Punta Colorada: privilegio de la naturaleza

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En sus comienzos era un pueblo de pescadores.

A pocos minutos de Piriápolis, combina pesca, playa y los mejores atardeceres del Este. Los precios crecen pero la calma se mantiene.

DANIELA BLUTH

Milda Morero (80) desembarcó por primera vez en Punta Colorada de casualidad. Prácticamente no sabía dónde quedaba en el mapa cuando unos amigos del Club de Pesca Ramírez de Montevideo la invitaron a pasar unos días junto a su marido en una casa frente al mar. Los anfitriones ponían la locación, Milda y Pocho el transporte. "Este es mi lugar en el mundo", recuerda que les dijo ni bien puso un pie sobre las rocas. Pocho, hoy fallecido, no hizo otra cosa que coincidir. Solo se tenían que poner de acuerdo en dónde comprar el terreno: ella quería frente a las rocas, él frente a la playa. Corría el verano de 1963 y en el balneario había poca cosa. De hecho, muchas casas aún no tenían luz ni agua. Aún así, aquella península en altura irradiaba una energía y potencia con poca competencia en la franja costera de Maldonado.

En sus comienzos era un pueblo de pescadores. Foto: Ricardo Figueredo
En sus comienzos era un pueblo de pescadores. Foto: Ricardo Figueredo

Por aquellos años recién se estaban haciendo los primeros fraccionamientos. Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas, allí vivían apenas 56 personas y había unas 140 casas. La urbanización y los proyectos de Francisco Piria terminaban en Punta Fría, unos pocos kilómetros al Oeste. A partir de ahí, la tierra se vendía al mejor postor. Milda, por su parte, le ganó la pulseada a Pocho y compró un predio a una cuadra y media del faro, frente a la saliente rocosa, donde construyó la casa en la que vivió hasta hace pocos meses. Y donde, dice, fue mucho más que feliz.

Punta Colorada era —y aún lo es— un pueblo de pescadores donde todos se conocían. Los niños crecían de short y chancletas. Los adultos se lucían con las mejores pescas. Nunca hubo movimiento comercial, salvo algún que otro almacén y, años después, un club social, punto de reunión para los adolescentes. Para fines de los 90 la cantidad de casas se había triplicado. Pero la explosión, el boom, ocurrió hace unos doce años, paradójicamente, tras la crisis de 2002.

Un terreno frente al mar cuesta unos 200 mil dólares; en el bosque entre 50 y 70 mil. Foto: Ricardo Figueredo
Un terreno frente al mar cuesta unos 200 mil dólares; en el bosque entre 50 y 70 mil. Foto: Ricardo Figueredo

Ubicada a siete kilómetros de Piriápolis y 30 de Punta del Este, primero llegaron las inversiones extranjeras, sobre todo argentinas y europeas. "Fue un poco por moda, pero también porque José Ignacio se volvió excesivamente caro... y esta es la otra opción", dice Víctor José Ojeada, propietario de la inmobiliaria Punta Colorada y tercera generación vinculada al desarrollo de la zona. "Siempre digo que somos el balneario de Piriápolis, como José Ignacio a Punta del Este", remata y ríe, con algo de razón y mucho de sentimiento. Los precios de terrenos y propiedades avalan su percepción. Hoy, un predio frente al mar ronda los 200 dólares el metro cuadrado. Hacia el bosque los precios bajan, pero tampoco tanto. Por mil metros de terreno se pagan entre 50 y 70 mil dólares. En temporada, los alquileres oscilan entre los 120 y 200 dólares por día.

Y aunque hoy su encanto es un secreto a voces, Punta Colorada mantiene ese espíritu de modestia con clase. Ese entorno que fusiona la ropa playera con los mejores atardeceres. Que mezcla los cuatriciclos con la bolsa de nylon del súper. Que da pie a la charla entre vecinos y a la barrita de adolescentes que escucha música en las rocas. Que alterna los característicos ranchos de techo de lata rojo y las grandes propiedades con miradores y piscina. Y que promueve que todas las opciones terminen en una sola, la clásica, la vuelta por "la punta" —caminando o en auto— tras la caída del sol. "¿El principal atractivo? La playa, pero sobre todo la puesta de sol que compartimos con San Francisco, el balneario pegadito hacia el Oeste. Ese es el gran atractivo que tenemos", asegura Ojeda, con varios cielos rojizos en su haber.

