La batalla diaria de los soldados uruguayos para llegar a fin de mes

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El soldado Edison Tacuarí con tres de sus cinco hijos y su compañera. Foto: F. Flores
Soldados, Comando del Ejercito Nacional, foto Francisco Flores, nd 20150521
Archivo El Pais

De pies descalzos, una niña de 2 años llamada Nahiara sale corriendo de su casa del asentamiento Nuevo Amanecer a abrazar a su padre que llegaba de trabajar. "¡Papá, papá!", repite la pequeña con emoción. Es la primera vez que lo ve de uniforme.

El papá es Edison Tacuarí (24), un soldado de primera oriundo de Vichadero (Rivera), que hace seis años ingresó al Ejército. La familia vive en una humilde casita al fondo de la de los familiares de su concubina. Además de Nahiara hay otros cuatro niños de 3, 4, 8 y 11 años de edad. Los dos mayores son de su compañera de una relación anterior.

"La casa no tiene vigas", explica Tacuarí. El techo es de chapa y se llueve, los pisos son de pórtland. En la pieza principal está la heladera, la cocina, un microondas, un sillón y una pequeña mesa. "La vamos llevando", resume.

Los días de Tacuarí comienzan bien temprano, ya que para ir al Comando del Ejército —en Bulevar Artigas y Garibaldi— donde se desempeña como mozo en el casino de oficiales, hace 12 kilómetros en bicicleta. Llega con las piernas tan cansadas que "no puede ni subir las escaleras", pero se ahorra el boleto, porque para mantener una familia como la suya los recursos son escasos.

Su mujer es ama de casa y él cobra un sueldo de $ 11.500 en la mano. El soldado no tiene problemas en admitir sus dificultades. "Estamos peleando todo los días para llegar a fin de mes. A veces de tanto pelear armamos otra cuenta aparte sin darnos cuenta, no tengo tarjeta, pero le pido plata prestada a algún familiar", explicó.

Cuando se rompe un electrodoméstico o hay que comprarle calzado a los chiquilines, siempre se repite la misma historia en las casas del personal subalterno del Ejército. Piden un préstamo a las cooperativas militares y después esa "calesita" es difícil de parar.

Aunque el empleo en el Ejército ha sido la tabla de salvación para Tacuarí, el soldado ha contemplado otras opciones laborales, al menos temporalmente. Estuvo ocho meses alejado del Ejército trabajando en una fábrica de pastas, pero decidió volver "porque allá afuera no es lo mismo".

Sabe y agradece que cuando le falta la leche para sus hijos, en el Ejército lo ayudan. Además, el trabajo no le parece tan arriesgado como ser policía. "Como policía cualquier persona te puede encajar un tiro en la calle", justifica. Trabajar en el ámbito privado tampoco lo convence: "porque si un militar hace algo mal queda preso, pero si trabaja fuera del Ejército y hace algo mal, lo pueden correr".

Tacuarí no está solo. El 43% del Ejército vive debajo de la línea de pobreza y un 5% está en situación de indigencia. El comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, es consciente de la situación de sus efectivos y así lo planteó en su primer discurso del 2 de febrero.

"Me corresponde, por lealtad hacia mis subalternos, pelear por mejorar su situación. Yo no puedo hablar de presupuesto, pero puedo decir que más del 90% de lo que gasta el Ejército va a retribuciones personales y que las que reciben son por lejos las más bajas de todos los dependientes del Estado", aseguró.

Esta realidad no es nueva. Ya en 2007 un informe elaborado por el Comando del Ejército daba cuenta de que la mitad del personal subalterno era pobre y el 30% vivía en la indigencia o pobreza extrema, o tenía riesgo de caer en ella. Un año después, en la celebración del 197 aniversario del Ejército, el excomandante en jefe, Jorge Rosales, dijo que "en el entorno del 90% del personal del Ejército estaba en situación de pobreza e indigencia".

Sobrevivir.

De esfuerzos y una vida sacrificada también sabe Rubén Muniz (31). Este soldado de primera camina 10 kilómetros todos los días para ahorrarse $ 100 de boletos interdepartamentales. Vive con su madre y sus dos hijos (Camila de 3 años y Alexander de 1) en Joaquín Suárez, departamento de Canelones.

Al principio se tomaba dos ómnibus, un interdepartamental y otro de línea, que le paga el Ejército. Pero ahora, después de la caminata, se sube al 405 o al 174 con destino a Peñarol, que lo deja cerca del batallón de Comunicaciones N° 1 donde trabaja en áreas verdes, en lo que se conoce como "pastero" o cortador de pasto.

Pero con el tiempo, gastar $ 3.000 mensuales en boletos se le hizo cuesta arriba con un sueldo de $ 14.000.

"El sueldo es medio bajo y con los descuentos a mí me queda $ 7.000. Tengo un montón de descuentos de cantina militares y dos préstamos. Después de pagar todas las cuentas me quedan $ 2.000 y eso no va para mí, va para mi madre porque tengo dos hijos", describió.

Antes de ingresar al Ejército en diciembre de 2008, Muniz fue guardia de seguridad, pero ese trabajo le pareció "muy jodido" porque "no tiene respaldo de nada". "Prefiero trabajar en el Ejército que por lo menos es fijo y no sé si se pueden llamar beneficios, pero tiene algo. Por lo menos no te dejan tan a la deriva, como en los lugares privados", señaló.

