El Batllismo, como ideología, mantiene intacto su prestigio en la sociedad uruguaya y ello hace que el Frente Amplio (heterogénea mezcla de socialistas, comunistas, maoístas, tupamaros y algunos despistados demócratas cristianos) trate de vestir su eficaz entrevero populista bajo ese prestigioso manto. Desgraciadamente, algunos calificados periodistas han popularizado esa falacia, engañados por el éxito electoral del Frente Amplio, que es en lo único que se parece a la trayectoria del Batllismo.
El Batllismo, como ideología, mantiene intacto su prestigio en la sociedad uruguaya y ello hace que el Frente Amplio (heterogénea mezcla de socialistas, comunistas, maoístas, tupamaros y algunos despistados demócratas cristianos) trate de vestir su eficaz entrevero populista bajo ese prestigioso manto. Desgraciadamente, algunos calificados periodistas han popularizado esa falacia, engañados por el éxito electoral del Frente Amplio, que es en lo único que se parece a la trayectoria del Batllismo.
Quien observe los hechos con serenidad, advertirá -como bien lo decía el Dr. Hebert Gato en su columna de “El País”- que “pese a las mutaciones ideológicas que atravesó la izquierda, es su fuerte antiliberalismo el que aun lo domina”, lo que “pone en juego diferentes valoraciones sobre el individuo, las clases sociales, el constitucionalismo, las garantías de los derechos y las formas futuras de convivencia social”. Partimos de una diferencia esencial: mientras el Batllismo es un desarrollo progresista de la idea liberal, el Frente Amplio proviene de corrientes autoritarias, hoy endulzadas por el éxito, que afloran sin embargo a cada momento.
Si el Frente Amplio participara de una concepción realmente democrática no podía tener a Cuba o Venezuela como paradigmas; no votaría a sabiendas leyes inconstitucionales; jamás podría sostener que la política está por encima de la ley (Presidente Mujica) o que las mayorías parlamentarias no importan porque las leyes se sacan con la “gente en la calle” (Senadora Topolansky). Por supuesto, tampoco podría ignorar –como ha hecho ostensiblemente- el valor de dos referéndum ratificatorios de una ley pacificadora, que ha sido dejada de lado con tortuosas interpretaciones.
El primer peronismo, o el kirchnerismo actual, sí que se emparientan con esas actitudes despreciativas del Estado de Derecho. Con ellos, por otra parte, coincide claramente en la idea corporativa con la cual un sindicalismo de Estado comparte el poder con los gobernantes electos y maneja fondos públicos como si fueran privados. Lo ocurrido en la salud y en la vivienda, es definitivo al respecto. Rápidamente, el sindicalismo uruguayo usurpó espacios del Estado y -casi instantáneamente- vio corromperse a varios de sus dirigentes, circunstancia hoy en manos de la -Justicia.
El peligro de la peronización no es un invento nuestro; quien primero lo señaló fue un veterano dirigente sindical, como es Richard Read.
El Batllismo difiere radicalmente de esta idea del Estado y por eso el propio Batlle y Ordóñez, impulsor de las mayores conquistas sociales, sostuvo siempre que los partidos no debían contaminar la vida sindical, concebida para defender derechos de los trabajadores, cuando esos partidos –en cambio- aspiran a conducir un Estado que debe ser árbitro conciliador de la pugna de intereses entre capital y trabajo.
Esa conmixtión de Estado y corporación gremial viene del fascismo italiano, en quien se inspiró el General Perón en su primera administración. Él, sin duda, asumió causas sociales justas, pero las envenenó de autoritarismo y de un espíritu de revancha que le distancian radicalmente del Batllismo, concepción democrática que procura la conciliación de las clases sociales a través del voto ciudadano y el ejercicio democrático. Ese mismo ánimo de revanchismo clasista, de visión rencorosa de la sociedad, rezuma en las palabras del Presidente Mujica en sus recientes audiciones, en que atribuye a sus adversarios el odio que a él, todavía, parece dominarlo.
La educación, cimiento básico de las instituciones y -hoy más que nunca- condición imprescindible del desarrollo, ha sido derruida por la intolerancia frentista. La tomó por asalto en lo ideológico, con textos y programas propagandísticos, y luego la destruyó con un populismo demagógico que despreció la calidad, diluyó el control de los rendimientos, estableció el “pase social” irrestricto, toleró el exceso de paros y ausentismos y otorgó a gremiales desbordadas un poder de administración que subordinó a los representantes oficiales.
El uso abusivo del poder que se viene haciendo con la propaganda del Estado es el calco de lo que ocurre en la vecina orilla. Y el ataque soez a quien piensa distinto, refuerza el parentesco. ¿Alguien imagina a un Presidente batllista tratar de “alma podrida” a un adversario político, que simplemente discrepaba respetuosamente con él?
La embriaguez del éxito electoral le lleva al Frente Amplio a promover esta tergiversación conceptual con la que ha encubierto su naturaleza autoritaria y seducido a mucha gente. Los batllistas lamentamos no poseer hoy la fuerza electoral que haya podido con éxito enfrentar esta deformación, pero no cederemos un metro en esta lucha por ideas que hacen a la sustancia de la República. Por eso hoy, más allá de históricas diferencias con el Partido Nacional, estamos votando a la fórmula Lacalle Pou-Larrañaga, como garantía de la defensa de esos principios democráticos que, felizmente, compartimos las colectividades históricas. Esto es lo esencial, lo demás es lo de menos.Julio María Sanguinetti,