Refugio.

Richard Tesore es uno de los habitantes de toda la vida. Creció en Punta Colorada, donde jugaba entre los pescadores y ayudaba a sus padres, que tenían almacén, con el reparto de provisiones. "Los que nos criamos acá vivíamos de short y chancletas. Todos éramos conocidos con todos, se mezclaba el pescador con los dueños de las casas...", recuerda quien hoy está a cargo de la ONG SOS Rescate de Fauna Marina, emplazada donde nace la playa. Sentado en una silla de lata, acompañado por un pingüino Magallanes, un lobito marino y un petrel gigante, el tono de Tesore transmite algo más que una pizca de añoranza. "En los últimos años el balneario vivió una explosión. Antes te conocías con todo el mundo, ahora yo al 90% de las personas no las conozco. Y estamos hablando de un lugar donde hace 40 años las casas no tenían ni siquiera agua. Hoy eso es impensable, muchas tienen hasta piscina. Evidentemente ha habido una explosión en lo que es inversión", comenta.

Michelangelo della Porta, italiano, es uno de los extranjeros que eligió el balneario como lugar de residencia permanente. Foto: Ricardo Figueredo
Michelangelo della Porta, italiano, es uno de los extranjeros que eligió el balneario como lugar de residencia permanente. Foto: Ricardo Figueredo

Tesore es de los que se fue y volvió. La propiedad de sus padres, cerrada y bastante deteriorada, está a la espera de que algún miembro de la familia la quiera arreglar. "La tenemos ahí, más por lo afectivo que por otra cosa, pensando en que algún día los nietos la puedan disfrutar", reflexiona en voz alta. Él, en tanto, encontró en esa organización —que funciona con el aporte de un grupo de veterinarios y colaboradores—, su lugar en el mundo. Este 2016, SOS cumple 25 años de actividad y se consolida como el único centro de rescate y rehabilitación que funciona de forma permanente en la costa uruguaya.

Su geografía elevada le da unos de los mejores atardeceres del Este. Foto: Ricardo Figueredo
Su geografía elevada le da unos de los mejores atardeceres del Este. Foto: Ricardo Figueredo

"Después de vivir muchos años en Buenos Aires empecé con esto buscando una actividad para tener en común con mi hijo adolescente. Con el tiempo él se fue y yo quedé enganchado", cuenta. La organización no recibe apoyo del Estado, se financia con el aporte de los socios y las visitas que, en verano, se multiplican. La entrada cuesta cien pesos por persona. "La idea tampoco es que vengan diez mil personas por día. Los animales están en recuperación y con mucha gente se terminan estresando. La idea es no matar a la gallina de los huevos de oro", bromea Tesore mientras alimenta al petrel que bautizó Pepe. Esta ave marina llegó hace unos dos meses sin poder volar y, pese a que está mejor, muestra pocas ganas de abandonar la piscina con vista al mar en la que remoja sus alas. "Hay animales que convocan, en especial cuando son sociables. Hace unos años tuvimos un pingüino Rey que era increíble, y eso genera movimiento sobre todo con el boca a boca". El resto del año, Tesore trabaja con visitas coordinadas con escuelas públicas y privadas, donde aborda el problema de la contaminación ambiental, concientizando y educando con ejemplos vivientes.

Unos metros más hacia el Este, la ONG da paso a los ranchitos de pescadores y techos rojos, íconos de la postal de Punta Colorada. Pero esa es solo parte de la foto. Del otro lado de la ruta 10, las casas se imponen con dos pisos, grandes terrazas, decks con mirador y alguna piscina. En ese tramo privilegiado de la geografía tiene su casa, por ejemplo, el músico argentino Vicentico, reciente celebridad apostada en el balneario. La propiedad, muy al estilo José Ignacio, impone su presencia en base a líneas minimalistas, fachadas blancas y listones de madera que no esconden el desgaste de la sal y el mar. Y aunque el músico cultiva el bajo perfil, una inscripción en el muro de entrada aviva giles y deja contento a los curiosos. "Amo a toda mi familia", dice como escrito a mano alzada, quizás por el mismísimo autor de Los caminos de la vida.

