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Jorge Batlle

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LEONARDO GUZMÁN
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El Correo presentó ayer el sello “Presidente Jorge Batlle”. La estampilla institucional rinde tributo a quien, como ciudadano y como primer mandatario, desbordó los límites del Partido Colorado desde el cual luchó.

El 24 se cumplieron cuatro años de su muerte y en todo momento reaparece su recuerdo. Los más, para alabarlo. Y algunos, para denostarlo directa u oblicuamente.

Ahí salió el senador Carrera a personalizar en Isaac Alfie la crisis de 2002, ocultando que estuvo, sí, pero no para encender la mecha sino para apagar el incendio. Junto a Steneri procuró el crédito angustiosamente necesario, en una gestión que remató Jorge Batlle hablando inglés educado con Bush y alemán a gritos con el Director del FMI. Batlle, Atchugarry y Alfie hicieron lo que Astori apoyó y aplaudió. Entretanto, Vázquez pedía que el Uruguay cayese en default.

Jorge Batlle siempre fue un gran estudioso de economía. Al romper en 1965 con la herencia política de su padre don Luis Batlle Berres y oponerse al clientelismo y al dirigismo, se lo motejó para siempre como ortodoxamente “liberal”. En un sentido lo era. Recuerdo haberle escuchado en el Edificio Libertad: “El Estado no puede crear los cien mil empleos que el país precisa. O surgen de la iniciativa privada o no los tenemos”.

Pero aclaremos: su conducción de la crisis, su Presidencia entera y sus principales posicionamientos públicos nacieron de raíces mucho más hondas que la afinidad a una escuela económica. Nacieron de que su liberalismo era mucho más profundo para las personas y las ideas que para los capitales. Proyectaron una personalidad que jamás se hundió en la ciénaga del relativismo. Por tanto, el mandatario que se negó a avergonzar al país con la primera quiebra de su historia no fue el especialista o el fanático que copiara recetas -¡no las había!- sino el hombre bien plantado que vio clara una meta pública y abrió surcos en la piedra y caminos en el mar. No lo atornilló una ideología. Lo impulsó un sentimiento que se hizo idea y acción.

Ese sentimiento fue el mismo que lo llevó a aceptar con serenidad y buen talante, que el plebiscito de diciembre de 2003 le derogase su ley 17.448, que le quitaba a Ancap el monopolio de los combustibles. Jorge Batlle era más demócrata y republicano que militante de Von Hayek. ¡Vaya si lo vi valiente cuando fue preso, bajo Bordaberry, por defender las instituciones, denunciar la conmixtión tupamaro-militar y pronunciar sin tapabocas el nombre de Amodio Pérez!

Hoy vivimos en otro marco. El mundo detuvo la carrera hacia el infinito marketinero y cibernético. A la fuerza, la globalidad retrocedió a un metabolismo basal. En ese marco nos toca bracear.

También allí nos regresa Jorge Batlle, porque fue él quien buscó que lo que pagáramos por deudas con Francia, quedase en el Uruguay, como inversión gala en la agencia científica del Instituto Pasteur que, ante la pandemia, en tiempo récord nos mejoró los testeos de Covid 19.

No solo eso. Así como nos enseñó desde la Presidencia que “la paz es un estado del alma”, con su vida de lucha contra las adversidades públicas y personales nos enseñó que la construcción requiere un estado del espíritu.

Y para levantar cabeza, restituirnos ilusiones y unirnos como nación, el espíritu -armonía de los sentimientos, la inteligencia y la voluntad- es hoy una materia prima de primera necesidad.

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