El TLC con China, increíble

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El Presidente viajó a China con una delegación que incluyó a representantes del Pit-Cnt, ministros y altos funcionarios, con el propósito, según se explicó, de lograr inversiones desde aquel país, así como nuevas oportunidades de acceso a ese enorme mercado. Todo pareció desde el principio bastante inexplicable, y aún más lo fue entender el planteo oficial a la vuelta en favor de un supuesto TLC con China. Veamos por qué resulta raro.

En primer lugar parece bastante insólito suponer que China pueda invertir en Uruguay o abrir su mercado para nuestras mercaderías sin exigir como obvia contrapartida que nosotros abramos nuestro mercado a sus bienes. En otras palabras, es ridículo imaginar el acceso a China sin abrirles nuestro mercado. Y en ese sentido, es claro que el gobierno no va a querer abrirse más a China y menos aún el Pit-Cnt, claro determinante, por desgracia, de las decisiones de gobierno. Sería pues muy bueno abrirse a China, pero no es realista pensar que el gobierno lo pueda promover en sus circunstancias; simplemente porque no lo tiene políticamente disponible.

En segundo lugar no hay forma —eso se sabía antes de viajar— de firmar un TLC con China o con cualquiera, mientras se sea miembro de una unión aduanera. Simplemente no es posible hacerlo en tanto forma parte de la esencia de esa unión precisamente la política comercial común, expresada en un arancel externo común. Es verdad que de hecho los países del Mercosur son violadores seriales de esa y otras reglas, y Uruguay el primero. Aún así, en tanto jurídicamente pertenezcamos a una unión aduanera, los restantes miembros tendrán derecho de vetar todo TLC que se les ocurra, a menos que renegociemos nuestro estatuto de vínculo con el Mercosur, o promovamos una negociación conjunta.

Era absolutamente obvio antes de viajar que Brasil y Argentina objetarían, como lo han hecho, nuestro intento, aunque no sea muy creíble. Tampoco se puede olvidar a Paraguay, que ni siquiera tiene relaciones diplomáticas con China porque las mantiene con Taiwán. En un contexto como este, no son de recibo las palabras que en lenguaje pugilístico expresó Nin —no corresponden a un canciller— cuando al referirse a las objeciones de los vecinos manifestó algo así como que ellos cumplan lo que no cumplen. Incumplen al igual que nosotros, cabe agregar.

En realidad no es que no se pueda lograr un TLC con China o —mucho mejor— con otros países. Pero para hacerlo hacen falta al menos tres cosas: respaldo político, respaldo de los sectores económicos más involucrados, y negociación muy profesional de un estatuto nuevo —dentro o fuera del Mercosur— pero nunca contra el Mercosur. Nada de esto hay disponible. Para empezar no es claro en absoluto que el presidente tenga apoyo ni siquiera en su propio partido de gobierno, en general mucho más inclinado a posiciones proteccionistas que al comercio libre.

Es verdad que por ideología puede haber algunos subsectores del FA que pueden llegar a preferir a China antes que a Chile, Europa o EE.UU. Pero en realidad el partido de gobierno lo que menos querría es someter a la competencia externa tanto precios como otras rigideces de la economía por ellos promovidos, y que un TLC amenace salarios, tarifas, bienes industriales jaqueados por chinos, regulaciones insostenibles en competencia, etc. Por otra parte, ya hay anuncios contrarios del Sunca y de algún sector del Pit-Cnt opuestos a todo lo que suponga entregar "conquistas". En definitiva, sin el FA y sin el Pit-Cnt cuando el gobernante actual se refiere a un TLC, se sabe que habla por hablar.

Finalmente, para negociar un estatuto peculiar con los socios del Mercosur y poder de esta manera intentar algún TLC hace falta, además de estar dispuestos a internalizar precios de bienes, servicios y salarios del nuevo socio, convicción y una profesionalidad diplomática de alto vuelo —Iglesias, Barrios Tassano, Gros, Abreu, Opperti— que hoy no parece estar disponible, mucho menos si el argumento frente a los socios es que vamos a incumplir porque todos incumplimos…

Si estamos de acuerdo en que el Uruguay o se suma al mundo o se ahoga en su gris poquedad, si este es el planteo, el momento parece ahora propicio para plegarse a los socios del Mercosur en los esfuerzos que vienen haciendo de acercamiento a otros países y bloques, algo impensable en la era Kirchner o Rousseff. Pero si esto no prosperara o aún así lo hiciera, el primer esfuerzo de nuestras autoridades para abrirnos debería dirigirse a convencer a los uruguayos, empezando por los correligionarios del presidente en todas sus variedades.

EDITORIAL

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