En el mundo que nos toca vivir, el rescate de la filosofía liberal de Hayek es una buena receta contra los populismos de izquierda y de derecha que nos están amenazando.
El 8 de mayo de 1899 nacía en Viena Friedrich Hayek, uno de los principales autores de filosofía política del siglo XX. Su vasta vida y obra le permitieron incursionar en distintos asuntos económicos, políticos y filosóficos con el brillo y la sabiduría profunda que lo distinguió. También ver nacer y morir a sus principales enemigos, que fueron las ideas totalitarias del fascismo, el nazismo y el comunismo.
En efecto, siendo él mismo un perseguido por el nazismo, lo vio caer derrotado en 1945 y, mucho tiempo después, en 1991 también vería caer al comunismo, antes de morir un año después. Sin embargo, supo también padecer la intrascendencia a la que fueron relegados los economistas liberales en la era de predominio keynesiano. Durante esos años no le fue fácil incluso conseguir un puesto universitario desde el que trabajar, siendo relevantes varios think tanks en los Estados Unidos en esa etapa para alentar su trabajo.
Sería recién a partir de la década del setenta, cuando el fracaso del keynesianismo era evidente ante su falta de respuestas a la estanflación (estancamiento con inflación) que entonces sufrían los países desarrollados, que la mirada se volvió a las viejas ideas del liberalismo. La reivindicación fue completa, ya que en 1974 recibió el Premio Nobel de Economía y pocos años después alcanza-ron el poder en Estados Unidos y en Gran Bretaña líderes inspirados en sus ideas como Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Sus primeros trabajos fueron sobre las causas de los ciclos económicos y sobre la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo. Luego abordó los problemas del intervencionismo económico, que consideraba sumamente peligroso ya que coartaba la libertad del ser humano y el daño que provocaba era mucho más difícil de percibir que el de los totalitarismos.
Vale decir, mientras que cualquier persona que apreciara la dignidad humana no podía ser fascista o comunista, muchas personas de buena voluntad defendían la necesidad de una fuerte presencia del Estado en la vida de las personas para asegurar su nivel de vida y regular la marcha del capitalismo.
Con esta preocupación en mente escribió su libro más conocido "Camino de servidumbre" un clásico que mantiene su vigencia dados los problemas que enfrenta el mundo en la actualidad ante el avance del peso del Estado sobre la sociedad y su continua intromisión en la vida privada de las personas. Hayek parte de una visión humilde y optimista sobre la sociedad y el ser humano. En efecto, la cooperación libre y voluntaria entre las personas produce los mejores resultados, ya que nadie mejor que cada uno para saber cuáles son sus preferencias e intereses y al interactuar a través del mercado, la sociedad en su conjunto utiliza esa información dispersa que de otra forma se perdería.
Por eso el mercado produce mejores resultados económicos y sociales, ya que la planificación o la intervención del Estado para cambiar por la fuerza lo que decidieron las personas es un uso abusivo de su poder coercitivo.
Y como el propio Hayek expresó, cuanto más planifica el Estado menos pueden hacerlo las personas en sus propias vidas.
Otro punto central en su pensamiento, desarrollado posteriormente, fue la importancia de los órdenes espontáneos, vale decir aquellas formas de organizaciones sociales que son resultado de un proceso evolutivo que no fue predicho ni diseñado por nadie. Nuestras propias normas morales, el lenguaje o la escritura surgen a través de estos procesos de descubrimiento gracias a los cuales es posible la civilización. Y por eso, también, todos los experimentos de ingeniería social ensayados a lo largo de la historia fracasaron estrepitosamente al desconocer la naturaleza humana y la sabiduría acumulada en costumbres es instituciones que no sabemos de dónde vienen ni muchas veces, qué función cumplen pero que son el soporte de la civilización.
Por eso la visión de la sociedad de Hayek es humilde y optimista. Humilde porque descree de los iluminados que creen saber más que el resto de los mortales sobre el rumbo que debe seguir la humanidad y están dispuestos a pagar cualquier costo en el camino. Y optimista, porque confía en que cada persona es la mejor arquitecta de su propio destino, cooperando con los demás de acuerdo a sus preferencias e inclinaciones.
En el mundo que nos toca vivir, el rescate de la filosofía liberal de Hayek es una buena receta contra los populismos de izquierda y de derecha que nos están amenazando.
EDITORIAL