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Putin quiere pescar en un río de sangre

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La brutal masacre perpetrada en Krasnogorsk no fue el mayor acto criminal de ISIS-K. En agosto del 2021, jihadistas suicidas de esa demencial organización ultra-islámica se mezclaron con la multitud de afganos que intentaba entrar al aeropuerto de Kabul para huir del régimen talibán. Fueron ciento setenta los civiles muertos, además de los trece soldados norteamericanos que incrementaron la cifra de víctimas fatales.

Esta reencarnación recargada del Estado Islámico Irak-Levante (ISIS), que agregó a su sigla la K de Khorasán, que en farsi significa “donde se levanta el sol” y era la parte oriental del antiguo Imperio Persa, mantiene contactos con ultra-islamistas caucásicos, que odian con particular intensidad a Vladimir Putin por la guerra de tierra arrasada que destruyó Grozny y aplastó el independentismo musulmán en Chechenia, Ingushetia y Daguestán.

“El Emirato Islámico condena de manera contundente los ataques que tienen como blanco a civiles” en el aeropuerto de Kabul. Lo dijo Zabihullah Mujahid, el vocero del régimen lunático que en aquel momento llegaba a Kabul mientras se retiraban las tropas estadounidenses. Que los talibanes condenaran la criminalidad de ISIS-K y lo combatieran en Afganistán, muestra el récord de locura sanguinaria que ostentan los jihadistas que masacraron civiles rusos en un inmenso auditorio de espectáculos musicales.

Esa organización genocida asumió el atentado que tiene todas las señales del terrorismo ultra-islámico del sur de Rusia. También mostró fotos de los atacantes y exhibió videos de la masacre. Pero el presidente ruso siguió apuntando su dedo acusador hacia Ucrania.

El terrorismo ultra-islámico de Rusia tiene entre sus brutales antecedentes la toma de una escuela en Beslán, que desembocó en la peor masacre ocurrida en esa ciudad de Osetia del Norte. Cerca de cuarenta civiles murieron por las bombas que hizo estallar en el aeropuerto capitalino de Domodedovo. También causó masacres en el metro y en el mayor mercado de Moscú, libró una batalla dentro de un hospital de Budionovsk y hasta tiene un antecedente en provocar masacres en teatros repletos: la toma de la sala moscovita Dubrovka, una noche de danza clásica.

Sin embargo, desafiando el sentido común, Vladimir Putin siguió vinculando a Ucrania con lo ocurrido en el Crocus City Hall de Krasnogorsk.

Según el presidente ruso, los supuestos terroristas que exhibió en público la policía fueron atrapados cuando intentaban escapar a Ucrania, donde los dejarían ingresar. Pero resulta absurdo. Que terroristas que acaban de cometer un crimen gigantesco contra Rusia intenten salir de ese país por la frontera con Ucrania, es ridículo porque desde que comenzó la guerra hace más de dos años esa es, obviamente, la frontera rusa más protegida. Para entrar a Ucrania tienen que salir de Rusia por la línea fronteriza más blindada que tiene el gigante euroasiático. Eso es imposible y cualquier terrorista profesional, como los que masacraron cristianos en las afueras de Moscú, lo sabe.

Por qué creerle a Putin cuando muestra tadyicos temblorosos, confesando atados de pies y manos que les pagaron para cometer la masacre en el inmenso auditorio de las afueras de Moscú. No hay razón alguna, como tampoco hay razones para creer que Navalny murió de “muerte súbita” en la cárcel del Ártico ni que el avión de Prigozhin se precipitó a tierra por una falla mecánica, ni que a Boris Nemtsov lo mató la mafia justo cuando se dirigía a presidir un acto para denunciar que el ejército ruso estaba infiltrándose en el Donbas desde por lo menos el 2014.

Es lógico sospechar que el gobierno ucraniano estuvo detrás del asesinato de Vladlen Tatarski, bloguero militar que difundía propaganda pro-rusa y anti-Ucrania y fue acribillado en un café de San Petersburgo. También pudo estar detrás de la bomba en el chasis del auto que estalló cuando lo puso en marcha Daria Duguina, hija de Alexander Duguin, el ideólogo ultranacionalista cuyas teorías históricas y geopolíticas influyen sobre el Kremlin.

Pero su intento de vincular a Ucrania con un atentado que tiene todas las señales del ultra-islamismo, es aún más absurdo y criminal que la mentira de las armas de destrucción masiva de la que hablaban George W. Bush, Donald Rumsfeld y Dick Cheney para justificar la catastrófica invasión a Irak.

Tan burdo que impone recordar la sospecha de que, en realidad, fueron agentes de Putin los que en 1999 perpetraron los sangrientos atentados contra edificios residenciales en Moscú, que causaron más de dos centenares de muertes. Dos criminales actos terroristas que no fueron reivindicados por el terrorismo islamista, y con los que el duro jefe del Kremlin justificó su guerra de tierra arrasada contra el separatismo musulmán caucásico.

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