Desde 2005, crecen las cifras anuales; cada día, 2 personas se quitan la vida.
Es un miércoles sofocante, de esos días que no corre una gota de aire y el cielo pinta la ciudad de celeste; un típico día de verano. Miro el celular y marco un número. No recibo respuesta. Unos segundos más tarde el teléfono vibra y el número que digité aparece en mi pantalla como llamada entrante.
"Hola, buenas tardes, ¿en qué situación se encuentra?", me dice una voz femenina con acento venezolano.
Yo intentaba ponerme en contacto con la psiquiatra Silvia Peláez, directora de la ONG Último Recurso, pero el teléfono que tenía en la agenda era el de la línea de crisis, a la que llaman quienes están a punto de quitarse la vida. Solo unos segundos demoraron en responderme.
Esa línea recibe por día entre 3 y 8 pedidos extremos de ayuda. Desde que se creó el servicio, hace 27 años, sólo tres consultantes decidieron terminar con su vida; un logro importante en un país donde los suicidios tienen un peso mayúsculo en las estadísticas de muertes violentas.
Datos del Ministerio del Interior revelan que cada mes dos mujeres mueren a manos de su pareja, su expareja o de familiares; 20 personas son víctimas de homicidio y otros 38 fallecen en accidentes de tránsito. Mientras que 53 uruguayos, en ese mismo período, se quitan la vida. Y nadie sabe por qué.
Uruguay es el país con la tasa de suicidios más alta de América Latina: en 2016 se registró un récord para esta década: 18,54 cada 100.000 habitantes. Las cifras de suicidios se duplicaron entre 1990 (hubo 319 casos) y el año pasado, cuando 638 personas decidieron quitarse la vida. El pico más alto se dio en el año 2002 (con 692 casos).
Desde 2005 aumentan año a año las cifras; no solo en la población más previsible (los mayores de 61 años), sino en los jóvenes y adultos de entre 21 y 40 años, que engrosan un tercio de las estadísticas.
Camas de hospital.
Silvia Peláez ya había tomado consciencia de este drama en 1989 cuando junto al hermano franciscano Pedro Frontini crearon la ONG Último Recurso; entonces los suicidios anuales eran la mitad de los que se dan hoy.
Peláez tenía 25 años. Haciendo guardias en el Hospital de Clínicas, mientras preparaba su monografía para recibirse de psiquiatra, escuchaba frases de médicos y enfermeros que decían: "Viene a ocupar la cama de alguien que de verdad quiere vivir" o "se quiere matar con un bebito", refiriéndose a pacientes que habían intentado quitarse la vida. De a poco, se fue acercando a esas camas denostadas y se sumergió en un mar de ideas para armar un equipo de personas que ayudaran a otras en situaciones de crisis. Hoy, casi tres décadas después, la ONG pelea por salvar vidas y también por sobrevivir con escasos recursos.
"La llamo para avisarle por qué me voy a matar. Cuando usted lea en la prensa que yo me maté quiero que alguien sepa por qué lo hice, y es porque no aguanto más los malos tratos".
Así fue uno de los primeros llamados que la ONG recibió y la psiquiatra tuvo que brindarle apoyo del otro lado del teléfono para que la mujer no terminara con su vida. Peláez recuerda ese caso y muchos otros similares de los que extrajo una enseñanza: "Ella no quería morir, quería liberarse de una vida de maltrato, quería dejar de vivir así". Y concluye: "El suicidio era el último acto de poder sobre sí misma. Antes de que me mate, me mato yo".
¿Las causas?
Peláez opina que Uruguay aparece con la tasa de suicidios más alta en América Latina porque "lleva el mejor registro de muertes, junto con Cuba y Puerto Rico". El forense determina los casos de muertes violentas (sean homicidios, accidentes o suicidios) y los reporta. Según Peláez, en otro lugares "figura accidente o paro cardíaco cuando se trata de un suicidio" porque quien firma la defunción "es de repente el médico de la familia" y le piden que no se registre la verdadera causa por "toda la carga negativa" que tiene el tema. Aunque esa hipótesis está lejos de explicar por qué la tasa de suicidios se duplicó en Uruguay desde 1990, y por qué va año a año en aumento.