Atracción.

Un recorrido desde Punta Fría hasta la cima de Punta Colorada muestra grandes médanos, pastos sin cortar, algunos veraneantes reposera en mano, nuevas construcciones y abundantes carteles de "se vende" y "se alquila". Hasta los últimos días de diciembre, la temporada estival todavía se mostraba tímida. "Ahora el mercado está parado, como todo el país, esa es la verdad", dispara Ojeda, al frente de la inmobiliaria con más de 70 años de historia. "Algo se vende, pero no fluidamente como hasta hace un año". El problema, dice, son las "dificultades" de los argentinos, principales compradores en la zona, para conseguir dólares. "Espero que retome el ritmo, solo con el cambio de gobierno en Argentina ya hay consultas. Los alquileres no se concretan, pero por lo menos llaman", dice apelando a la fe y el humor. "Flojo", "lento" y "poco fluido", son las palabras que más suenan en las oficinas tanto de Ojeada como de Christian DAngelo, dueño de Alda Propiedades, que funciona desde 2003 sobre la avenida Central.

Los uruguayos llegan cada vez más a Punta Colorada, pero la primera línea frente al mar sigue siendo casi exclusividad de los argentinos. Eso sí, sean de uno u otro lado del Río de la Plata, el ambiente es familiero y familiar. "No es para la muchachada porque no tiene adónde ir, la zona de boliches está lejos. El que quiere ruido se va a otro lado", opina Ojeda. "Nuestro público objetivo son matrimonios con chiquilines chicos. Cuando los hijos crecen y quieren más movimiento dejan de venir y, en general, vuelven cuando los chicos ya son grandes", dice DAngelo.

Por normativa municipal, en Punta Colorada no puede haber grandes superficies comerciales. De ahí que el surtido se haga en Piriápolis. Lo mismo sucede con la farmacia, la ferretería o la barraca; tampoco hay hoteles. El que se mantiene de pie todo el año es Doña Cora, un supermercado con frutería, panadería, carnicería y ahora también pizzería. En diagonal, donde otrora funcionó su competencia y una pizzería que vendía por metro, hoy Alda luce una oficina nueva y moderna que creció junto con el balneario. Por la misma avenida Central, el remate frente al faro lo da el local de Tartaruga, único restaurante del lugar.

Las casas, aunque vienen sumando comodidades, todavía desprenden aire "de balneario". El público se ha vuelto cada vez más exigente, dice DAngelo, y hoy reclama Wi-Fi, cable y, muchas veces, alarma. "Hay propietarios que invierten bastante y eso ha hecho que el valor de los productos también aumente", agrega. El alquiler de una casa estándar de dos dormitorios ronda los 2 mil dólares por quincena en enero. Frente al mar, los precios se disparan. Para comprar, hay que pensar en desembolsar entre 150 y 180 mil dólares por una casa a unas diez cuadras de la playa, en la zona boscosa. "Si venís con 80 mil dólares no comprás nada, con cien tampoco... y con 120 te cuesta mucho", ejemplifica DAngelo.

En el último lustro, a los visitantes de siempre se sumaron algunos europeos, que eligieron Punta Colorada como su lugar de descanso y retiro. Hubo y hay finlandeses, italianos y españoles. Michelangelo della Porta (73) llegó en 2007 después de varias escalas por el mundo, dejando atrás su carrera de arquitecto y un trabajo glamoroso con el diseñador Valentino. Empapado en la filosofía hindú de Sathya Sai Baba, sintió que allí había una energía especial. Compró una chacra con vista a los cerros en la zona de La Nativa y una casa en el centro del pueblo que decoró en tonos náuticos, como si estuviera en la Pulla italiana, su región natal. "No me gusta más el artificio, ya lo tuve y me aburrí, ahora preciso la naturaleza. El Uruguay me gusta, me enamoré de esto y no tiene nada, esa es la verdad", dice en un castellano que fue perfeccionando con los años.

