La reciente firma de un tratado de libre comercio (TLC) con Chile es una buena noticia. El problema es que será muy difícil lograr que sea ratificado en el Parlamento por todo el partido de gobierno.
Este TLC tiene un valor simbólico muy importante. En efecto, después de muchos años de encierro dentro de las fronteras de los países del Mercosur, logramos fijar un acuerdo de forma independiente con un país competitivo y abierto al mundo como es Chile. Es cierto que el trabajo de apertura no empezó de la nada, porque Chile ya tenía una desgravación arancelaria en materia de bienes con Uruguay y, además, mantiene una estrecha relación con todos los países del Mercosur. Pero también es cierto que a través de este acuerdo se liberalizan áreas importantes para nuestra economía como los servicios y el comercio electrónico.
Este TLC tiene también un valor concreto muy importante. La inversión de origen chileno en nuestro país es grande y está radicada en empresas de punta como Ipusa o Arauco, que es accionista nada menos que de la fábrica de pasta de celulosa Montes del Plata instalada en Colonia. En materia de comercio bilateral, hemos exportado en 2015 unos 200 millones de dólares, con un valor en carne bovina cercano a los 30 millones de dólares; y hemos importado desde Chile mercaderías por alrededor de 150 millones de dólares. Hay mucho potencial, pues, para crecer.
Por un lado, ese potencial se encuentra en materia de exportaciones de alimentos como carne, arroz y lácteos, o de productos vinculados a la madera como el papel. Pero, por otro lado, al liberalizar este TLC las compras gubernamentales, hay un gran potencial para nuestras empresas de participar en condiciones equitativas en licitaciones para proveer al importante Estado chileno.
Además, Chile es un pilar de economía abierta en la región, que ya cuenta desde hace muchos años con tratados de libre comercio con las principales regiones y potencias del mundo, como China, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, y los países de la Alianza del Pacífico, México, Colombia y Perú, entre otros. En este sentido Chile es un excelente ejemplo de que un país puede armonizar apertura comercial con progreso social, algo que, infelizmente, desde sus anteojeras retrógradas, es puesto en duda por la izquierda más radical del Frente Amplio.
Es aquí que está el mayor problema que este TLC tiene por delante: su ratificación por parte de todo el partido de gobierno en el Parlamento. La clave es que varios senadores del MPP, sumados al Partido Comunista, a una parte del Partido Socialista y a algún otro grupo integrante de la izquierda más radical, han hecho saber que no están de acuerdo con la perspectiva de avanzar en una apertura comercial basada en la concreción de tratados de este tipo. Así se expresó nada menos que el propio ex-presidente Mujica hace ya muchos meses, por ejemplo, y se unió de esta forma a la visión crítica que luego expresara el Pit-Cnt en el mismo sentido.
Alguien podrá decir que, independientemente de estas reticencias, es evidente que si el tratado se somete a votación alcanzaría la mayoría para ser ratificado ya que cuenta con el apoyo de los partidos de oposición en el Senado. Sin embargo, es sabido que la lógica del gobierno frenteamplista no funciona de esta manera.
En efecto, el gobierno no aceptará políticamente que el TLC con Chile pueda llegar a ser aprobado en el Parlamento por los votos de la oposición y sin el apoyo de todos los senadores oficialistas. Es así que por la vía de los hechos, los grupos radicales de la izquierda en el Parlamento, sumados al Pit-Cnt y demás compañeros de ruta sociales, tienen una suerte de poder de veto sobre los avances de liberalización comercial como el que se ha planteado con este TLC con Chile.
Por mucho empeño que haya puesto el canciller en las negociaciones bilaterales y por más que el presidente Vázquez haya decidido imponer todo su peso político para que la izquierda vea con buenos ojos este TLC, en el Parlamento quedará claro que el veto de la izquierda mujiquista existe. Y ese veto impedirá que este TLC sea ratificado. Cuando eso ocurra, se pondrá claramente en duda toda la estrategia presidencial de avanzar en concretar estos tratados con otros países —exceptuando, quizá, el caso de China.
Una vez más, la doble cara del Frente Amplio quedará expuesta en el Parlamento. Y, una vez más, en la encrucijada, triunfará la línea mujiquista/Pit-Cnt. Será cuestión de esperar y ver.
EDITORIAL