Brexit II

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Se atribuye a Maximilien Robespierre, que, sintiéndose perdido, murmuró que “la revolución, como Saturno, devora a sus hijos”, un fenómeno que parece confirmarse en la votación del Reino Unido.

Se atribuye a Maximilien Robespierre, que, sintiéndose perdido, murmuró que “la revolución, como Saturno, devora a sus hijos”, un fenómeno que parece confirmarse en la votación del Reino Unido.

Nigel Farag, ambiguo líder del UKIP, el partido de la independencia, y el oxigenado Boris Johnson, el político conservador más proclive a esa solución, terminaron renunciado a las mieles de la victoria, barridos ambos por un pronunciamiento que no parece conformar plenamente ni a sus mismos promotores. Algo parecido le ocurrió al dimitente primer ministro Cameron, enredado en su propia trampa al propiciar el plebiscito, e incluso a su oponente, el laborista Jeremy Corbin, acusado por su partido de no haber promovido la negativa con suficiente energía. Como si el Brexit hubiera fagocitado a sus promotores, e incluso, ¡vaya paradoja!, a sus opositores insuficientemente fervorosos.

Los que sí han manifestado su entusiasmo por romper la Unión, son Geert Wilder en Holanda; Matteo Salvini, en Italia; Heinz Strache en Austria; Marine Le Pen en Francia, cada uno de ellos conductor de una derecha xenófoba y reaccionaria en su nación, junto a los grupúsculos de la misma orientación en los restantes países europeos, todos simbólicamente acaudillados por el incalificable Donald Trump, quien declaró en Escocia “que es grandioso” que los británicos “hayan recuperado el control de su país”. No en balde este regreso al nacionalismo ha sido calificado por Fernando Savater como “uno de los peores enemigos… de la idea ilustrada de una ciudadanía basada en los derechos”.

Es cierto que este retrógrado referéndum, no significa que los británicos se hayan guiado por sus nostalgias. El nacionalismo de los ingleses -se argumenta- no es romántico ni retrógrado, por el contrario, se basa, en su ancestral liberalismo económico, actualmente limitado por el proteccionismo del Mercado Común. Más bien emerge, se pretende, como un nacionalismo-neoliberal. Por ello, con su salida, se daría una señal a favor de la libertad de comercio, posibilitando de paso, una democracia de escala más manejable. Pero creo que aún si esta hubiera sido la motivación de sus votantes y sus admiradores externos, lucirían más presentables, pero sus consecuencias serían igualmente nocivas.

El nacionalismo (la historia demuestra) es proteccionista, aperturista, colonialista o imperialista, según lo que impongan los intereses del momento, o los que el gobierno de turno entienda por tales. Desde la paz de Westfalia en 1648, lo único que le ha importado es considerar la nación como el beneficiario de su política -y como sujeto histórico exclusivo- con total egoísmo respecto a los pareceres y necesidades de los restantes países. Inglaterra más que otros, bien conoce este libreto. Lo practicó durante cientos de años a través de un imperio que no eludió la explotación descarada de las periferias y que, para dolor de muchos, llegó a ser el más grande del mundo. Y si bien no lo fundamentó en términos raciales, no por ello fue menos depredador e insensible en su conducción.

En este sentido no parece que su alejamiento de la UE -un titánico esfuerzo de medio siglo para superar el fraccionalismo nacionalista- vaya a suponer efectos positivos para el mundo.

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Hebert Gatto

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