Una apuesta que cuesta trabajo

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Fernanda y Carlos emigraron a Uruguay y son parte de la feliz mayoría que trabaja en lo suyo. Foto: cedida por el autor

Los inmigrantes venezolanos están sobrecalificados y tienen más probabilidad de conseguir empleos informales, pero hay una minoría que logra trabajar de lo que estudió. A veces cobran menos o sufren miradas acusadoras, pero se aferran al sueño de construirse un futuro.

Cada día, dos venezolanos consiguen la residencia en Uruguay. En los últimos dos años lo hicieron 1.820. Y, según han anunciado autoridades de Cancillería, al cabo de este año se incorporarán al país otros 2.340 inmigrantes venezolanos. La huida de ese país es masiva a nivel internacional al punto que hoy hay alrededor de 2,5 millones de venezolanos dispersos en el mundo, cuando 25 años atrás eran apenas 50.000. La mayoría se va por seguridad; el segundo motivo es la búsqueda de oportunidades.

La bienvenida de los inmigrantes caribeños aquí no siempre es la más calurosa. La temperatura la dio la divulgación reciente de un estudio de la Universidad de la República, que revela que el 45% no ve la inmigración como algo positivo. Y siete de cada 10 consideran que los empresarios deben dar prioridad a los compatriotas cuando hay escasez de empleo.

Una investigación realizada por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales en 2016, específicamente sobre el acceso y calidad del trabajo de los extranjeros, concluye que "la probabilidad de los inmigrantes recientes de encontrarse en empleos que demandan un tipo de tareas no acordes a su formación es cinco veces superior a la de los uruguayos no migrantes". Los investigadores corroboraron que, luego de un tiempo de residencia, la desventaja desaparece. Sin embargo, debido a "las dificultades que suelen encontrar los inmigrantes para revalidar sus credenciales educativas o lograr el reconocimiento de las competencias laborales adquiridas en el exterior" (…), la brecha se acentúa para quienes llegan con estudios superiores.

A menudo, el problema cae en las manos de Alicia Pantoja, venezolana de 51 años casada con un uruguayo y una de las creadoras de Manos Veneguayas, una organización que busca ayudar a sus compatriotas al momento de la llegada. Desde que está en Uruguay, unas 300 personas han recurrido a ella por temas laborales porque uno de sus objetivos es ayudar a que la persona consiga trabajo. También están en Facebook a través del grupo "Clasificados Veneguayos".

"Bendito sea Dios, hoy tenemos muchas ofertas de empresas que nos están consultando", dice Pantoja mientras da tres golpecitos a una madera. En eso llega un muchacho de unos 30 años en busca de información. El acento lo presenta por sí solo: llegó de Venezuela hace dos meses. Es fotógrafo y le comenta a Pantoja que le gustaría comenzar a trabajar de forma independiente. "Hacer carrera va a ser difícil. Lamentablemente son muy pocos los que pueden trabajar de su profesión", le explica ella.

Cuando el joven se retira, Pantoja dice que la mayoría de los que tocan su puerta son profesionales que se ven obligados a "empezar desde abajo", sin importar que sean ingenieros o médicos. De todos los que ha conocido, menos del 10% ha conseguido trabajo en sus áreas de competencia. Esos pocos privilegiados no la tienen sencilla —enfrentan demoras en los trámites de reválida, a veces sueldos inferiores y en algún caso cierta discriminación— pero consiguen la segunda oportunidad por la que vinieron.

Los privilegiados.

"En octubre del 2013, nos fuimos de vacaciones a Buenos Aires. Era la primera vez que salíamos juntos del país. Allí nos dimos cuenta de otra realidad y entonces dijimos no va más". Así cuenta Carlos cómo él y su esposa Fernanda, ambos ingenieros en informática y de 31 años, tomaron la decisión de emigrar. En ese entonces, el país no tenía el estado crítico actual. Sin embargo, sentían que no tenían posibilidad de proyectar un futuro juntos.