Hacer piruetas para llegar a fin de mes es tarea de todos los días para los suboficiales del Ejército y por eso las misiones de paz de la ONU suelen ser un "respiro". Se gana unos US$ 1.000 al mes y para muchos hacer varias misiones significa alcanzar el sueño de la casa propia o conseguir al menos la ampliación de su vivienda.

Sin embargo, la experiencia de Muniz en la ciudad de Goma (República Democrática del Congo), le dejó un sabor amargo. "A los cuatro meses de estar en la misión me comunican que falleció mi padre. El día que murió me dieron una tarjeta de teléfono para llamar a mi madre a ver cómo estaba y le pregunté qué era lo que había pasado. Mi padre se suicidó por los problemas que estaban pasando, hubo muchas discusiones después de que yo me fui", contó con dolor.

Para otros, como la soldado de primera María José Araújo (24), la misión de paz tiene un significado esperanzador. Ella vive junto a su hija de un año y su concubino —que es cabo en el Ejército— en la vivienda de sus padres en Peñarol. Pero cuando él regrese del Congo, se comprarán una casa, "aunque sea chica", para tener su propio hogar con los otros dos bebés mellizos que vienen en camino.

Ella cursa el quinto mes de un embarazo de riesgo y su pareja llegará recién cuando los niños tengan seis meses.

Como jefa de hogar, a la cabo de segunda Ana Laura Cardozo (36) le vendría bien ir a una misión para ganar más. Pero, como madre de cuatro hijos (de 16, 13, 11 y 9 años) no se plantea hacer una misión porque no dejaría sola a su familia.

Con un sueldo de $ 14.000 tiene que pagar un alquiler de $ 4.000 de su casa ubicada en la Ruta 8, en el kilómetro 24.700. Si a eso le suma un préstamo que debe afrontar, le quedan $ 8.000 para todo el mes.

Para ir al comando, donde hace guardias de 36 horas seguidas (por la que le corresponden dos días libres) se tiene que levantar a las cinco de la mañana. Por su tarea se perdió "varias navidades, varios años nuevos y unos cuantos cumpleaños" de sus hijos.

Las largas jornadas no la asustan, porque le gusta el trabajo. Pese a su interés por la vida militar, hace nueve años ingresó al Ejército simplemente porque no conseguía otro empleo, a pesar de que tenía el liceo completo.

A diferencia de ella, el soldado de primera Emanuel Matontte (20) no pudo ni siquiera empezar Secundaria. Cuando tenía siete años y "por voluntad propia" se internó en el INAU de Flores, debido a que no se llevaba bien con el marido de su madre, la que tiene otros seis hijos a cargo. Permaneció hasta los 18 años en el INAU, pero ni siquiera empezó el liceo y hoy su única preparación es un curso de sanitario. "De chiquito quería ser soldado" porque vivía cerca del cuartel de Flores; pero ahora lo hace por "necesidad". Su sueldo es de $ 11.000 líquidos y tiene que ayudar a su hermana mayor que lo trajo a Montevideo. Matontte tiene la esperanza de iniciar el ciclo básico el año que viene. A veces, también piensa en volver a Flores, pero la realidad es dura y sabe que allá "no hay mucho trabajo".

Dejan el uniforme y hacen “changas”.

Obligados por las dificultades económicas a las que se enfrentan, una buena parte del personal subalterno del Ejército termina su guardia y se va a hacer “changas”. Fuera del Ejército, la cabo de segunda Ana Laura Cardozo (36) es peluquera y los fines de semana trabaja de moza para mantener a sus cuatro hijos. El cabo Isidro Escudero (50) aprendió en el Ejército el oficio de albañil del que está orgulloso, y en su tiempo libre aprovecha para hacer trabajos particulares.

TESTIMONIOSDE UNIFORMADOS.

Cardozo: "Es difícil ser madre en el Ejército"

Es difícil ser madre estando en el Ejército. Cuando estamos de guardia hay que estar todo un día fuera de la casa, es difícil para los hijos porque de repente no entienden cuando son chicos. Pero ellos saben que es lo que me gusta hacer y que es lo mío".

Muniz: "Lo queganamos son sueldos bajos"

El sueldo militar es medio bajo y siempre cuando uno tiene hijos para mantener, como yo que tengo dos, uno ya no piensa por uno, sino por ellos. Si te sale un trabajo afuera por que te paguen más que acá, obviamente que te vas a ir".

Araújo: "La vida económica es complicada"

Yo entré al Ejército porque necesitaba trabajar, y bueno, me gustaba. Acá conocí a mi pareja y estoy embarazada de mellizos. La vida económica es complicada, porque ya tengo otra nena de un año y tengo que comprar ropas y pañales para los bebés que llegan".

Matontte: "Me hice soldado por necesidad"

De grande me hice soldado por necesidad, porque no encontraba trabajo. El sueldo que gano no me da para tanto, porque tengo que ayudar a mi familia de Flores y a mi hermana. Entonces no me da lo que gano, me quedo con $ 4.000 para mí".

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El soldado Edison Tacuarí con tres de sus cinco hijos y su compañera. Foto: F. Flores

En el Ejército, el 43% está por debajo de la línea de pobreza

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