Un pregunta que ha estado subyacente o sobrevolando el debate sobre la realidad política del Uruguay en los últimos meses ha sido cuál será la duración de la era de gobiernos frentistas. Ya sabemos que de mínima serán tres períodos con mayoría parlamentaria, vale decir, al menos 15 años, pero hay quienes ya aventuran que su vida útil está solo en la mitad, mientras que otros argumentan en el sentido de que estamos en su última administración.
¿Es posible otear el futuro con cierta razonabilidad superior a la de las tarotistas televisivas de la madrugada? Descartando las aseveraciones terminantes y apocalípticas sobre un futuro que dependerá de las acciones de los hombres en el mediano plazo hay algunas certidumbres que marcan posibles rumbos, al menos en términos de probabilidades.
Ha sido un tema recurrente y evidentemente cierto que el predominio cultural de la izquierda le da el marco conceptual a los tiempos que vivimos y que a partir de allí surge un favoritismo innegable para el oficialismo. Este es un tema estructural, con consecuencias de largo plazo que es muy difícil de cambiar de una elección para otra. Pero en algún momento hay que empezar.
La oposición es consciente de esta realidad, pero no parece saber cómo afrontarla. Es común escuchar a referentes blancos o colorados hablar de que las murgas, el teatro, los escritores o los sindicatos son frentistas, pero de ese diagnóstico no pasan a la acción o derrapan en sus buenas intenciones. Vale decir, el asunto no es pintarle la cara a algunos militantes para que suban a un tablado o meterse en las organizaciones sociales como quien entra a hurtadillas a un lugar prohibido. La acción burda o el discurso vacío atenta contra los objetivos principales más que alentarlos.
Sí es una buena idea tener presentes los ámbitos culturales o académicos donde hay personas más afines con la visión opositora que suelen ser olímpicamente ignorados por los partidos tradicionales. No es que no existan escritores blancos o colorados, es que no les dan bolilla ni ningún tipo de respaldo, aun moral.
También conviene tener claro que procurar tener de aliado a quien siempre va a actuar como adversario es una pérdida de tiempo que además desdibuja los roles. Más claro aun, la Universidad o el Pit-Cnt siempre van a terminar jugando para el Frente, lo que se haga desde la oposición por mostrarse como amigos o para legitimarlos hace décadas que les juega en contra, pero se siguen dando la cabeza contra la pared.
Existe otro tema clave que es la profesionalización de los partidos. No es sensato pensar que se le puede ganar al Frente Amplio apelando al genio de un publicista o a un grupo de personas que dé una mano cuando se acerca la elección. Se necesitan crear equipos estables y de alta capacidad técnica para las distintas tareas que debe abordar un partido político moderno.
El Partido Nacional el período pasado instaló varios equipos para trabajar como un "gabinete sombra" que terminó en un bluff. La idea es buena y va en el sentido correcto, pero si su funcionamiento depende de la gente que voluntariamente quiera dedicarle su tiempo libre, lo que sucedió es lo que razonablemente tenía que pasar.
Hasta que no se convenzan los principales dirigentes opositores que es primordial trabajar con equipos técnicamente capacitados en forma profesional el Frente Amplio cuenta con una ventaja comparativa extraordinaria producto de sus propios méritos y de la torpeza ajena.
Entonces ¿cuánto le queda a la era progresista? Depende. Si los partidos de la oposición entienden que deben dar la batalla cultural más allá de la retórica vacía y los intentos fallidos, profesionalizan su acción legislativa y estratégica, entienden que deben cooperar entre sí más que competir al menos lejos del período electoral y definen una identidad clara que genere una alternativa distinta (no una instancia superadora en la continuidad del Frente) habrá chances en 2019.
Si, en cambio, se sigue apelando al mediocampismo a la uruguaya, irán camino a una nueva derrota. Modernizar los partidos no es pintar de colores su escudo o realizar una nueva versión de su himno, es demostrarle a la ciudadanía que se tiene una cabal comprensión de la realidad económica y social y se cuenta con los equipos y las soluciones para abordar los problemas reales del país. No lo han comprendido hasta ahora, pero la democracia les da una nueva oportunidad que en buena medida depende de sus propias decisiones.
Editorial