"Tu vida se iba en trabajar y lo que ganabas te daba solo para comer. No daba para pensar en que nos íbamos a casar o que íbamos a comprar nuestras cosas", dice Fernanda. "No teníamos nada. Entonces dijimos, ¿qué podemos perder? El tiempo, pero teníamos 27 años y dijimos vamos a lanzarnos. Lo peor que podría pasar era regresar", agrega Carlos.

Carlos comenzó a enviar su currículum a empresas de distintos países. Dice que recibió ofertas de Colombia y Chile, pero que le pedían que comenzara a trabajar en una semana, lo cual era muy difícil para él. El 31 de diciembre del 2013, recibió una llamada de la empresa Atos. Fue la única que esperó unos meses a que Carlos y su esposa tuvieran todos los papeles en regla para salir del país. Ahí fue que el destino los rumbeó hacia aquí.

"Yo quedé con miedo. Lo único que conocía de Uruguay era el Pepe Mujica y la carne. Pero tenía que confiar", confiesa.

Llegó el 22 de febrero del 2014 y al mes lo hizo Fernanda. Ambos vinieron con trabajo. En Venezuela, ella trabajaba en un partner de SAP Business One. Para su suerte, la empresa se había instalado en Uruguay. Les escribió, explicó su situación y la llamaron. Ella tuvo la ventaja de que tenía experiencia: la empresa tenía 20 años en Venezuela, mientras que acá apenas cuatro. A ambos les bastó con mostrar sus títulos universitarios.

Carlos y Fernanda cuentan que el primer año fue muy duro, que lloraban mucho. Han hecho amigos uruguayos, que los han ayudado, pero en ocasiones han sentido un "trato distinto". Sobre todo, respecto al trabajo.

"Te dicen: ¿qué vienes a hacer acá? Vienes a buscar trabajo con el poco laburo que hay. Estoy segura de que si un uruguayo va a una empresa, lo van a preferir antes que a un extranjero. Pero cuando uno prefiere al extranjero es porque tiene algo que no tiene el local", sostiene Fernanda. "También he escuchado comentarios que de que el extranjero se vuelve mano de obra barata. Hay empresas que prefieren contratar extranjeros, para darles menos, que contratar uruguayos que te van a exigir lo que vale".

"Hay un tema de mercado", plantea Diego Cabrita, abogado venezolano que colabora en Manos Veneguayas. "A veces se encuentran buenas oportunidades para insertarse y otras no. Hay carreras más armonizadas, por ejemplo Ingeniería, todo lo de informática o electrónica. Pero no carreras como Derecho. He visto en tres ocasiones a ingenieros que como no son egresados de acá los contratan como técnicos, entonces el salario es menor. Pero en cuanto a la responsabilidad y las tareas que cumplen, es lo mismo. Se escudan en que no están homologados sus títulos, pero a nivel real, el beneficio que genera la empresa es gigantesco, porque tiene un desempeño profesional con experiencia pero le pagan como técnicos", alega.

De acuerdo a Cabrita, la reválida de títulos aquí demora más de un año. "Son profesionales que tienen 30, 20 o 15 años de experiencia, que tienen especializaciones. Y tardan año, año y medio en revalidar. Tengo casos documentados respecto a profesionales de la salud", agrega.

Carlos y Fernanda pudieron superar las dificultades de los primeros meses y luego aparecieron las alegrías: en octubre del 2014 se casaron por civil en Uruguay y en febrero del 2015, por Iglesia en Venezuela. "El primer año uno piensa ciegamente que va a volver —dice Carlos. Al segundo año empiezas a bajar un poco la guardia. Al tercer, cuarto año, cada vez hay más cosas que tienes acá y que no tienes allá. Estamos haciendo nuestra vida en Uruguay".

De brazos abiertos.

