Confieso que cuando me llegó un artículo titulado "Los ‘catedráticos’ que se inventan la historia catalana a 400 euros por conferencia" (Brais Cedeira, El Español, 29 octubre de 2017), pensé que era una de esas páginas humorísticas que falsifican hechos para consumo de incautos en la web.
Es descacharrante y vale la pena leerlo. El autor acababa de presenciar una conferencia de Víctor Cucurull, quien enunciaba con entusiasmo y gesto enardecido: "Somos la primera nación del mundo. No hay otra nación en el mundo que haya llegado a un grado de civilidad como el que tiene la nación catalana. Y nos la han robado. Han ejercido violencia extrema contra nuestra nación para apropiarse de nuestra historia". Y por si hubiese algún extranjero en sala exclamaba: ¡First nation in the world!No solo comprobé que el artículo era en serio sino que se quedaba corto.
Cucurull es miembro del Institut de Nova Història. Si bien no cuenta con el respaldo de ningún historiador de prestigio, han recibido el apoyo de figuras bien conocidas en estos días, como los procesados Maria Carme Forcadell, filóloga y presidenta del Parlamento de Cataluña, Oriol Junqueras, exvicepresidente de la Generalitat y del mítico Jordi Pujol, presidente de la Generalitat entre 1980 y 2003. Apoyo no solo verbal, lógicamente, pues siempre han venido acompañados de surtidos subsidios y premios como el XIX Premi Nacional President Lluís Companys, entregado por Esquerra Republicana de Catalunya en 2013.
Su tesis fundamental es sencilla y no resultará extraña a los lectores: el poder configura la historia según sus intereses. Para el caso, el Estado Español ha querido unificar la Historia bajo el dominio de Castilla. El Institut "tiene suficientes elementos para entrar en las entrañas de la historia oficial, aquella que va a ser escrita por los vencedores. Una historia que ellos, desde el poder que han gestionado y gestionan, han ido configurando según sus intereses y necesidades".
Unos de sus líderes intelectuales es Jordi Bilbeny, licenciado en filología catalana y autor prolífico. Su libro Brevíssima Relació de la Destrucció de la Història, fue presentado por Josep-Lluís Carod-Rovira, presidente de Esquerra Republicana de Catalunya (2004-2008) y vicepresidente del Gobierno de Cataluña (2006-2010) quien afirmó: "Lo que explica este libro es tan heavy metal que parece imposible, […] al leerlo, acabas cuestionando la verdad oficial".
Todo comenzó en 2001, antes de la creación formal del Institut, con los Simposis sobre la descoberta catalana dAmèrica, que se realizan desde entonces, con el apoyo del pequeño ayuntamiento de Arenys de Munt.
Según Bilbeny y sus seguidores Colón era miembro de una noble familia barcelonesa apellidada Colom y no partió del andaluz Palos de la Frontera, sino de Pals dEmpordá en la catalana provincia de Gerona.
Cuando Bilbeny publicó Descoberta i conquesta catalana dAmèrica. Una història reescrita pels castellans, el mítico Jordi Pujol le envió una carta elogiando lo convincente del libro: "Poco a poco, se van haciendo hueco. Les quiero felicitar por el trabajo, por el buen trabajo que hacen. Y les animo a continuar en esta misma línea".
En 2016, Bilbeny hubo de poner todo su peso intelectual para convencer a los concejales de la CUP, un partido de extrema izquierda, que apoya (¿apoyaba?) a Carles Puigdemont y también al Institut, que retiraran su propuesta de quitar el monumento a Colon de la Plaza del Portal de la Paz y sustituirlo por "una obra alegórica de la resistencia de los pueblos indígenas y de los esclavos". Claro, siendo catalán la cosa cambiaba.
Pero el Institut ha aportado a la ciencia histórica otros descubrimientos de gran valor. Así, el conquistador del imperio de los Incas, Francisco Pizarro, ni se llamaba así ni era extremeño; era catalán y se llamaba Francesc de Pinós de So i Carrós.
La literatura catalana ha dado esplendor y gloria al mundo. Obras fundamentales como el Lazarillo de Tormes y el cantar de Mio Cid no son anónimas, sino de autores catalanes que debieron ocultar sus nombres por temor a la Inquisición castellana.
El Cid no era nacido en el antiguo municipio castellano de Vivar, sino que "El Cid de València era català" y el cantar fue escrito originalmente en catalán como lo demuestra un análisis comparativo de su rima.
Otro de sus perspicaces investigadores, Miquel Izquierdo, ha publicado un libro llamado Shakespeare és Cervantes donde sostiene que se trataba de una sola persona llamada Joan Miquel Sirvent, hijo del heterodoxo Miguel Servet, a quien Calvino quemara por hereje en Ginebra. El Quijote que conocemos, "es una mala traducción del original catalán, El Quixot". Lluís Maria Mandado, publicó otro libro sobre la misma tesis —El Quixote va esborrar el Quixot— y dice que "prácticamente todo el Siglo de Oro español se escribió en catalán". Todos los libros referidos están disponibles en Amazon.
La página web del Institut de Nova Història es rica en informaciones y hallazgos. Recientemente anunció la presentación de un documental titulado muy semióticamente, al estilo de Jacques Derrida (ignoro si es catalán) "Desmuntant Leonardo" (deconstruyendo a Leonardo), basado en estudios de Jordi Bilbeny "que ha sido posible gracias a una campaña de micromecenazgo y la participación del Institut Nova Història." El lector habrá adivinado: Leonardo Da Vinci es un hijo perdido de una noble casa real catalana y el paisaje que se ve al fondo de La Gioconda, pertenece a Cataluña.
Arturo Pérez-Reverte, por supuesto que se ha hecho un festín con estos intelectuales: "Hay en Cataluña un chiringuito subvencionado que proporciona un material humorístico de primer orden", escribió en junio de 2016.
Viendo los usos de la Historia, mi humor al respecto, es más bien negro.
Es claro que para el común de las personas con cierto grado de civilización estos señores no dejan de ser unos payasos sin oficio ni beneficio, pero, al menos por un momento, se puede pensar que otros señores que parecían ridículos al reescribir la historia, dejaron de serlo más tarde, como el autor de Mi Lucha, o el que borraba de las fotos oficiales a Trostky y a todos los caídos en desgracia, o más modestamente, por estas tierras, hay "cada uno más de cuatro", dijera Catita, de cuyos nombres no quiero acordarme.