En la discusión del Presupuesto Nacional que está teniendo lugar por estos días en la Cámara de Representantes, se ha dado una nueva dura derrota para el gobierno. Tres legisladores del Frente Amplio, Darío Pérez, Sergio Mier y Víctor Semproni se han pronunciado en contra de algunos artículos del Presupuesto, lo que ya se ha concretado, por ejemplo, en la votación negativa del que procuraba suprimir el 50% de las vacantes que se produjeran en las Fuerzas Armadas.
Es cierto que no es la primera vez que el Frente no consigue sus propios votos para aprobar una iniciativa, pero es la primera vez que el desprendimiento no es unilateral y es muy significativo además en el actual contexto de debilidad que viene exhibiendo el Poder Ejecutivo. También se puede afirmar que existieron en otros temas discrepancias más profundas, protagonizadas por el propio diputado Darío Pérez, como cuando se votó la despenalización del aborto o la legalización y estatización de la producción y comercialización de marihuana, pero en aquellos casos finalmente se impuso la mayoría regimentada.
Este quiebre parlamentario del Frente Amplio en la discusión y votación de la principal ley de todo gobierno, como es la de Presupuesto, no es casual y tiene consecuencias insoslayables. Ya venía golpeado el Ejecutivo con el recorte al Sistema Nacional de Cuidados que es (o era) la principal innovación que pensaba llevar adelante el presidente Vázquez. Ahora esta fractura expuesta viene a demostrar que ya no se temen los costos de desafiar la disciplina partidaria o al propio Presidente de la República.
Nadie hubiera puesto en duda hasta hace pocos meses que el gobierno tendría los 50 votos del Frente para aprobar el Presupuesto Nacional. El saber convencional y la lógica política con la que funciona el Uruguay desde 2005 establecían que salvo temas muy puntuales y de "principios" los votos del oficialismo estaban siempre. Fuera para defender a un ministro impresentable en una interpelación, para aprobar leyes sumamente polémicas, o para bloquear iniciativas acertadas de la oposición, los votos siempre estaban.
Pues bien, a partir de ahora ese saber convencional ha quedado en cuestión por el desprendimiento de un grupo de diputados que han manifestado que no temen a las consecuencias de su desobediencia y que defienden su independencia de criterio respecto a las decisiones orgánicas de su "fuerza política". En la película de la pérdida de autoridad presidencial que venimos viendo desde marzo, esta escena es quizá la más trascendente porque pone en duda la unidad de acción del partido de gobierno. Ahora cada iniciativa requerirá un proceso de negociación mucho más complejo para ser aprobada.
El panorama, por tanto, para el gobierno, es de una creciente complejidad y a un ritmo feroz. Las dos basas de sustentación de los logros de la "era progresista" fueron el crecimiento económico impulsado por variables exógenas desde el exterior y la mayoría parlamentaria automática con que contaba el Poder Ejecutivo. Esos dos pilares hoy se tambalean.
La situación económica regional muestra a un Brasil en una profunda recesión y a Argentina estancada y esperando el desenlace electoral de fin de mes, mientras la economía global se desacelera. En lo interno, la pérdida de confianza del consumidor, la disminución en las mediciones de consumo, un frente fiscal con elevado déficit y endeudamiento, una inflación cercana al 10% y una marcada pérdida de competitividad para la producción nacional, son expresiones claras de que la bonanza pasó y la añoraremos con nostalgia.
Que esta economía notoriamente más débil coincida con el momento también de mayor debilidad del gobierno, es una muy mala noticia para el país. Es cuando las aguas se embravecen que es necesario un capitán fogueado, resolutivo y con capacidad de mando; mientras el mar es un espejo cualquiera navega bien.
Lo cierto es que mientras la tormenta arrecia, el hombre al mando duerme la siesta en su camarote, los oficiales de cubierta dan órdenes que nadie escucha y los marineros deambulan sin rumbo, sin saber hacia dónde va la nave.
El quiebre parlamentario de esta semana en el Presupuesto no es un episodio aislado, es uno más en la degradación del Frente Amplio, de su gobierno, y en particular y muy especialmente, del Presidente de la República. Pobre Uruguay con esta tripulación al frente por cuatro años más, solo queda esperar, aferrados al mástil, que la tempestad pase sin que terminemos naufragando.
Editorial