Elena —no es su nombre real—, venezolana de 30 años, cuenta que seis meses antes de tomar la decisión de irse del país, viajó a Uruguay para investigar. No quería probar suerte. Es maestra, así que visitó colegios y averiguó todo acerca del proceso de reválida.

De vuelta en Venezuela, su situación laboral comenzó a complicarse. "Allí ejercía mi profesión, era maestra de preescolar y primaria. Trabajaba en un colegio de clase media hasta muy alta, donde empezaron a ingresar hijos de personajes importantes del gobierno. Era muy intimidante y a la vez desagradable. No por los niños, sino por los lujos en los que se desenvolvían: camionetas blindadas de último modelo, escoltas, viajes. El colegio me gustaba muchísimo, sin embargo, los últimos años ya el ambiente de tensión era bastante incómodo".

Elena llegó en julio de 2015, a mitad del año escolar. La búsqueda de trabajo fue difícil porque la fecha no ayudaba y estuvo cuatro meses desempleada. Pero no bajó los brazos: armó una carpeta con 50 currículums y los repartió por los colegios de tres barrios cercanos. "Fue agotador", afirma. También envió mails a todos los colegios privados de Montevideo —no puede ejercer en escuelas públicas salvo que curse Magisterio completo de nuevo, según le informaron en el Ministerio de Educación y Cultura.

Finalmente, en febrero de 2016 empezaron a "llover" llamadas para entrevistas. "Mi emoción no era normal. Incluso pude elegir en qué colegio trabajar", dice. Para Elena, Uruguay es la calma que necesitaba luego de tanto desastre. "No he vuelto a Venezuela desde que me vine, no he querido hacerlo y, por el momento, no pretendo volver ni siquiera de visita. Creo que recuperarse y volver a ser la Venezuela de antes llevará muchos años. Dentro de mis planes está quedarme en Uruguay, ya estoy instalada, mi pareja es de acá y pretendemos hacer familia en este país que nos ha recibido con los brazos abiertos y nos ha brindado la posibilidad de crecer", expresa.

Venite y después vemos.

Cuando los pacientes nuevos llegan al sector de Hidroterapia de la Asociación Española, generalmente se repite una misma secuencia. Los recibe Juan, el fisioterapeuta encargado de una de las piscinas —tampoco es su verdadero nombre—, y enseguida notan que no es uruguayo, pero todavía no se animan a preguntar. Mientras les explica los primeros ejercicios que deben hacer, uno ya se da cuenta del trato que tiene con todos: preocupado, atento y simpático. A medida que los pacientes comienzan a tener más confianza en su fisioterapeuta, aparecen las preguntas.

—¿De dónde sos?

—De Venezuela.

Pasan unos segundos y, aunque algunos no lo dicen, se les nota en el rostro lo que están pensando. Otros, palabras más, palabras menos, le dicen:

—Pa… menos mal que te viniste.

Como Elena, Juan, de 27 años, también vino a Uruguay unos meses antes de instalarse para investigar cómo estaba la situación de empleo. Es fisioterapeuta y vio que había demanda laboral para su área. Sin embargo, nada era seguro. Habló con un contacto que tenía en la Médica Uruguaya que le dijo: "Primero te venís y después vemos".

Fue así que el 25 de agosto del 2015, él y su novia Carolina, también fisioterapeuta, dejaron su país para instalarse en Uruguay. A las semanas, ambos consiguieron trabajo en residencias para el adulto mayor. En la Médica Uruguaya no pudieron contratarlo hasta que tuvo el título revalidado, lo que le llevó un año. Hoy está trabajando ahí como fisioterapeuta y también en la Asociación Española. En ambas mutualistas se siente cómodo, además de que el sueldo le rinde.

"Si uno se administra, va bien; en Venezuela, no", explica. "Allá no te puedes pagar ni un alquiler con un trabajo de 10 o 12 horas". Si bien en Uruguay se siente tranquilo, dice que "uno siempre tiene la idea de volver". Por el momento, la gravedad de la situación lo detiene.

