Cualquier análisis del ciclo electoral recién concluido con las elecciones municipales indica que la mayor novedad de ese proceso fue la Concertación. Haya sido de derecho —o sea pactada formalmente— como en Montevideo, o de hecho, como se organizó en departamentos del interior, la idea de unir a blancos y colorados siguió extendiéndose por todo el país como respuesta natural al predominio del gobernante Frente Amplio.
En Montevideo, en donde se creó trabajosamente el Partido de la Concertación, la votación de 2015 fue similar a la que, sumados, lograron blancos y colorados en las elecciones municipales de 2010, con un plus nada desdeñable que fue el triunfo en dos de los municipios más densamente poblados de la capital. Se podrá decir que ese resultado no colmó las expectativas más optimistas, pero no se lo puede calificar de fracaso. Más aun si se consideran las marchas y contramarchas de ambos partidos tradicionales que, por distintas razones, desmontaron a último momento a sus dos candidatos naturales, el blanco Jorge Gandini y el colorado Ney Castillo.
Es evidente que sin esos errores flagrantes de la conducción partidaria que obligaron a improvisar a dos esforzados postulantes de último momento el fruto de la Concertación hubiera sido mejor. En particular en el caso del Partido Nacional en donde Gandini tenía un camino recorrido e importantes apoyos además de una voluntad de concertar con los demás candidatos lo que ya se había manifestado en sus encuentros con Ney Castillo. De haber sido ellos los candidatos, sin renunciar a su condición de colorados y blancos le habrían otorgado más prominencia al Partido de la Concertación como tal para presentarlo como una nueva y atractiva conjunción política, una bandera que finalmente levantó en forma casi exclusiva Edgardo Novick con el éxito consiguiente.
La creación del capitalino Partido de la Concertación tuvo además un efecto relevante sobre el resto del país pues consagró oficialmente la voluntad de los dos partidos de unir sus fuerzas lo que sirvió para impulsar esa tendencia ya existente en el interior. Como nunca, estas elecciones municipales consagraron esas ansias de conjugar esfuerzos para enfrentar a la coalición de izquierda lo que se hizo exitosamente en casos tan celebrados como los de Maldonado y Colonia. En esos departamentos como en el resto del interior no existió un Partido de la Concertación al que pudiera votarse formalmente, pero en los hechos los ciudadanos de ambas colectividades históricas se las ingeniaron para votar juntos más allá de las posturas favorables o no, asumidas por los dirigentes locales.
Aunque las fórmulas variaron en cada departamento la tendencia a concertar resultó avasallante en el interior, síntoma de que entre el electorado aumentó la convicción de que para enfrentar a una coalición de 26 partidos como el Frente Amplio es preciso comparecer con otra coalición de ciudadanos que comparten principios e ideas similares. Una convicción que se nutre no solo de las experiencias propias sino también de las ajenas en un mundo lleno de ejemplos de concertaciones exitosas en donde partidos políticos de rancia estirpe acumulan fuerzas sin por ello perder cada uno de ellos su individualidad, sus ideas matrices y sus tradiciones.
Nada de ello implica una fusión, es decir la pérdida de la singularidad de cada partido y su absorción definitiva adentro de un lema mayor y distinto. En ningún momento la Concertación apuntó a lograr semejante cosa sino que, por el contrario, sus voceros exaltaron siempre la necesidad de respetar las identidades partidarias. Para explicarlo se puso muchas veces el ejemplo de la concertación gobernante en Chile en la cual las dos grandes corrientes políticas que la componen —socialistas y democristianos— conservan intacta su condición de partidos políticos con sus propios perfiles.
Quienes ponen objeciones al Partido de la Concertación se niegan a ver esa realidad y parecen convencidos de que es mejor resignarse a seguir perdiendo elección tras elección que unirse como coalición para enfrentar con éxito a la coalición de izquierda.
De manera prejuiciosa, invocan para ello argumentos emotivos que apelan a la tradición y a la ortodoxia partidaria. Al hacerlo, pretenden ignorar la voluntad de centenares de miles de ciudadanos que en estas elecciones municipales volvieron a demostrar su convencimiento de que la concertación es el instrumento indicado para darle al país un futuro distinto y mejor que el ofrecido por el Frente Amplio.
Editorial