Solo una dictadura represora bancada por la fuerza de los tanques y bayonetas y la ayuda de pandillas de delincuentes armados (milicias) puede mantenerse en el poder cargando 28 muertos. Antes de enfrentar a sus pares de la región en la OEA, Maduro decidió irse.
Venezuela anunció su salida de la Organización de Estados Americanos. La decisión fue hecha pública después que se aprobara la convocatoria de una reunión de cancilleres para tratar su situación, en un intento de que el régimen abandonara sus prácticas abusivas y despóticas y se aviniera a respetar la Carta Democrática de la organización. Esa fue la respuesta de Nicolás Maduro a la preocupación que han generado en la región los 28 muertos, más de 400 heridos y miles de ciudadanos detenidos que se han cobrado las manifestaciones callejeras en reclamo de una oportunidad electoral para resolver la crisis que enfrenta ese país.
No hay duda de que la intención de Maduro, un nombre y un dictador que pasarán a la historia bañados de sangre, es evadir las obligaciones que establece la Carta Democrática Interamericana y sustraer totalmente a Venezuela del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. El aislacionismo voluntario de Maduro, o su disparada, busca impunidad y deja al pueblo sin la protección de la institucionalidad regional.
Eso es lo que busca, pero no parece que tenga suerte. Según las disposiciones de la propia constitución de OEA, el procedimiento de "renuncia" tardará unos dos años en sustanciarse y antes deberá pagar todas sus deudas con el organismo, donde Venezuela es morosa en unos 10 millones de dólares. No hay impedimento alguno, mientras tanto, para convocar a la reunión de cancilleres donde su régimen deberá responder por la violación de lo dispuesto en la Carta, que en su introducción dice "Seguros de que el sentido genuino de la solidaridad americana y de la buena vecindad no puede ser otro que el de consolidar en este Continente, dentro del marco de las instituciones democráticas, un régimen de libertad individual y de justicia social, fundado en el respeto de los derechos esenciales del hombre". Y en su artículo 1° establece "Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla".
Que no se agiten entonces las banderas del principio de "no intervención" sino las que exigen el cumplimiento de los compromisos libremente asumidos por Venezuela y, si no se honran, que se atenga a las consecuencias. El art. 21 de la Carta dice que "ante la ruptura del orden democrático en un estado miembro… la OEA tomará la decisión de suspender a dicho estado miembro del ejercicio de su derecho de participación". La suspensión entrará en vigor de inmediato, pero "el Estado suspendido deberá continuar observando sus obligaciones, en particular el respeto a los derechos humanos".
Con gobiernos en la región que han cambiado de sino y abandonaron el populismo, con la otrora gorda billetera de Chávez que hoy está vacía y ya no compra voluntades, y con la indignación que los atropellos de un régimen prepotente y despótico provoca a impulso de sus muertos, heridos y sus presos de conciencia, el desenlace parece cantado y el andamiaje dictatorial que hoy impera recibiría la repulsa que se merece.
No debe haber nada más elocuente sobre lo que es y significa el panorama en aquel país que la movilización que dispuso Maduro de 500.000 milicianos ciudadanos "cada uno con un fusil garantizado", que traducido al idioma español por el Director para las Américas de la organización Human Rights Watch son simples "pandillas de delincuentes armadas, con licencia para disparar".
Obvio es que aún le quedan incondicionales al régimen: Nicaragua, Ecuador y Bolivia permanecen alineados. Y en nuestro país, el MPP del expresidente Mujica y el Partido Comunista a nivel político y el Pit-Cnt y la FEUU continúan venerando la figura de Maduro. Tal vez no les convenga una apertura en Venezuela porque podrían tener que dar explicaciones sobre las relaciones comerciales que se han generado con aquel país, o tal vez sea solo su pobreza moral. A Dios gracias que el gobierno va por otro camino y ha reaccionado en defensa del pueblo venezolano. Eso es solidaridad americana.
Mientras tanto, en la patria de Bolívar los ciudadanos seguirán luchando para recuperar el poder originario, ese llamado "soberanía", que pone o quita presidentes. Seguirá protestando porque las colas para comprar comida, medicamentos o ropa no amainan, porque la inflación está desbocada y el FMI estima que a fin de año será de un 741% y en el 2018 trepará al 2.068%, porque la inseguridad campea en todas las ciudades y a toda hora, porque los corte de agua y electricidad son un drama del día a día.
El gran problema de Venezuela se llama Maduro, un dictador tan opaco de luces como pleno de soberbia y narcisismo, que no tiene muchos argumentos para convencer salvo el miedo. ¡Y vaya si lo utiliza!
EDITORIAL