Muy pocas veces nos preguntan si queremos estar en un grupo de WhatsApp o de Facebook. Y aunque parecen inofensivos, pueden convertirse en una pesadilla.
El día en que los compañeros del trabajo, los vecinos del barrio o los papás de la clase de nuestro hijo amanecieron chistosos o peleadores, lo sabemos casi al instante. Las alertas del correspondiente grupo de WhatsApp empiezan a marcar el día desde temprano y, dependiendo del propio estado de ánimo, serán una molestia o una diversión. O, a veces, un muro de palabras desde el que, de vez en cuando, salta algo que nos puede interesar.
El hecho es que ya están en los teléfonos no solo nuestros amigos, familias y contactos profesionales. También los grupos armados para distintos objetivos. Y si no es en WhatsApp, es por Facebook, y como si fuera poco, ahora Twitter también permite el envío de mensajes directos de manera masiva.
El principio, como todo principio, siempre es bueno. Nos unimos (o nos unieron, sin preguntarnos) a un grupo por un interés común: la seguridad del barrio, los hijos, los estudios, el trabajo. Para organizarnos y para compartir temas de valor para gente que tiene algo en común, desde un asado hasta un trabajo.
Pero con el paso de los días, cada grupo es un mundo. Desarrolla una personalidad y unos ritmos, a veces sin tiempos ni espacios definidos. Y, en consecuencia, se tornan invasivos y nos ponen de cara a varios temas que probablemente nadie definió previo a armar un grupo, aunque valdría la pena hacerlo.
Quizás suena algo extremo. Pero convengamos en que hay días en que algunos de nuestros contertulios andan odiosos y los diálogos se van un poco de las manos. Un artículo publicado por el diario español El Mundo advierte sobre cómo los grupos de WhatsApp de padres de un curso han abierto un nuevo frente de conflicto para los profesores, por ejemplo.
"Hay padres que intentan resolver sus diferencias personales con el profesor iniciando una conversación en el grupo de WhatsApp, para buscar un consenso con el resto de los padres sobre cómo el docente realiza su actividad profesional", explica Toñi Quiñones, de la Asociación Espiral, Educación y Tecnología. Luego agrega que a veces la intención es simplemente manipular al resto de los padres y desprestigiar la labor del docente.
Es decir, un grupo de WhatsApp no es distinto de un grupo de personas conversando afuera del colegio. Pero sí hay un par de diferencias. En el mundo virtual, la gente dice cosas que no se atrevería a decir cara a cara, por una parte y, por otra, estos mensajes se viralizan rápidamente, lo que facilita la reproducción de un dato erróneo, un juicio equivocado o la simple denostación de una persona que no puede defenderse. Riesgo inherente a casi todas las conversaciones sociales, con la diferencia de que acá se trata de palabra escrita. Y, eventualmente, puede escalar a situaciones muy complicadas.
Es decir, se necesita entender los riesgos de la conversación grupal para que su uso esté dentro de lo sano, útil y aceptable. Y entender, además, que hay situaciones que deben encararse personalmente y no detrás de un grupo de chat virtual.
El experto en redes de la Universidad Mayor de Chile, Óscar Jaramillo, plantea que "es bueno, al abrir el grupo, decir para qué se crea, cuáles son sus normas, qué vamos a compartir ahí y cuándo es oportuno, o no, mandar mensajes. La única forma de que estas comunidades se mantengan en el tiempo, es que cada una genere sus normas de comportamiento, que son las que permiten una sana convivencia. Si no existen esas normas, son grupos que tienden a desaparecer ante el surgimiento de problemas, como cuando te mandan mensajes a las tres o cuatro de la mañana, o cuando ya dejan de ser efectivos porque dejan de interesarte".
Atreverse a salir.
¿Cómo se navega en estas aguas para no ser el antisocial del grupo? Francisco Kemeny, socio y director de estrategias de la agencia digital Blacksheep SMC, cree hay que atreverse a salir de los grupos, sin miedo a ser cuestionado. Pero también hay otras estrategias, como silenciar el grupo por un tiempo, aunque las alertas sigan llegando.
"Es cierto que cuando salís de un grupo, hay varios que pelean y otros que quisieran tener el mismo coraje para dejarlo", agrega Kemeny. Salir siempre genera una especie de minitrauma y un debate. "Hay una especie de protocolo o educación para enfrentar estos grupos, como lo harías en cualquier contexto. Es decir, tienes que tener conciencia de que hay personas del otro lado haciendo sus vidas y no es para escribir tonteras a las cuatro de la mañana. En un mundo ideal, uno podría proponer una serie de reglas, generar una declaración de principios de para qué es ese grupo y cómo se va a usar". Tal vez no es tan imposible pensar en ponerse de acuerdo sobre estos puntos. Sobre todo porque los grupos, en vez de disminuir, tienden a aumentar.
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