Al movimiento de cada temporada, este año se suma uno atípico. Grúas y camiones trabajan sin cesar para terminar el primero de los tres edificios que formarán el Grand Bay Residences, un proyecto del arquitecto Carlos Ott en la bahía de San Francisco que cambiará el paisaje para siempre. Cada módulo contará con cuatro pisos (dos de 14 unidades y uno de 28), con residencias de 3 y 4 ambientes y terrazas con vista al mar. Además, habrá amenities como gimnasio, parrillas, piscinas, sala de juegos, sala de masajes y servicio de playa. "Es un orgullo que un arquitecto como Ott haya elegido la zona para desarrollar uno de sus proyectos. Y también es una señal de la potencialidad de la zona", destaca Ojeda, descendiente de los primeros en lotear la zona.

Tal vez por precio, el área del bosque es donde más se ha construido. "Cuando yo empecé, hace poco más de diez años, había muy poca edificación", recuerda DAngelo. Allí todavía se consiguen terrenos por unos 50 mil dólares. En la zona de San Francisco, a unas cuatro cuadras de la playa y frente a la casa del Pato Celeste, Alda promueve un nuevo fraccionamiento con casas ya construidas a la espera de sus habitantes. También está en carpeta otro loteo, esta vez en el Cerro de las Espinas, de 175 hectáreas, capitales españoles y futuras chacras.

Mientras, en una modesta vivienda de Piriápolis, lejos de golpeteo del mar en las rocas pero con vista al Cerro San Antonio, Milda encontró su nuevo lugar en el mundo. Le vendió su casa a un vecino que, casualidad o destino, había sido el primer cliente de su inmobiliaria, allá por los 80. Él la compró como inversión y, si la temporada lo permite, la va a alquilar. Ella, la recuerda con el cariño de una época que sabe no va a volver. "Lo más lindo era sentarse a mirar la luna. Cuando estaba en creciente y salía entre los edificios de Punta del Este se formaba como un camino de luz sobre el agua. Eso era... ¡sentirse en el limbo!".

Las rocas de unos visionarios.

Allá por los años 30, los primeros visitantes de Punta Colorada llegaban en carreta. Algunos incluso lo hacían con un caballo para ir a hacer las compras y una vaca para tener leche fresca cada día. La tierra se dividía en tres grandes fracciones: la costa de los González Breccia, al Norte los Núñez y al Oeste los Ferrer. La familia Bonilla, pionera en la zona, había comprado algunos lotes hacia el centro. Más que playa, Punta Colorada, que le debe su nombre al color rojizo de las rocas, era un destino de los aficionados a la pesca, que construyeron sus primeros ranchos de junco sobre la arena. El loteo y la venta de terrenos comenzó hacia 1943.

La escuela que pidió Adela Reta.

Una temporada, a fines de los 80, llegó para alquilar casa Adela Reta, abogada y entonces ministra de Educación y Cultura. "Preguntó si en la zona había muchos chicos. Le dijimos que sí pero que la escuela estaba cerrada", recuerda Milda Morero, habitante permanente y dueña de la inmobiliaria que llevaba su nombre. "No sé qué habrá hecho, pero esa misma semana reabrió". La escuela funciona hasta hoy en la avenida Tercera y Calle 3.

Punta Negra, ese vecino más virgen y salvaje hacia el Este.

Con forma de península, Punta Colorada limita con San Francisco hacia el Oeste y Punta Negra al Este, todos conectados por la extensísima ruta 10. Pero es justamente esa punta metida hacia el mar la que hace que los paisajes sean bien diferentes. Mientras San Francisco se mimetizó con Punta Colorada, convirtiéndose per se en su "playa mansa", la distancia con Punta Negra se mantiene pese al desarrollo inmobiliario que ambos vienen viviendo en la última década. "Lo que pasa que no se comparan", defiende Víctor José Ojeda, de la inmobiliaria Punta Colorada. "Acá el atractivo es la playa y unos bosques naturales impresionantes. El árbol te cambia el paisaje. Y el viento no se lleva bien con los árboles", explica. Por ser una costa más abierta, virgen, salvaje y —para bien o mal— ventosa, la playa de Punta Negra es ideal para los deportes acuáticos, en particular el surf.

Siguiendo hacia el Este se llega hasta Sauce de Portezuelo, una zona de chacras particulares con bajada directa al mar. Según Christian DAngelo, de Alda Propiedades, un predio de cinco hectáreas puede valer alrededor de 3 o 4 millones de dólares.

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