La psiquiatra argumenta que en Uruguay "no hay políticas de prevención del Estado". En los lugares donde se hicieron planes de prevención, afirma, "las tasas bajaron". Esas políticas, dice Peláez, deben sostenerse en el tiempo. "Si se sabotean por disposición de la Dirección Nacional de Salud cuando el resultado es exitoso, y no se ponen en marcha proyectos sustitutos, inmediatamente se ve el aumento del suicidio", asegura.
La directora de Último Recurso también señala el carácter laico de la sociedad como otra hipótesis que podría explicar el fenómeno uruguayo, ya que las religiones como la católica y la judía, con su condena explícita al suicidio, funcionan como "un factor protector".
"En las religiones hay figuras de referencia a quienes acudir. Tanto el rabino, el pastor o el cura brindan una palabra de sabiduría o de calma".
El psiquiatra Paulo Alterwain, quien trabajó para el informe "Prevención del Suicidio, un imperativo global" de la OPS, afirma que el Estado "no ha hecho estudios de lo que está ocurriendo". Cree que la causas "no están siendo atendidas", y que "tendría que haber una vigilancia mucho mayor", incluso con intervenciones "precoces" para evitar recaídas en las tentativas.
El psiquiatra destaca el trabajo de Último Recurso y de su directora, pero señala que "hay que ayudarla, porque no alcanza con el esfuerzo de una ONG".
24 horas.
Último Recurso cuenta con un grupo de profesionales y voluntarios disponibles las 24 horas. En su sede ubicada en 18 de Julio y Gaboto atienden de 19:00 a 23:00 horas; el resto es trabajo de guardia y las llamadas se atienden desde los mismos domicilios del personal.
Cuando la llamada suena, la esperanza de evitar una tragedia comienza a nacer. La persona que responde "tiene que generar confianza y recabar todos los datos posibles que puedan servir de ayuda, sin ser invasiva", explica la psicóloga María José.
Pero no todo termina en las llamadas. Una vez que la situación se controla, se realiza un seguimiento, y según el riesgo del caso, se llama a la persona dos o tres veces por semana para interiorizarse de su situación. Si tiene sociedad médica se la deriva a la misma, de lo contrario lo atiende el equipo de profesionales de la ONG. La idea de Último Recurso es que el paciente nunca quede sin ser visto por un profesional. Como explica Silvia Peláez, el servicio no es una "terapia telefónica".
Miro de vuelta mi celular, la Luna comienza a colarse en el cielo desplazando al Sol, la calle se hace silenciosa.
La ciudad empieza a dormir y pienso cuántas veces sonará esta noche el teléfono de guardia de Último Recurso.
Último Recurso.Las líneas telefónicas de crisis son las siguientes: *8483, 095 73 84 83 (las 24 horas) y 0800 8483 (de 19 a 23 horas).
"El suicidio por contagio es un mito", asegura especialista.
Es creencia habitual que hablar o exponer mucho sobre el suicidio puede ser "contagioso", pero los especialistas rechazan ese postulado. "Nosotros hace 27 años que trabajamos y hemos logrado vencer ese tabú", dice Silvia Peláez. Por su parte, la psicóloga María José, de Último Recurso, considera que el suicidio contagioso "es un mito", y que en la ley 18.097, que consagró la fecha del 17 de julio como Día Nacional para la Prevención del Suicidio, promueve que las instituciones educativas realicen actividades brindando información calificada y veraz sobre la problemática y su abordaje. "Lo que puede ser contagioso es que se hable de métodos", que pueden ser emulados por otros, sostiene.
Aunque Peláez afirma que la familia es un apoyo "fundamental" para las personas en riesgo, también advierte que "a veces el origen de la frustración es la familia", explica Peláez. La violencia doméstica es uno de los problemas que más se reitera en los pedidos de ayuda a la ONG, en el caso de las mujeres.
Los hombres llaman más por causas como la pérdida del empleo; las mujeres, en cambio, llaman por problemas emocionales.
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