Tabaré Vázquez será el próximo presidente de los orientales desde el 1° de marzo del 2015 hasta el 1° de marzo de 2020. Se convierte así en el tercer presidente que ocupa por dos veces la primera magistratura, junto a José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti.
Tabaré Vázquez será el próximo presidente de los orientales desde el 1° de marzo del 2015 hasta el 1° de marzo de 2020. Se convierte así en el tercer presidente que ocupa por dos veces la primera magistratura, junto a José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti.
El resultado del balotaje de ayer con Luis Lacalle Pou fue categórico. No hubo sorpresas y tampoco nadie las esperaba porque tras los comicios de octubre existía la convicción de que su camino hacia la Torre Ejecutiva estaba definitivamente firme y allanado. Había logrado una excelente votación y una holgada diferencia sobre el candidato del Partido Nacional que la hacía indescontable.
Esta última etapa del largo y extenuante proceso electoral uruguayo, Vázquez la vivió sin sobresaltos. Era consciente de que su ventaja no corría peligro salvo algún grave error. Se limitó a cuidarse, evitar confrontaciones e incluso acceder a reportajes que pudieran complicarle la vida. Y de debates, ni hablamos: no los había aceptado antes, mucho menos iba a aceptarlos ahora.
Su adversario hizo la misma lectura. El resultado de octubre había demostrado que sus posibilidades de victoria residían, prácticamente, en que la totalidad de no votantes del Frente Amplio se volcaran por su candidatura. Algo difícil de pensar y más difícil de trasmitir a la ciudadanía por el necesario milagro que ello implicaba. La otra esperanza era el eventual error garrafal del futuro presidente, pero ni el más optimista de sus partidarios creía seriamente que pudiera acontecer: Vázquez es frío, calculador y reflexivo en sus actos y sus palabras, no se deja llevar por zonzas indignaciones, ni alardea ser dueño de la verdad revelada. Es un político de raza que sabe lo que quiere y sabe cómo debe recorrer el camino para alcanzarlo. No hubo milagro y tampoco error. Ocurrió simplemente lo previsible. Los esfuerzos del joven candidato blanco se estrellaron contra el muro del estratégico silencio.
Vázquez accede a su segundo mandato en circunstancias muy distintas al primero. Allí, en el 2005, el país estaba saliendo de la peor crisis económica de su historia, que había dejado una profunda huella y secuelas dolorosas para todos los uruguayos. Hoy, la situación es completamente distinta: tras 10 años de bonanza económica, no hay grandes nubarrones de cambio en el horizonte que amenacen temblores desde afuera. Sí hay que cuidar, y mucho, la situación interna. Hay una herida en la sociedad uruguaya que se encuentra partida por el uso y abuso, sobre todo desde el actual gobierno del “ellos” y “nosotros”, los “malos” y los “buenos” para justificar medidas o caprichos. Da la sensación de que ese exceso llevó a que se perdiera la referencia de que somos todos compatriotas, que tenemos el mismo y enorme cariño por nuestro país y lo único que nos diferencia es que podemos -gracias a Dios- pensar y opinar distinto, sin que eso sea pecado ni delito.
Ese, es el principal desafío de Vázquez: reconstruir la unidad del pueblo uruguayo, que solo aparece con los triunfos de la Celeste. Y el futuro presidente parece haberlo entendido así cuando declaró que “vamos a llamar a un gran encuentro nacional para analizar (con los otros partidos) temas económicos, políticos y sociales para entre todos diseñar el Uruguay del futuro”. Si ello ocurre y si desde la oposición se acepta con igual hidalguía la mano extendida -de forma franca- por el bien común, se habrá dado un paso formidable para la superación de los otros desafíos que debe enfrentar este gobierno: la educación pública y la seguridad ciudadana como prioridades insoslayables. Hay un rezago tan grande en ambos temas que si no se adoptan urgentes y severas medidas de una vez por todas, se transformarán en irrecuperables. Solo esperamos que la decisión que encierra la frase de Vázquez no quede perdida junto con el final de la campaña, sino que marque el inicio de nuevos tiempos.
Los problemas más serios quizás los encuentre adentro del propio Frente Amplio. Muchos pueden estar convencidos de que -como decía el Gral. Luis Queirolo, hombre fuerte de la dictadura- “a los ganadores no se les pone condiciones”. Es muy humano, pero no es bueno; trasunta demasiada soberbia. En el Parlamento tendrá mayoría absoluta y habrá más de uno que querrá aplicarla sin necesidad de oír -muchos menos negociar- con otros partidos. Hay un aparato sindical compañero que se hace sentir y pasa factura, que está sobredimensionado y tiene su propia agenda. La relación puede ser complicada, porque aquella mística por la obtención del poder, que en el 2005 llevó al Frente Amplio a ganar sus primeras elecciones y a Vázquez a ocupar su primera presidencia, ha desaparecido y se ha transformado con el paso de los años, en un escenario de lucha por el reparto del poder.
A Luis Lacalle Pou, su rival en esta instancia, le cabe el enorme reconocimiento de haber apostado a un nuevo estilo de entender y practicar la campaña política. Sin agravios ni descalificaciones al adversario en ningún momento. Apostando a sus ideas, jugándose por “La Positiva”. No le sirvió en este caso, pero su contribución a mejorar sensiblemente el clima confrontativo que significa una elección en una sociedad polarizada, su obstinada convicción en hacer lo que cree y mantenerse en la misma línea pese a que los resultados no lo ayudaban, es un ejemplo y seguramente marcará un rumbo para el futuro. Valió la pena.
Solo queda felicitar al Dr. Tabaré Vázquez, futuro Presidente; a su Vice Raúl Sendic y a todos los que de alguna manera colaboraron en esta victoria. A Vázquez y a Sendic, mucha suerte. Que todo sea para bien de nuestro Uruguay.