El director uruguayo Diego Naser inició el concierto de la Filarmónica con una obra totalmente desconocida: la Sinfonía Zoraya" del compositor hispano-uruguayo Antonio Camps.
La mayor parte de la producción de este autor fue dedicada a los niños,por lo que se lo encuentra en numerosos cantos escolares. Su obra para piano ocupa un segundo lugar en su repertorio seguida por algunas zarzuelas, oberturas que él llamaba sinfonías y algunas obras para cuarteto de cuerdas.
Y luego de escuchar por primera vez la obertura Zoraya queda claro que si bien la obra tiene un valor como rescate musicológico, no aporta nada en lo estrictamente musical.
Es una pena que teniendo compositores hispano-uruguayos como el maestro Tomás Múgica —maestro de Tosar, Lamarque Pons, Carlevaro y muchísimos más— se elija uno tan menor para acompañar obras de la magnitud de autores como Rachmaninoff y Tchaikovsky. Sería bueno tomar en cuenta el criterio adoptado por el maestro Luis Sambucetti (hijo), creador de la primera Orquesta Nacional (1908) cuando estableció que se debía incluir obras de autores nacionales en cada concierto, siempre y cuando armonizarán con el resto del programa.
No obstante la versión que presentó Diego Naser de Zoraya demostró la enorme capacidad del director para transformar lo monótono en algo agradable.
Continuó el concierto con la Rapsodia sobre un tema de Paganini para piano y orquesta de Rachmaninoff con Sean Kennard como solista.
Este joven estadounidense, discípulo del pianista uruguayo Enrique Graf, se reveló de inmediato como un artista de jerarquía. Poseedor de una excelente escuela y, por sobre todo esto, de una elevada musicalidad, Kennard se compenetró perfectamente con el carácter de la obra. Con una técnica impecable, una claridad en la digitación y una generosa y amplia sonoridad el talentoso pianista logró conmover al público.
Ante la ovación Kennard ofreció como bis la brillante transcripción para piano de Rachmaninoff de Liebesfreud del compositor y violinista austríaco Fritz Kreisler quien se presentara en el Teatro Solís en 1935.
El acompañamiento orquestal que exige Rachmaninoff en esta obra debe de ser uno de los más difíciles para la concertación con el piano, no obstante Naser salió airoso mostrando excelente dinámica, impecables acentuaciones rítmicas que no opacaron jamás la labor del pianista.
Como broche de oro se jecutó la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky. La versión de Naser fue de una excepcional belleza interpretativa.
En ella se pudo apreciar la gran nobleza obtenida en el esclarecimiento de las líneas y en la delimitación de las poderosas masas sonoras puestas en juego por el compositor ruso. Rebosante de vitalidad, pero sin caer en efectismos, esta interpretación merece ser citada como una de las mejores que de esta obra se hayan dado en nuestro medio.
Resulta evidente que Naser se encuentra en condiciones excelentes para ser el futuro director estable de la Filarmónica. En él se unen la potente musicalidad de su temperamento, la responsabilidad con que aborda el estudio de las obras que le asignan y por el respeto que le profesan los músicos de la orquesta.
Sería un grave error dejar perder este joven director para que tuviera que buscar oportunidades en el exterior.
Orquesta Filarmónica de Montevideo.
Director: Diego Naser. Solista: Sean Kennard (Estados Unidos). Programa: "Sinfonía Zoraya" de Antonio Camps, "Rapsodia sobre un tema de Paganini" opus 43 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninoff y "Quinta Sinfonía" opus 64 de Piotr Ilich Tchaikovsky. Dónde: Teatro Solís. Cuándo: 4 de julio.
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