La "Operación Milagro" mediante la cual decenas de médicos cubanos se trasladaron a Uruguay para realizar operaciones de ojos, siempre fue calificada como un "acto de solidaridad" de Cuba hacia nuestro país.
Desde 2007 hasta la fecha esas intervenciones quirúrgicas fueron presentadas por los gobiernos del Frente Amplio como una prueba palmaria de la "generosidad cubana" y de su "fraternal concepción de las relaciones con Uruguay".
Expresiones de ese tipo fueron usadas en numerosas ocasiones incluido el acto oficial de agradecimiento al gobierno de los hermanos Castro realizado un año atrás, en plena campaña electoral, en el Auditorio del Sodre. Un acto al que asistió el presidente José Mujica y que contó con la presencia de los miembros de la fórmula frentista, Tabaré Vázquez y Raúl Sendic, todos ellos rebosantes de gratitud hacia las autoridades de La Habana ante la ayuda brindada por los oftalmólogos cubanos. Ayuda desinteresada, dijo entonces Mujica, quien cantó loas a "la solidaridad entrañable de Cuba con Uruguay".
Ahora, después de tantas palabras de reconocimiento de la izquierda a Fidel, Raúl y compañía, nos enteramos de que la filantrópica "Operación Milagro" se invoca para condonar una deuda cercana a los 50 millones de dólares, intereses incluidos, que Cuba mantiene con Uruguay por agroexportaciones impagas desde hace décadas. Eso surge no solo de la exposición de motivos del proyecto de ley ya aprobado en el Senado y actualmente a estudio de los diputados, sino también de los argumentos esgrimidos por ciertos legisladores oficialistas.
Todo lo cual transforma ese proyecto de ley en la formalización de una suerte de pago o contraprestación por los servicios médicos recibidos que, como se aprecia, dejan de ser gratuitos y atentan contra aquella imagen tan mentada de la solidaridad cubana. Tan así es, que a lo largo de las discusiones parlamentarias algún legislador frentista, en su afán de convencer a la oposición sobre las bondades de la condonación, recordó que se habían efectuado 50.000 operaciones de ojos a un costo estimado de 1.500 dólares cada una lo que conformaba un total de 75 millones de dólares, cifra que supera ampliamente la deuda de Cuba.
De esa manera, lo que se presentó como un gesto altruista de los Castro hacia Uruguay terminaría por convertirse en un negocio contante y sonante. Dicho de otro modo, se convertiría en un canje, vocablo muy crudo este último, pero que se menciona en la propia fundamentación del proyecto.
A estas alturas no importa conocer el momento en que nació la idea de trocar operaciones de cataratas por deudas impagas, ni la calidad y resultados de las mismas, pues aun partiendo de la base de que la cooperación cubana fue en principio desinteresada, parece que la "Operación Milagro" apunta a un pago consistente en el perdón de la deuda.
Lo que el Frente Amplio propone es una condonación total de algo que ningún país está dispuesto a concederle a la isla caribeña que, dicho sea de paso, después de más de medio siglo de gobierno comunista le debe a cada santo una vela. Ni siquiera Rusia, su antiguo protector, o China, que comparte su misma ideología política, se disponen a perdonarle a los cubanos el 100% de lo mucho que adeudan. Todos se reservan algún porcentaje o establecen cláusulas de preferencia para futuros acuerdos comerciales. Esto significa que si el proyecto de ley se aprueba tal como salió del Senado, los auténticos solidarios en toda esta historia de los médicos cubanos seremos nosotros.
De prosperar esta iniciativa se desvanecerá el aura caritativa que rodea esas misiones de oftalmólogos llegados de La Habana. Misiones que en su momento crearon dificultades puesto que los enviados venían a ejercer la medicina sin títulos homologados en nuestro país, inconveniente que la Universidad de la República sorteó con rapidez contrastante con la habitual lentitud con que tramita los títulos de profesionales graduados en el exterior. Pero el amor por la revolución cubana todo lo puede y los impedimentos fueron despejados excepto en el caso de aquel oftalmólogo cubano que tras pedir asilo en Uruguay, fue inhabilitado para ejercer aquí su profesión por decisión expresa del ministerio de Salud Pública.
Todo lo cual permite inferir que la admiración por el régimen castrista no tiene límites en una izquierda uruguaya en donde algunos sectores opinan que Cuba es un baluarte progresista al que corresponde ayudar a resolver sus dificultades económicas. El problema es saber quién nos ayudará a los uruguayos a resolver las nuestras.
Editorial