El “traidor oficial” de los tupamaros, Héctor Amodio Pérez, reapareció con un libro, “Palabra de Amodio”, en donde aparte de defenderse cuenta la historia del MLN y confirma dos cosas: una, que la guerrilla se creó en 1963, o sea en plena democracia; otra, que “el MLN siempre consideró que la implantación de una dictadura fortalecería sus posiciones”, según dice.
El “traidor oficial” de los tupamaros, Héctor Amodio Pérez, reapareció con un libro, “Palabra de Amodio”, en donde aparte de defenderse cuenta la historia del MLN y confirma dos cosas: una, que la guerrilla se creó en 1963, o sea en plena democracia; otra, que “el MLN siempre consideró que la implantación de una dictadura fortalecería sus posiciones”, según dice.
En suma, los tupamaros fueron enemigos de la democracia y precursores de la dictadura, algo ya sabido pero ahora refrendado por un fundador del movimiento armado.
La moderna leyenda de que los tupamaros nacieron para combatir la dictadura militar cae ante el relato en donde Amodio busca probar que no fue el único “traidor” y que otros jefes se convirtieron en “delatores” y negociaron con los militares. Otro mito que Amodio mella es el de la pericia del MLN, una organización que describe como caótica, estragada por rencillas internas y conducida con una liviandad que tornaba inevitable su debacle final.
Amodio insiste con que las autoridades de la época sobreestimaron siempre la potencia del MLN sin saber que el grupo vivía en crisis constante, con sus líderes enfrentados y en medio de infinitas discusiones sobre la estrategia a seguir. Ese desorden interno, y no la eficacia de la represión explica cómo a comienzos de los años 70 el MLN, que parecía invulnerable, se vino abajo en poco tiempo. La aplicación de la tortura sistemática a los detenidos y la colaboración de algunos de sus jefes con los militares, hicieron el resto.
Impacta conocer la improvisación con que se adoptaron decisiones como el secuestro de diplomáticos o el asesinato de Dan Mitrione así como la frivolidad (“marketinera”, anota Amodio) con que se simuló un cortejo mortuorio para la toma de Pando con unos coches fúnebres que convirtieron la huida en un truculento fracaso. Impresiona además la sangre fría con que el autor admite que el MLN violó los derechos humanos de gente a la que hirió, mató o mantuvo secuestrada en condiciones infrahumanas.
Ni Raúl Sendic Antonaccio, ni José Mujica, ni Eleuterio Fernández Huidobro salen bien parados de este libro elaborado por Amodio con la ayuda del periodista Jorge Marius. De Mujica dice que “siempre ocupó puestos secundarios por lo que la calificación de dirigente histórico que se le atribuye carece totalmente de fundamento”. A Sendic lo presenta como un líder desordenado, incapaz de organizar al MLN y empeñado en copiar recetas extranjeras tales como llevar la guerrilla al campo. Tampoco ahorra críticas a Fernández Huidobro y a otros a quienes acusa de haber pactado con los militares.
Además del interés de sus revelaciones, la lectura del libro provoca tristeza al verificar que con una prédica falaz (por ejemplo la de Sendic que según Amodio era partidario del “cuanto peor mejor”) decenas de jóvenes se sumaron a la lucha armada y pagaron por ello un alto precio. No sólo pagaron ellos sino el país entero que atravesó una de las peores fases de su existencia en un ciclo de violencia guerrillera, represión y dictadura.
Y lo más grave es que los responsables de aquel desastre que fue el MLN (desastre que Amodio describe en detalle) no reconozcan sus errores ni ofrezcan disculpas sino que, por el contrario, sigan tergiversando los hechos e intentado rescribir la historia a puro camelo.