Zaha Hadid es considerada la mujer más influyente en la arquitectura de los últimos años y, a la vez, cada obra suya moviliza fanáticos: para defender o criticar.
Era un Irak muy distinto al que se ve hoy por televisión. Existía un ministerio para las mujeres, los jóvenes acababan siendo profesionales, no había una guerra por el petróleo ni ciudades enteras hechas escombros. Fue allí, ocho años antes de que la revolución diera fin al reinado, donde nació Zaha Hadid (64), la arquitecta más destacada de estos tiempos.
A diez años de haber ganado el premio Pritzker, algo así como "los Oscar de la arquitectura", que entonces se le entregó por primera vez a una mujer, Hadid cosecha tantos elogios como críticas. Algunas refieren a sus alocadas obras y otras hacia el trato con el personal. Fue cuestionada por las condiciones infrahumanas en que trabajan los obreros de los estadios del Mundial de Qatar 2022 o bien por la exigencia (al borde de la histeria) con la que lleva adelante sus proyectos.
Para ella, quien no reniega de esa fama de rigurosa que se le ha impuesto, la explicación es sencilla. "La combinación entre una mujer inmigrante, árabe, autosuficiente y que hacía cosas raras no me facilitó nada las cosas", admitió al diario El País de Madrid. O bien justificó que su carácter fue moldeado por su historia personal. De hecho, proviniendo de una familia musulmana no practicante, acudió a un colegio de monjas en donde la madre superiora se encargó de hacerle entender el concepto "disciplina".
Fue durante su infancia, en Bagdad, cuando tomó la decisión de que su vida rondaría en convertir sus dibujos en portentosos edificios. Tenía apenas 11 años cuando vio cómo una arquitecta amiga de la familia cambiaba piezas en una maqueta para construir la casa de su tía. Y, para su suerte, sus padres jamás coartaron su deseo. Lo único que querían era que no abandonara los estudios y fuera una profesional.
Se pudo dar esos lujos porque su familia tenía un buen pasar, reconoce. Sus dos hermanos, varones ellos, estudiaron en Cambridge. Y su padre, que vivió y se formó en Londres, fue el principal líder del Partido Democrático y más tarde del Progresista en Irak. Quizás de ahí que Hadid insiste: "En la sociedad en la que vivimos, con el boyante nivel financiero que existe, nadie debería pasar necesidades".
No en vano sus edificios hablan de libertad, al menos eso es lo que pretende, pero también esconden cierto inconformismo. Los analistas dicen que sus curvas son toda una expresión de romper con lo establecido, aunque suelen terminar en forma abrupta; lo que la diferencia, por ejemplo, del estilo más sensual que caracterizaba la arquitectura de Oscar Niemeyer. O bien combina la transparencia de los cristales con la pesadez del hormigón armado visto. En términos más sencillos: sus proyectos muestran a esa mujer ambiciosa y talentosa, que no esconde sus disgustos frente a cómo se la ha tratado. A ella y a sus pares.
Tras recibirse de arquitecta, en Londres previo pasaje por Suiza y Líbano donde estudió matemáticas, Hadid estuvo 15 años intentado convencer a algún cliente para que apoyara sus ideas nada convencionales. Una vez que lo logró, su estudio no paró de crecer. Hoy cuenta con más de 950 proyectos, tiene obras en 44 países y una plantilla de 400 empleados. Es una de las más solicitadas en el cambio estético que atraviesa Medio Oriente, con Dubai como ícono, y aún así dice que en Inglaterra todavía no recibió el reconocimiento que espera.
"En Inglaterra lo que manda es lo que se vende: el costo por metro cuadrado; las sorpresas no gustan", sentenció en la entrevista con la especialista española Anatxu Zabalbeascoa. Dice que, para su sorpresa, sale muy seguido en la prensa británica, sin embargo esa popularidad no se recompensa con la cantidad de proyectos que le adjudican en su país por adopción. ¿Por qué sigue viviendo y teniendo su estudio allí? "Por el idioma, los amigos, la inercia y por ser de algún sitio".
A lo mejor su disgusto vaya más allá de Londres. Hay quienes dicen que uno de los tragos más amargos en la carrera de esta arquitecta ocurrió hace 20 años. Fue cuando le retiraron el proyecto de la Ópera de Cardiff, en Gales, luego de haber ganado el concurso. Ese pudo ser su primer gran salto a la fama, sin embargo tuvo que esperar nueve años hasta la construcción de la Terminal de Estrasburgo, en Francia.
Quizás como forma de hacer justicia, de su autoría es el Centro Acuático que se construyó para los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Incluso su ausencia en 2014 en la lista que elabora la revista Forbes de las cien mujeres más poderosas del mundo causó la crítica de reconocidos periódicos británicos. A diferencia de años anteriores en que la arquitecta figuraba dentro del ranking, esa vez se optó por privilegiar a las "vigorosas angloamericanas", estableció The Telegraph.
Por lo pronto, ella no se desespera. No reniega sus orígenes, menos que menos los iraquíes, aunque se muestra como ciudadana del mundo. De hecho gran parte del día pasa arriba de un avión y duerme la mayor parte del año en habitaciones de lujosos hoteles, a veces diseñadas por ella misma. Eso cuando no está de vacaciones en alguno de sus rincones favoritos: Estambul, Tánger o Marbella.
Es que en buena medida, Hadid logró ser quien es gracias a su carácter avasallador. Hace, literalmente, lo que se le antoja. Es capaz de planificar una ciudad, construir un estadio, el mobiliario de un hotel y hasta diseñar bolsos para Louis Vuitton. Algo similar hacía en su época de estudiante, cuando creaba sus propios vestidos. Pero decidió pasarse a la arquitectura para quedar en la historia.
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