción del personaje, esto del "presidente invisible" o del "hombre común" y un poco en broma, junto con el guionista Mariano Llinás empezamos a inventar eslóganes con el apellido Blanco que después quedaron en una escena. Le doy mucha importancia a los nombres.
—Dijiste que sos mejor hablando que escribiendo, y por eso guionás en equipo. Llinás, ¿en qué te complementa?
—Primero, somos muy amigos. Trabajé con él desde la primera película en la que participé, así que me cuesta mucho que él no sea mi persona de referencia cuando se me ocurre una idea. Tenemos una especie de sistema de trabajo juntos. Siento que él me enfrenta a pensar nuevas resoluciones y a llevar a fondo las ideas.
—¿Cómo es ese sistema?
—Hablamos mucho, hay mucho tiempo dedicado al armado de la historia, te diría que el 80% del trabajo es eso y recién ahí escribimos las escenas, que es lo que menos tiempo lleva.
—¿Extrañás escribir sin tener la presión de dirigir?
—Para nada. Al contrario. Lo que más me gusta es dirigir, escribir solo por escribir no me gusta más. Para mí la escritura es más angustiante, lo que disfruto es estar con los actores.
—La película introduce un elemento fantástico a mitad de metraje. ¿Qué estaban buscando cuando llegaron a esa idea?
—Es un poco la idea fundacional de la película. Teníamos la decisión de trabajar con un presidente, una cumbre de presidentes, de lidiar con el lado íntimo del ejercicio de la política y con el lado más público y más estratégico, pero en un momento apareció la idea de introducir un elemento fantástico y fue cuando la película se configuró como algo original en relación al trabajo sobre el poder.
—¿Los inspiró algún político?
—No hay uno en particular, hay sí elementos de distintos políticos que nos servían para pensar características de distintos personajes. Para el protagonista pensamos en esos políticos bien del siglo XXI, pulcro, un poco vacío, que se oculta detrás de eslóganes, que quiere ser impoluto pero no lo es.
—¿Por qué tu interés hacia la política?
—En mi familia, desde mi bisabuelo en adelante, todos se dedicaron a la política. En mi casa no se habla de fútbol ni de música: nos une la política. Yo era el que estaba al margen, pero hasta ahí me devolvió el cine.
—¿Qué es lo que te gusta de la manipulación del poder?
—Me fascina. Creo que nos pasa a todos los latinoamericanos, eso de querer entender cómo se construye el poder, cómo se toman las decisiones. Para mí esta es una película sobre cómo se construye el poder aún dentro del poder. Y además navega en las múltiples capas que tiene eso, porque los vínculos familiares también son búsquedas de un control. Podría filmar eternamente sobre estos temas, pero no lo voy a hacer.
PERFIL.
Juventud y continuidad.
Luego de trabajar como guionista dirigió tres películas en un lapso de seis años: El estudiante, La patota y La cordillera. Todas fueron guionadas junto al cineasta Mariano Llinás. La primera conquistó audiencias por doquier y la segunda consiguió el premio principal de la Semana de la Crítica en el Festival de Cine de Cannes. Allí mismo presentó su obra más reciente, donde fue ovacionado. En Argentina la opinión está dividida. Tiene otros dos proyectos entre manos: la adaptación de una novela de género fantástico y una obra histórica.
SANTIAGO MITREMARIÁNGEL SOLOMITA