Es técnico en higiene, pero trabaja en mantenimiento.

De los venezolanos que vienen a Uruguay, la mayoría son profesionales pero deben conformarse con aceptar cualquier empleo. Este es el caso de Jesús, de 36 años. Llegó hace siete meses y está trabajando en el Palacio Salvo, en el sector de mantenimiento. "Fue duro encontrar trabajo, muy duro. Dejé muchos currículums y todavía no me llaman de algo de mi profesión", manifiesta.

Jesús es técnico superior en Higiene y Seguridad Industrial y también es fisioterapeuta, pero no ha podido conseguir trabajo en el sector de la salud.

A pesar de que sigue buscando algo mejor, le agradece a Dios por haber conseguido una oportunidad, ya que mucha gente sigue desempleada. Uno de sus problemas en la búsqueda de trabajo es que no ha podido revalidar el título de fisioterapeuta, ya que tendría que certificarlo en Venezuela y hasta el próximo año no hay fechas disponibles para hacer el trámite. Además, confiesa que, una vez instalado en Uruguay y con intenciones de insertarse en el mercado laboral, tuvo miedo de que los uruguayos creyeran que un extranjero les estaba qui-tando su empleo. Pero agrega que hoy eso ha cambiado e incluso ha llegado a tener buenos compañeros. De todas formas, cree que algún día volverá a su país natal: "Pienso y rezo por volver a Venezuela, no hay día que no la extrañe".

Consecuencia inevitable de la crisis: familias separadas.

Aunque Juan es venezolano, sus padres y hermanos son uruguayos y emigraron en la dictadura. Hoy, con la crisis venezolana, le tocó a él separarse de su familia, mientras ellos siguen allá.

La familia del novio de Elena también es de Uruguay, pero dejaron el país por la crisis y ahora permanecen en Venezuela. Su hermano se mudó a Madrid. En el caso de Carlos, uno de sus hermanos está en Bogotá, pero el resto de su familia está en Venezuela. Con pena, la madre de Fernanda la motivó a emigrar para que estuviera segura.

Inmigrantes sufren más desempleo y la tasa aumenta para las mujeres.

"En general, ser inmigrante implica tener una desventaja en el mercado de trabajo", explica el sociólogo especializado en migraciones Martín Koolhaas, integrante del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales. Esto se debe a que tienen más probabilidad de estar desempleados y, entre los ocupados, hay una "mayor prevalencia de informalidad y sobrecalificación".

Estos resultados se constatan en el estudio Acceso y calidad del empleo de la inmigración reciente en Uruguay, en el que participó Koolhaas junto a Victoria Prieto y Sofía Robaina.

Koolhaas agrega que, para los inmigrantes recién llegados, siempre es difícil insertarse en el mundo laboral. Por un lado, porque "no conocer el mercado de trabajo y la sociedad tiene un costo, ya que se requiere un período de adaptación"; por otro, también es más difícil que accedan a contactos o recomendaciones, como sí podría hacerlo un uruguayo.

Además, como pueden tener dificultades para revalidar sus títulos, se afirma que "es factible suponer que la brecha entre los inmigrantes recientes y la población sin experiencia migratoria se acentúe en la población con estudios superiores completos". Quizás se enfrenten a "efectos de discriminación", explica el sociólogo, debido a que las empresas pueden optar por contratarlos "bajo la idea de que les pueden pagar menos o que los puedan tener en peores condiciones laborales".

Entre los inmigrantes, a su vez, hay una diferencia de género. Según datos del estudio, la tasa de desempleo aumenta en las mujeres. Entre quienes tienen educación terciaria completa, los varones inmigrantes tienen una tasa de desempleo de 4,3%, mientras que las mujeres tienen un 15,8%: más del 10% de diferencia.

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Fernanda y Carlos emigraron a Uruguay y son parte de la feliz mayoría que trabaja en lo suyo. Foto: cedida por el autor

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